Enrique Calderón A.
Las elecciones de mañana
Muy pocas veces el país ha llegado al día de elecciones con las expectativas y el entusiasmo que hoy se observa en amplios sectores de la población ante las posibilidades reales de cambio en el sistema político mexicano. Existen razones sobradas para ello: la presencia de cuatro gobernadores pertenecientes a un partido político distinto al PRI, y la posibilidad de que ese número se duplique como resultado de la elección del domingo hablan de una apertura democrática real por parte del gobierno.
Asimismo, la posibilidad de que por primera vez el Congreso de la Unión se conforme de manera plural, sin la dominación mayoritaria del partido oficial, constituye un cambio fundamental en la estructura política de la nación. De concretarse este cambio, México habrá dejado atrás el autoritarismo presidencialista que ha caracterizado al país prácticamente todo el siglo. Atrás quedarán los tiempos en los que el Presidente podía ordenar a su conveniencia el cambio de las leyes, y atrás quedará también la posibilidad de que intereses y gobiernos extranjeros nos impongan su voluntad mediante del simple procedimiento de doblegar y hacer de nuestros gobernantes sus prisioneros. La capacidad real de un Congreso plural para limitar los poderes presidenciales y terminar con la discrecionalidad con la que hasta hoy se han manejado los recursos de la nación, constituye un avance fundamental para terminar con la corrupción y la impunidad que hemos tenido que soportar tanto tiempo.
Para los habitantes de la ciudad de México y más concretamente del Distrito Federal, las elecciones de mañana constituyen por sí mismas un hecho histórico. Por primera vez tendremos derecho a elegir a nuestro jefe de gobierno por medio de un proceso democrático. No se trata de un acto protocolario, como algunos lo interpretan para sustentar la tesis gubernamental de que, después de todo, el Distrito Federal ha estado bien gobernado todo este tiempo sin necesidad de elecciones.
No es el caso. Las elecciones de mañana para elegir a nuestro jefe de gobierno constituyen un hecho esencial, porque las elecciones son la esencia de las sociedades modernas.
Si quisiéramos decir algo positivo de la situación que hemos vivido en el Distrito Federal podríamos hablar de una ``buena'' administración, nunca de un buen gobierno. Los recursos públicos han permitido construir una ciudad pavimentada, dotada de energía eléctrica, de infraestructura sanitaria, de servicios básicos de limpieza y recolección de basura, de dotación de agua potable. Sí, todo esto existe en una buena parte de la ciudad y está bien aceptado por la mayoría de la población, reconociendo desde luego fallas y deficiencias. Pero gobernar es otra cosa.
Porque gobernar implica gobernar para todos, y no para unos pocos; gobernar implicar mantener equilibrios y considerar por igual los derechos de todos. El Distrito Federal es hoy, más que nunca, lugar de desequilibrios vergonzosos en todos los aspectos: en la distribución del ingreso, en la educación, en el acceso a los servicios médicos, en la misma distribución de algo tan básico como el agua. Gobernar implica impartir justicia, no para favorecer a quien tiene más, sino a quien tiene la razón; no para extorsionar sino para corregir lo que está mal. Gobernar implica proporcionar seguridad a la sociedad, seguridad en sus propiedades, en su integridad física, en sus derechos de transitar libremente por la ciudad. Hoy no es este el caso: una cuarta parte de la población adulta reporta haber sido víctima de algún atraco en los últimos 18 meses, y una quinta parte de esos delitos ha incluido lesiones para las víctimas. Mañana los habitantes de la ciudad tendremos oportunidad de terminar con todo esto.
Por ello, démonos tiempo para acudir a la casilla que nos corresponde, para emitir el voto que nos hemos ganado y que otros han ganado para nosotros.