Jordi Soler
Posdata para el ingeniero

El 27 de febrero de 1997, en un auditorio de la UNAM, leí estas líneas para el ingeniero Cárdenas. Paco Taibo II, que leería después sus propias líneas, ocupaba la silla de junto y se fumaba mis cigarros Príncipes.

Hace años el gobierno de esta ciudad practicaba una de sus inolvidables excavaciones cerca de la avenida Paseo de la Reforma, en la orilla del bosque de Chapultepec. Los vecinos de la zona, como suele suceder en estos casos, amanecieron, un día cualquiera, con la sorpresa de la excavación. Esta sorpresa ocupaba varios niveles. El extremo más dramático fue estelarizado por el propietario de una casa que, al querer sacar su automóvil, descubrió que su garage, que la noche anterior desembocaba en la calle, ahora terminaba en un hoyo de tres metros de profundidad que contaba en su interior con un Caterpillar de tamaño suficiente para levantar al vecino azorado, a su automóvil y a los 14 trabajadores que detallaban esa incursión en el subsuelo. El asunto se complicó más allá de lo esperado, dos días después, uno de los trabajadores golpeó la punta de su pico contra una piedra bizarra, que al cabo de varias horas de excavamientos, se reveló como una pieza monumental y clave del arte prehispánico. Los periódicos y los noticiarios consignaron brevemente la noticia. La pieza monumental desapareció, fue a cumplir el honroso papel de mesa de centro, para bebidas y botanas, en la sala de algún funcionario. El vecino del garage obstruido, desde entonces, dedica sus mejores momentos a condenar el arte prehispánico.

Nosotros, los que contemplábamos la noticia, quedamos asombrados ante el prodigio de vivir en una ciudad como ésta que a veces hace brotar evidencias de su historia en plena calle para recordarnos que está viva, que está vigente y que merece un poco más de respeto.

Aquella pieza monumental también vino a recordarnos que todos los días, sin darnos cuenta, ponemos los pies encima de esa ciudad subterránea, que fue, en su tiempo, el centro espiritual de Mesoamérica. ¿En dónde quedaron el centro y el espíritu? No lo sabemos, pero en algún lado están y no sería mala idea empezar a rescatarlos. La tarea será complicada. Hace unos días un canal alternativo de televisión transmitió una entrevista larga con ese personaje que es el responsable histórico del desencanto y de la desesperanza que hoy exhibimos los que andamos alrededor de los 30 años: el licenciado don José López Portillo, ¿quién, que haya nacido a la vida política con este señor, puede fundamentar sus esperanzas, en sus gobernantes? La desesperanza y el desencanto existen y no son, del todo, culpa nuestra.

Aquella entrevista grabada en su enorme biblioteca, que bien podría contener adentro de sus paredes al Caterpillar, a la cuadrilla de trabajadores y al vecino furioso con todo y garage, estaba conducida por una mujer cuya belleza extrema era inversamente proporcional a su talento. A la pregunta obligada acerca de los problemas que enfrentaría un jefe de la ciudad de la oposición, el licenciado comenzó a disertar por la parte básica y práctica del problema y puso el ejemplo del drenaje. Dijo que no existen planos del drenaje de la ciudad y que el único que puede organizar ese intríngulis de tubos que van y vienen cargados de agua negra y de agua limpia, es un viejito que tiene la edad del drenaje y que conoce los sentidos del agua de memoria. Cuando el licenciado se preparaba para seguir con su recuento de problemas, la entrevistadora, bella hasta la desesperación, le preguntó qué significaba para él, el amor. Nunca sabremos qué secretos de la ciudad estaba a punto de revelar el licenciado. Pero sí sabemos qué nadie sabe ni en qué dirección ni por dónde ni a qué altura corre por esta ciudad la mierda. Otra cosa sabemos: hay que conservar, a toda costa, al viejito que carga con el drenaje en la memoria.

De los múltiples problemas que enfrenta nuestra ciudad, descontando por ejemplo ese cáncer que incubamos, desde que nacimos, patrocinado por el ozono y el benceno, no estaría mal para empezar, que los jóvenes dejáramos de aterrorizarnos cada vez que aparece en el horizonte una patrulla o un automóvil con tumbaburros y vidrios polarizados, de ésos que están ahí para protegernos. No estaría mal que los jóvenes contáramos, por primera vez, con la confianza de nuestro regente; que pensara, en serio, que somos buena parte del presente y todo el futuro de la ciudad y del país, que actuará en consecuencia y que diseñara una estrategia que nos haga amable y placentera la vida en la ciudad, y no un organismo de adultos, con funcionarios adultos, que aportan ideas de adulto, para que el joven se integre a la sociedad. Un organismo que expida tarjetitas de plástico para obtener descuentos en dos librerías inexpugnables y en un cine enclavado en Atizapán, no parece buena idea.

Si hemos de ganar la ciudad, don Cuauhtémoc Cárdenas tendrá que empezar desde el subsuelo, ahí donde descansan nuestras tuberías sin rumbo y nuestra memoria histórica. De esa maraña interminable de problemas, quisiera llegar al final de estas líneas, con éste, que más bien tiene el aspecto de petición: los estudiantes y todos en general le encargamos el tránsito libre, amable y digno de nuestras obras y de nuestras personas por esta ciudad que, a fin de cuentas, es nuestra.