La Jornada sábado 5 de julio de 1997

Luis González Souza
Sí... Cuauhtémoc

Tiempo de urnas, hora de definiciones. Ningún mexicano debe quedar al margen. La pasividad ha sido, a final de cuentas, la madre de todas nuestras calamidades. Y hoy esa pasividad sería fatal, puesto que México encara una disyuntiva histórica. Si no cambia, o si sólo cambia de fachada, continuará su hundimiento en el pantano de la desnacionalización y el atraso. Y otro tanto ocurriría si se produce un cambio ultrarradical, violento. Pero si el cambio es profundo y a la vez civilizado, entonces México por fin comenzará a ser la nación que merece ser.

Este cambio está a la mano. Y es hora de ganar, así sólo sea por justicia divina. Pero hay que definirse y enseguida participar, cualquiera que sea nuestra trinchera. De lo contrario... luego no podremos llorar como víctimas, lo que no supimos defender como electores.

Lejos de pretender originalidad alguna, nuestra definición se suma a la de millones de compatriotas. También nosotros creemos que, si de pensar en México se trata, hoy por hoy Cuauhtémoc Cárdenas es la alternativa. Las razones varían, no así la motivación de fondo: iniciar de una buena vez, o consolidar si se prefiere, el tránsito hacia un México democrático. Lo que en gran medida significa, a nuestro entender: un México estable, justo, soberano y por ende próspero, de veras moderno. En nuestro caso, son muchas las razones de votar por Cuauhtémoc. Aquí sólo hay espacio para anotar las principales en cada uno de los tres renglones básicos: sentido histórico, programa de gobierno y cualidades personales.

A lo largo de nuestra historia, la poca o mucha fortuna de México ha estado ligada al equilibrio social y político, resumido en la popular teoría del péndulo (un sexenio a la izquierda, otro a la derecha y otro al centro). Cuando el equilibrio se ha roto, el desastre ha sido la constante: desde las desventuras de Santa Anna hasta las de Porfirio Díaz. De 1982 a la fecha, México sufre la medicina neoliberal, incapaz de curar la enfermedad estatista. Tan sólo entonces por razones de equilibrio básico, es hora de frenar el corrimiento de México hacia la derecha. Nada más creíble y eficaz para hacerlo que una alternativa de filiación cardenista. No para regresar al pasado; sí para dar paso a un mejor futuro, en primer lugar vacunado contra desequilibrios de plano destructivos.

Esto nos lleva a las razones de orden programático. Si hemos de ser objetivos, el alejamiento de la justicia social en todos sus nutrientes (distribución de la riqueza, oportunidades de empleo, capacidad real para ejercer derechos y libertades) ha sido el saldo más negativo del neoliberalismo a la mexicana. Incluso se ha cancelado el mayor logro del régimen posrevolucionario: la famosa paz social o estabilidad política. Chiapas no es sino el primer aviso. Si hemos de ser honestos, es el programa de Cuauhtémoc Cárdenas el que atiende con mayor congruencia (desde su campaña presidencial de 1988) la necesidad de justicia social. Y además enfatiza sus condicionantes básicas: la democracia y la soberanía. ¿Es necesario reiterar que mientras una minoría desnacionalizada siga lucrando con la descapitalización de México, jamás habrá justicia social ni estabilidad firme?

De poco serviría un programa con sentido histórico y sensibilidad política sin un liderazgo y un equipo con capacidad para hacerlo realidad. Aunque ahora sólo se trate de gobernar la capital de México (que en sí es trascendente), Cuauhtémoc ha demostrado muchas cualidades, empezando por sus muchos tamaños. Desde Vasconcelos (1929) hasta Diego Fernández de Cevallos (quien pudo ganar en 1994 pero no quiso, según se dice), pasando por Almazán (1940), Padilla (1946) y Henríquez Guzmán (1952), ningún líder opositor en México había resistido los cañonazos del sistema: cooptación, acobardamiento, exilio. En cambio Cuauhtémoc, notablemente desde su salida del partido oficial en 1987, sigue enfrentando -con el valor que sólo dan los principios y los ideales- al régimen. Y no a cualquiera, sino a uno que, en manos de los Salinas, mostró una belicosidad capaz de todo, incluidos los asesinatos.

Un mexicano con esa entereza, sin duda puede convocar a millones de mexicanas y mexicanos. Con mayor razón puede conformar un excelente equipo de gobierno. Más aún, lejos del caudillismo. Cuauhtémoc busca gobernar con la participación de todos; por lo pronto, los capitalinos. Sólo así, con democracia desde abajo y con un liderazgo tan certero como valiente, podrá México ser la nación que merece ser.