Para Cristina Payán
El 6 de julio se condensaron largos decenios de desarrollo político difícil, de lucha de varias generaciones de combatientes --entre ellos los de la izquierda radical, comunista y socialista-- por la causa de la democracia, la libertad y la justicia. En diez horas de votación millones de mexicanas y mexicanos manifestaron una clara conciencia de la necesidad de cambio político y social, y con su voto mayoritario en las urnas pusieron fin a 68 años de dominio priísta absoluto.
Ese día histórico, en convergencia no planeada ni pactada, la derecha democrática representada por el PAN y la amplia izquierda democrática encabezada por Cárdenas y el PRD, por encima de sus intereses particulares y sus contradicciones expresas, coincidieron en el propósito común de derrotar al partido oficial. Este, con amplio e inocultable apoyo gubernamental, el de algunos jefes empresariales y la enérgica actividad del Presidente, hasta el último día de campaña trató de detener la oleada democratizadora --sobre todo de la izquierda-- que registraban las encuestas. Tales esfuerzos no pudieron impedir la más limpia victoria de la mayoría de ciudadanos rompiendo los diques que contuvieron su voluntad en el pasado, que hicieron a un lado el mito de la invencibilidad del PRI, vencieron los chantajes y el miedo y ejercieron su voto en libertad.
El movimiento democrático y de izquierda, representado por Cárdenas y el PRD, fue el triunfador indiscutible en esta contienda: arrasó en el DF, dio un salto de 11 puntos porcentuales en las elecciones de diputados --si se compara con los comicios de 1994-- y más que duplicó su votación con relación a las elecciones intermedias del 91. Contribuyó así, de manera decisiva, a impedir que el partido oficial conservara la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y ésta siguiera subordinada al Presidente.
Se crea así la más sana situación posible, pues a partir de ahora el doctor Zedillo y su partido deberán negociar con las otras fuerzas políticas, con sus líderes y diputados para concertar acuerdos y legislar; el Presidente ya no podrá imponer arbitrariamente su voluntad pues perdió su mayoría incondicional, la que tanto defendió durante la campaña como condición para seguir aplicando su programa. Ese programa debe ser modificado pues es uno de los significados importantes del voto mayoritario del 6 de julio, y el Presidente y su equipo así deben entenderlo.
Sin menoscabo de las condiciones mejores para las elecciones: nueva legislación electoral, órganos electorales en manos ciudadanas, apertura de los medios de comunicación, lo decisivo para los resultados alcanzados fue la aspiración de cambio expresada por la mayoría de los ciudadanos, la actividad de sus organizaciones junto con los partidos políticos y su voto en las urnas. Pero la mayoría aspira no sólo al cambio de hombres y de partidos en los gobiernos y en el Congreso de la Unión: quiere cambios de políticas, sobre todo en materia económica, cambio de conducta de los gobernantes y representantes, fin de la corrupción y de la impunidad, y cambio en la forma de hacer la política. Quiere, además, participar en las decisiones y colaborar en las tareas de gobierno.
Si Cárdenas recabó el formidable apoyo que lo llevó a la victoria y con ella al triunfo también de los candidatos del PRD a diputados, fue porque en su campaña reflejó y expresó esas aspiraciones de cambio. Esa victoria es hoy oportunidad y reto. La fuerza que tomará el gobierno del DF en diciembre y el tercio de diputados perredistas en la Cámara, deberá mostrar que los órganos de gobierno sí son capaces de administrar y cumplir con el electorado que la llevó a la victoria.
Cuauhtémoc llegará al gobierno con una extendida y consciente base social, esperanzada, pero también exigente. Si no pierde contacto con ella y encuentra las mejores formas de su participación, será un apoyo decisivo para resistir las fuertes presiones que ya desde ahora empiezan a producirse, como la de los hombres de negocios que quieren decidir en cuestiones esenciales del gobierno. Pero también para enfrentar fenómenos de arribismo y oportunismo políticos desencadenados al calor de una victoria como la alcanzada el domingo pasado. Asimismo, para contener las exigencias de posiciones y cuotas de los grupos de interés realmente existentes en el PRD, cuya existencia y lógica pervierten, como dice Armando Quintero, y no deben imponerse a la sociedad que apoyó a Cárdenas.