Pablo Gómez
Tres tercios

El país se ha mostrado con tres tercios políticos. Ni el viejo sistema de partido único ni un supuesto bipartidismo neoliberal-conservador tienen vigencia, al menos por ahora, en la conciencia nacional. México se desprende lentamente de sus viejos signos y rechaza volver a cerrar los espacios de la política.

El esquema político de tres tercios fue el objetivo electoral proclamado del Partido de la Revolución Democrática, y lo conquistó. Si descontáramos entre diez y 15 puntos porcentuales de la votación del PRI --votos comprados u obtenidos bajo presión directa--, los tres partidos principales del país se encontrarían casi con el mismo número de votos. Pero aun sin tal descuento (indispensable para todo análisis político serio), tenemos un fenómeno de tercios electorales aproximados.

Dos de esos tercios, sin embargo, se distribuyen de manera muy desigual. El PRD ha obtenido una brillante victoria en la zona metropolitana y confirmó su mayoría en Morelos y Michoacán, con una fuerte presencia en casi todo el sur y sureste. El PAN ha logrado sostenerse en gran parte del norte y en Jalisco. Sólo el PRI --partido de Estado que todavía lo es-- ha logrado una presencia electoral menos dispareja. Pero este fenómeno es, hasta cierto punto, natural, pues la concentración de fuerza política es uno de los requisitos de cualquier partido emergente para lograr avanzar.

Las regiones socialmente más atrasadas de México son las mayores aportadoras de votos para el PRI, el cual ha perdido casi todas las ciudades importantes del país y se sigue mostrando como un partido basado en los cacicazgos rurales y en los sistemas clientelares y asistenciales del Estado.

La gran ciudad, la zona metropolitana del Valle de México, ha votado mayoritariamente en favor de un cambio democrático sin concesiones al viejo régimen y por un programa social. En especial la corrupción ha sido, por ahora, uno de los grandes temas.

Sí hay un partido derrotado: el que tenía la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y ahora la ha perdido. Pero no se trata solamente de una derrota del PRI, sino de la relación perversa entre el Presidente y el Congreso, bajo la cual el poder Legislativo se encontraba en completa sumisión. Ernesto Zedillo pidió dos cosas a los electores: una Cámara dominada por él mismo para poder aplicar su programa, y un gobernador de la ciudad de México subordinado, como antes, a la Presidencia del país. Ninguna de las dos cosas fue concedida por la mayoría de los electores, a pesar de esa combinación extraña de ruegos, amenazas, sentencias y dádivas, con la cual se pidió el voto desde el poder.

En el nuevo escenario de tres tercios, el poder priísta puede ser más infuncional aunque no se produzca de inmediato una desbandada, ya que uno de los mayores reclamos ciudadanos ha sido el de acabar con los acuerdos de recámara, las complicidades entre políticos, la clausura de los foros de decisión y el tráfico de influencias. Los órganos del poder ahora están obligados a abrirse y a vincularse con la ciudadanía.

Con los tercios, ha llegado el tiempo de la lucha política abierta y sólo tendrán un lugar quienes admitan las reformas del Estado. No es posible un pacto exclusivo entre los dos partidos de oposición para mayoritear sistemáticamente al PRI, como si se tratara de una venganza con los mismos métodos repudiados por el pueblo y las mismas oposiciones. A juzgar por el voto, lo que el país reclama es la lucha entre los partidos y la organización de éstos.

Bajo los tercios electorales, gran parte de la negociación política tendrá que ubicarse en la Cámara de Diputados, donde los grupos parlamentarios deberán actuar como representantes de las partes políticas del país, es decir, de los partidos en su sentido más amplio. Las direcciones partidistas tendrán que serlo efectivamente para lograr la indispensable coherencia de las formaciones políticas. El Presidente de la República tendrá que empezar a aprender a consultar con los líderes nacionales de los partidos.

En un esquema de tres tercios, las posiciones políticas de los partidos se enfrentarán al juicio de los ciudadanos y cada cual tendrá que pagar los costos de sus desaciertos.

Pero, además, ya no habrá solamente gobernadores del PRI y del PAN. La gran capital será gobernada por un perredista y el Legislativo de la ciudad contará con mayoría absoluta del PRD, a diferencia de lo que ocurre en cada vez mayor número de entidades. El Partido de la Revolución Democrática tendrá la mayor plataforma política de dimensión local, el gobierno de la región más nacional del país.

Con tres tercios, tenemos hoy en México la posibilidad de empezar a conformar un sistema de partidos y, sobre todo, un régimen democrático de derecho. Ya no se puede caminar tan lentamente hacia la democracia. Ha llegado el momento de los cambios.