Arnoldo Kraus
Cárdenas: de su tenacidad a nuestra esperanza

Siempre he admirado la tenacidad. La aprecio sobre todo cuando se persiste a pesar de adversidades reales, aparentemente infranqueables o inventadas. Y la justiprecio, sobre todo, cuando la lucha comparte fines personales y de grupo. Reconocida la victoria actual de Cárdenas, el hurto de 1988 puede quedar en el olvido. No porque el robo de la década pasada sea poco, sino porque la mirada al futuro y la posibilidad de construir son siembra y motivo suficiente de júbilo.

Para quienes vivíamos huérfanos de democracia y desesperanzados por la petrificación del ``no al cambio'', la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas ofrece, de golpe, dos lecciones: el cambio como realidad y la tenacidad como conquista y enseñanza. La primera es un gran fruto para la sociedad, cuya presencia y voz, ya sea por medio de la prensa o del diálogo cotidiano, fueron cimentales para bienvenir mejores tiempos. Aunado a lo anterior, analistas políticos y ciudadanía se congratulan porque la democracia empieza a ser palpable. La transparencia de las elecciones es logro de Ernesto Zedillo.

La tenacidad es la segunda lección. El compromiso, la lucha perenne y el esfuerzo continuo, por supuesto, son méritos de Cárdenas. Hoy esa admirable reyerta contra adversarios oscuros se ha ganado. Lo que sigue, es labor de todos. Alcanzado el éxito, la obligación no es sólo del PRD-Cárdenas sino de toda la comunidad. Ahora empieza el reto ciclopeo. Sociedad y regente electo, no impuesto, deberán demostrar en tres años, cortísimos años, que sí se puede. Que los cambios sirven. Que ni el dinero ni las inversiones huirán por la derrota del PRI. La llegada de la oposición deberá leerse no como castigo contra el partido gobernante, sino como muestra de madurez y salud. Queda claro que los únicos que temen al cambio son quienes militan en el PRI y que obcecadamente consideraron que sin su presencia, la anencefalia sería destino. Nada más equivocado. Quienes deseamos para México un mínimo de justicia y equidad, la decapitación de lo viejo e insano es esperanza. Todo tiene fin. El abuso de la autoridad por las autoridades y la corrupción e impunidad ilimitadas también fenece. El temor a las modificaciones existe porque depara, para quienes todo pudieron, un destino sin omnipotencia, sin omnipresencia.

Gobernar el DF debe ser no menos difícil que torear sin ser torero. Los 20 millones de habitantes que viven en la capital y sus áreas conurbadas requieren igual número de soluciones. Hace pocos días, al platicar con Cárdenas, exhibí mi escepticismo: debe ser casi imposible mejorar la situación de la urbe más poblada del mundo. En el DF todo es problema. No hay rubro fácil ni situación resuelta. Lo que no es brete para unos, lo es para otros. Lo que a unos angustia, a otros no. Contaminación, violencia, desempleo, salud, deforestación, transporte, suministro de agua, corrupción, impunidad y asaltos cotidianos son tan sólo algunos de los lastres a vencer. ¿Quién queda fuera de este paquete de amenazas? ¿A quién no lo ha acompañado el desasosiego por el presente incierto y el futuro nebuloso de su ciudad? Los problemas se encuentran tan densamente eslabonados que la solución de uno debe hacerse con suficiente cuidado para que la cadena no se rompa en el eslabón más débil. Ni la liviandad ni las decisiones fáciles serán la regla para el gobierno perredista. El quid consistirá en desmenuzar con orden y lógica cada uno de los retos.

¿Cómo saber cuál es el embrollo fundamental? En Iztapalapa preocupan agua y seguridad. En las Lomas de Chapultepec, la contaminación. En el primer cuadro, transporte y estacionamiento. Para quienes carecen de servicios médicos, el acceso a la salud es prioritario; a lo largo de la ciudad, el fantasma-realidad de la violencia es amenaza cotidiana. El juicio de Cárdenas y su equipo consistirá en abordar cada escollo sin descuidar los otros. Por la complejidad del caso, no dudo que un grupo de ``observadores externos'', ajenos al partido, cuya función sería valorar, y por supuesto criticar la labor de la nueva regencia, sería de gran valor.

No hay que temer a las transmutaciones. Brindemos por el ocaso de la imposición. En el DF los regentes designados por amistad, dedazo o magia han muerto. El cambio suele ser vida. Y el cambio por elección es una apuesta por uno mismo y por el futuro. No dudo que éste es el momento de amalgamar los esfuerzos de una sociedad ávida por otras caras, con la tenacidad de quien apostó al cambio y a sí mismo al abandonar, años atrás, un partido envejecido.