La Jornada Semanal, 13 de julio de 1997
La semana pasada, la ciudad de México amaneció cubierta por las cenizas del Popocatépetl. El historiador Carlos Martínez Assad, quien actualmente prepara un libro sobre la capital, nos entrega una oportuna revisión de los asombros provocados por el volcán que, en los grandes días, preside nuestro paisaje.
La primera imagen del gran volcán del Popocatépetl está mediada por
el calendario de Jesús Helguera, que en realidad está dedicado a la
Mujer Dormida, representación de la montaña Iztaccíhuatl, que rescata
la leyenda trágica del guerrero inclinado que vela el sueño de la
mujer amada. Los colores chillantes del hombre, con penacho emplumado,
y de la mujer vestida con blanca y larga túnica, velan la blancura de
los picos nevados que el pintor José María Velasco dejó plasmada en
sus lienzos.
Los accidentes de los primeros tiempos de la aviación comercial me hicieron temer el Paso de Cortés, esa hendidura que forman los volcanes y que sirvió de tumba a pasajeros famosos, como Blanca Estela Pavón. Curioso que Blanca descansara en la blancura de las nieves eternas de los volcanes.
El Popocatépetl siempre fue un misterio para los antiguos pobladores del Valle de México. Las primeras imágenes de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana surgen de la región de los volcanes, con poblados entrañables como Chalco, Tlalmanalco, Amecameca, Ozumba, Tepetlizpa y finalmente Nepantla, donde ella nació. Por eso Gabriela Mistral decía de Sor Juana: ``Es el Iztaccíhuatl el que influye en su índole.''
Los volcanes con sus crestas nevadas fueron atracción de viajeros y fotógrafos como Charles B. Waite. Cuando Alfonso Reyes ``hablaba de la región más transparente del aire'', uno se imaginaba situado en cualquier punto de la ciudad de México, con una perspectiva tan vasta que permitía contemplar la altura y el entrelazamiento de los volcanes.
Ezequiel A. Chávez, en 1897, desde las torres de Catedral veía las callecitas de tierra apisonada y los árboles que rodeaban al zócalo; entonces, un cuadrado de banquetas rodeaba los pequeños prados. Alrededor se extendía la gran plaza empedrada, ``...adoquinada en sus confines y cortada por los acerados rayos de los rieles sobre lo que de tiempo en tiempo cruzan wagons arrastrados por mulas''.
Desde su envidiable posición, contemplaba la bella y aristocrática calle de 5 de Mayo, con sus hermosas fachadas y sus grandes librerías. Al sureste quedaba la gris cantería del Palacio Municipal, con las altas construcciones en sus orillas y su majestuoso y esbelto portal. Al lado oriente veía el enorme Palacio Nacional, cuyo perfil estaba marcado por una fila de almenas con bastiones en los extremos de la fachada, coronada nada menos que por el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, que entonces parecían más cercanos a los habitantes de la ciudad de México.
Como vigía, el gran volcán estuvo siempre en la mira de quienes transitaban por sus calles. ¿Serían ciertos los enormes recursos del Popo? De no ser así, ¿por qué el gobierno del general Porfirio Díaz conoció las tan exóticas como imposibles pretensiones de empresas extranjeras?
El capitán Charles Holt afirmaba a la Compañía George W. Morrison, haber obtenido una concesión del presidente Díaz en 1904 para realizar una empresa en el volcán Popocatépetl, para lo cual requería un capital de cien mil dólares. El capitán Holt, graduado como ingeniero minero, comprobó por medio de sus indagaciones científicas que las reservas de sulfuro ascendían a 148 millones de toneladas.
Para su explotación se proponía crear The Popocatépetl Company. El general Nelson A. Miles aceptó fungir como presidente y en el cuerpo directivo aparecían el ex presidente de México, el general Manuel González, prominentes empresarios y ex funcionarios estadunidenses.
Señalaba el informe que durante la Conquista, Hernán Cortés había envíado a sus hombres a las cumbres del volcán a procurar sulfuro para sus armas. Y que el barón Alejandro von Humboldt había declarado que las reservas allí existentes eran de las más grandes del mundo. Por ello calculaba el capitán Holt que podrían extraerse hasta 60 mil toneladas de azufre al año.
