La Jornada sábado 12 de julio de 1997

Luis González Souza
México va

Gracias al resultado de las pasadas elecciones, México vuelve a caminar. Sale del largo y penoso estado de coma en que lo había sumido el autoritarismo, y entra a la sala de operaciones capitaneada por la democracia, el mejor doctor hasta ahora conocido.

Ciertamente, todavía falta lo principal: ¿será una operación exitosa, que por fin permita a México caminar con frente alta en el mundo de la globalización? O por el contrario, ¿será una operación tras la cual nadie quiera acordarse del doctor Democracia? Pero no es poco lo que se logró este 6 de julio.

En primer lugar, se superó el miedo al cambio. Miedo que, sustentado en toda una estrategia de virtual terrorismo anticambio, tenía paralizada a buena parte de la sociedad. Lo que a su vez condenaba al país a una muerte segura (todavía nadie inventa algo para vivir sin cambiar).

En segundo lugar, se asestó un buen golpe a la subcultura de la derrota. Subcultura hábilmente cultivada por la cúpula dominante en México, precisamente para reproducir su dominio, en este caso a través del abstencionismo (``para qué votar si de todos modos gana el PRI''). El 6 de julio se experimenta un aprendizaje vital para cualquier proyecto de cambio: el PRI no es invencible; se le puede derrotar inclusive en su terreno predilecto, el electoral, y no obstante las trampas que todavía lo empañan.

En tercer lugar, se produjo otro aprendizaje de la mayor importancia: sólo con una amplia organización (IFE, observadores, representantes en casillas, encuestadores) y con una firme determinación de triunfo, es posible avanzar la democracia. De haberse mejorado todavía más ambas cosas, la victoria contra el autoritarismo habría sido contundente.

En fin, este 6 de julio logró interrumpirse el desahucio de México a causa de su enfermedad autoritaria. Su paulatina pero efectiva desintegración como nación independiente, a final de cuentas transcurre (¿transcurría?) por falta de democracia. Es decir, en dos palabras, por dejar las riendas del país en una minoría despótica, que no rinde cuentas más que a sí misma; y para colmo, una minoría cada vez más desnacionalizada. Hoy ha renacido la esperanza de un México tanto más vivo, cuanto más democrático. No lo es todo, pero sí mucho.

De inmediato es preciso trabajar para que esa esperanza, lejos de frustrarse, cristalice en beneficios tangibles. Por ejemplo: una paz, comenzando por Chiapas, cuya solidez tiene por fuerza que ligarse con la justicia y el reencuentro de todos los mexicanos en un lugar muy distante a cualquier forma de racismo. Una justicia que comience por revisar, honesta y objetivamente, los estragos del neoliberalismo. Un alto a la corrupción en todas sus variantes. Una renovación cultural que abra paso a un nuevo poder --poder transparente de todos al servicio de todos-- lo mismo que a una identidad nacional revigorizada. Entonces sí, una reaparición digna de México ante el mundo, con una renovada autoridad para exigir, entre otras cosas, la democratización de las relaciones internacionales; en primerísimo lugar, de su relación con Estados Unidos.

Ni la naciente democracia ni sus potenciales beneficios tendrán porvenir si damos rienda suelta a la euforia, al sectarismo o a los protagonismos. Dentro y fuera de todos los partidos y aun del gobierno, hay muchas mexicanas y mexicanos dispuestos a cultivar la esperanza renacida. Y, si es preciso, dispuestos a neutralizar la reacción de quienes insistan en conservar un México autoritario.

Hasta el 6 de julio, las apuestas iban por tal o cual partido. Ahora van, debieran ir, por México. Apuntalar el reciente triunfo de la democracia electoral y expandirlo hacia una democracia íntegra, es tarea de todos. Por lo menos de todos aquellos que todavía creemos en México, incluyendo su enorme potencial como nación independiente.

Al futuro de un mundo democrático --deveras moderno-- México va. Tarde, pero va. Finalmente logró escapar del laberinto de la soledad autoritaria. Falta, sin embargo, que no lo espante ni lo ciegue la luz de la democracia. Todos habremos de rendir cuentas, ante la historia y nuestros hijos, sobre qué hicimos con esta esperanza renacida.