``Usted podrá hablar de todo lo que quiera, pero el día de las elecciones lo único que tendrá importancia real será el precio de los cerdos en San Luis y en Chicago''. Esto lo decía en 1960 William Stratton, gobernador de Illinois y consejero político de Richard Nixon cuando éste contendía con John F. Kennedy por la presidencia de Estados Unidos. El mensaje de Stratton al candidato republicano --que, como se sabe, en aquella ocasión perdió las elecciones-- era claro. Señalaba que los electores, más que fijar su atención en los grandes pronunciamientos, se interesan por el estado que, a su juicio, guarda un número reducido de asuntos estrechamente vinculados con su vida cotidiana: el empleo, el ingreso, la capacidad de comprar, la educación, las expectativas de bienestar, la seguridad.
Si la cruda afirmación de Stratton tiene alguna validez general, el resultado de las elecciones del domingo pasado en México, lejos de dar un aval a la estrategia económica del gobierno, fue una fuerte llamada de atención --o incluso un franco rechazo, como sucedió en la ciudad de México-- por parte de los ciudadanos. A pesar de los esfuerzos propagandísticos desplegados en favor del programa económico oficial, éste fue un estigma negativo que marcó al partido del gobierno y a sus candidatos durante la reciente campaña electoral. En este terreno, la diferencia con la campaña electoral de 1994 no pudo ser más grande para ellos.
En aquel año, en efecto, los priístas cimentaron su campaña en el ``éxito'' económico del salinismo, que no era, por cierto, una figura meramente retórica y tenía expresiones prácticas en la vida cotidiana de la gente. Ahora, en cambio, tuvieron que cargar con un fardo abultado: la mayor crisis económica experimentada por los mexicanos después de los años treinta, desempleo, ajustes draconianos del ingreso, contracción del poder de compra, aumento del IVA, insolvencia de miles y miles de pequeños y grandes deudores, cuyos bienes han sido embargados por los bancos frente a deudas cuyo monto se ha multiplicado varias veces a consecuencia de la crisis financiera. Y lo peor para los candidatos oficiales fue que, para un número considerable de ciudadanos, todo esto es responsabilidad directa del gobierno. El resultado de la elección sugiere que un número muy alto de votantes no olvidó que los funcionarios que hoy señalan como causas de la crisis los errores, las imprudencias y las irresponsabilidades administrativas del gobierno anterior son los mismos que en la época de Salinas de Gortari tuvieron a su cargo la conducción de la política económica.
El ``voto de castigo'' al partido del gobierno y a sus candidatos emitido por la mayoría de los ciudadanos el 6 de julio parece validar la pragmática afirmación del ex gobernador Stratton. Queda por saber cómo se traducirá institucionalmente y a qué cambios de matiz y de prioridades dará lugar en la política económica. A juzgar por las primeras reacciones del mercado financiero, las expectativas poselectorales de los operadores y agentes económicos más poderosos están lejos de ser pesimistas. El espectro de la catástrofe que algunos enarbolaron en las semanas previas a la elección está totalmente descartado. Ahora, el nuevo equilibrio de las fuerzas políticas puede garantizar algo que nunca logró tener el proyecto de reforma económica que se inició en la década pasada: plena legitimidad y consensos verdaderos acerca de su alcance, sus ritmos y su contenido.