Los electores europeos están rechazando a los partidos que alientan el capitalismo salvaje. Sólo basta analizar la abrumadora victoria del Nuevo Partido Laborista de Tony Blair en la Gran Bretaña, y el triunfo indiscutible del Partido Socialista francés de Lionel Jospin. Con esas victorias contundentes sobre el thatcherismo y el neo-degaullismo, los votantes han combatido los dogmas neoliberales: los tratados librecambistas que menoscaban la soberanía, las desregulaciones que promueven la ley de la selva y las privatizaciones que contribuyen a la concentración ofensiva de la riqueza. Los votantes intentan repudiar las ``sanas finanzas públicas'', únicamente aplaudidas por el Fondo Monetario Internacional, el dogma de la baja inflación y la sofocante restricción del circulante. Las prioridades del electorado europeo han regresado a lo que Jospin denomina ``utopías concretas'', o sea, sueños realizables; el empleo y el bienestar familiar. No es una coincidencia que la abrumadora mayoría de los países miembros de la Comunidad Europea estén hoy en día gobernados por partidos socialistas.
Al analizar el estado actual del ideal democrático, el ensayista francés Ignacio Ramonet lamentaba recientemente que organizaciones supranacionales sin ninguna legitimación electoral, como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, ejerzan una ``dictadura virtual'' para obligar a los gobiernos europeos (¡qué decir de nuestros débiles gobiernos latinoamericanos!) a adoptar medidas económicas contra los mejores intereses del pueblo. Para Ramonet, la economía se encuentra cada día más desconectada de lo social, pero los gobernantes se rehúsan a aceptar las consecuencias desastrosas de la globalización: desempleo, pobreza, exclusión y rompimiento.
Pagar la deuda externa puntualmente y a tasas de mercado, vigilar celosamente la balanza comercial, evitar presupuestos deficitarios, restringir el circulante monetario y derrotar la inflación se imponen hoy en día sobre las políticas sociales prioritarias. Los gobernantes modernos, seducidos por la teoría del libre cambio, abandonan la retórica nacionalista y rinden las cuentas de sus gestiones cuasi-gerenciales con estados financieros auditados y avalados por las organizaciones internacionales. Con la globalización, se debilita cada día más la rectoría del Estado. Y, con el auxilio de la econometría, la ``mano invisible del mercado'' se ha convertido sigilosamente en una ``mano negra''.
En un ensayo reciente titulado La Amenaza Capitalista, George Soros, el filósofo amateur convertido en renuente oráculo de los mercados financieros; el hombre que estuvo a punto de quebrar al Banco de Inglaterra en 1992, apostando contra la libra esterlina en una sola operación en la cual obtuvo utilidades por mil millones de dólares, advirtió recientemente los peligros que entrañan el capitalismo sin barreras. Para Soros, el mayor enemigo de las sociedades democráticas ha dejado de ser el comunismo totalitario. Ese peligro obsoleto ha sido sustituido por la ``amenaza capitalista''; un dogma insidioso que pretende infiltrar los ``valores del mercado'' en todas las áreas de nuestra vida cotidiana.
Soros afirma que el capitalismo sin barreras no pretende ``deliberadamente'' la desaparición del Estado, como en su tiempo lo intentaron el comunismo y el nazismo. Sin embargo, igual que la izquierda y la derecha del totalitarismo político del siglo XX, el capitalismo salvaje auspiciado por el neoliberalismo pretende también detentar el monopolio de la verdad absoluta. Para el ``hombre que mueve los mercados financieros'', el liberalismo económico, ese ``dejar hacer'' y ``dejar pasar'' basado en un individualismo enfermizo, solamente puede ser tolerado por las sociedades democráticas cuando se le somete estrictamente a las prioridades del bien común.
El mensaje de los votantes ingleses y franceses es sumamente sencillo. El pueblo quiere más y mejores empleos, más bienestar económico, más seguridad, más regulación, más protección a los desheredados. En otras palabras: ¡más gobierno! Pronto, muy pronto, los electores mexicanos tendrán la oportunidad de expresar sus sentimientos al respecto. ¿Triunfarán los reclamos de los pobres o el Tratado de Libre Comercio? ¿Ganará la seguridad social o la doctrina neoliberal? ¿Continuará en nuestro país la marcha inexorable de la Amenaza Capitalista anunciada por Soros.