La inversión, sin embargo, no pretendía solamente hurgar en las entrañas del gigantesco volcán, sino que se complementaría con la creación de parques, fuentes de agua y centros de salud, aspecto este último en que se interesaba fuertemente la señora Carmelita Romero Rubio de Díaz. Por su parte, el afamado arquitecto parisino Emile Bernard, diseñaría en las laderas del volcán un nuevo Versalles con los más hermosos y modernos hoteles del mundo para atraer a numerosos turistas.
Los proyectos que surgían, consideraban el hermoso paisaje de sus 40 mil acres de bosques y que en solamente una hora, es decir, a 60 millas de la ciudad de México, se encontraba al que entonces se consideraba el coloso dormido.
Otras compañías interesadas por aquellos esos años en la explotación de los recursos del volcán fueron la Wells Fargo, Hamilton Storage, Hudson Valley, Treasures of Munson S.S. Co. y American Security and Guarantee Co. A través de la mediación de los mexicanos Ramón C. Pérez, Luis Méndez, Eduardo Liceaga, Jesús E. Monjarás y Fernando González, estas empresas se encargaron de impulsar las siguientes propuestas:
1. La explotación del azufre depositado en el cráter.
2. La construcción de un ferrocarril con todos los adelantos modernos y las seguridades de salvamento para los pasajeros, para llegar al cráter del volcán.
3. La edificación de un magnífico hotel, el mejor de todo el país, montado con todo el confort de los de Europa y Estados Unidos, en las faldas del volcán, donde se contemplaría un paisaje bellísimo.
4. El diseño de un parque de 2,500 acres de superficie, con caminos perfectamente graduados y arreglados para coches, automóviles, bicicletas. Habría además terrenos para Lawn-tennis y Baseball.
5. La construcción de 50 a 60 cottages situados a diferentes alturas, destinados a aquellas personas que padecían de tuberculosis.
Los planes a lo mejor hubieran continuado, de no ser porque en el mes de febrero de 1921, después de pasar la ciudad de México por una de sus rachas más frías, con temperaturas mañaneras de nueve grados bajo cero, el Popocatépetl comenzó a arrojar fumarolas con cenizas y chispas que llenaron de pánico a sus habitantes.
Como en el momento de la llegada de los conquistadores españoles al Valle de México, de lo que llamaron Sierra Nevada volvían a surgir cenizas, chispas y rocas incandescentes. El Popocatépetl (``el cerro que humea'', en náhuatl) dejó escapar de su cráter varias fumarolas; la actividad volcánica duró hasta 1927.
Para esas fechas se había encargado ya a la casa Tiffany de Londres la realización de la cortina de cristal que habría de despertar la admiración de los asistentes al Palacio de las Bellas Artes, con sus dos toneladas de vitral corredizo que dejaría traslucir en el escenario, en un paisaje multicolor, al Popocatépetl y el Iztaccíhuatl durante el amanecer y el crepúsculo, según el juego de las luces.
Pero no todo era apacible como lo dejaban ver las representaciones artísticas de los volcanes: otras actividades eruptivas tuvieron lugar en los años de 1946 y 1947; desde entonces pareció reposar; pero a fines de 1994 el Popocatépetl despertó de uno de sus sueños intermitentes, dispuesto a no dormirse nuevamente, al menos por un buen rato. Su mitología se acrecentó y ``el viejo que todavía humea'', como lo definió Fidel Velázquez aludiendo a su propia situación, fue rebautizado por la ideología popular como Don Gregorio. Gracias a él y a sus apariciones los pobladores asentados en la ladera del volcán se sintieron menos inseguros, porque les ha afirmado que aún no despertará completamente de su sueño.
Las evidencias científicas demuestran otro comportamiento, pero también se refieren al volcán como Don Gregorio. Como sea, los temblores se han sentido constantemente en las inmediaciones donde se escuchan sus rugidos-bostezos y varios poblados de Puebla, Morelos y colonias de la ciudad de México han amanecido cubiertos de cenizas en las últimas semanas.
El otrora gigante dormido se aviva sin que sus consecuencias sean previsibles sobre la sociedad y los pobladores más próximos, e incluso sobre el Iztaccíhuatl, su contraparte femenina, la volcana, como la conoció la cosmología india, la mujer que sigue soñando protegida por el guerrero.