El 7 de julio sabremos si celebramos la entrada al siglo XXI o continuamos anclados a este turbulento fin de siglo y atados a reglas que no pueden ser más.
Hay elementos suficientes para creer que la elección será limpia y transparente. A pesar del recelo de muchos, producto de manejos turbios en el pasado, no hay bases para suponer un macrofraude. El presidente Zedillo ha honrado su compromiso de promover elecciones limpias, como lo han reconocido inclusive figuras de oposición. La misma ley electoral, aunque perfectible, limita de manera notable dicha posibilidad. Sería un contrasentido suponer que el gobierno federal ha pactado con los partidos reglas claras y aumentado la confiabilidad del proceso para luego violentarlo, con consecuencias imprevisibles.
Comicios limpios y concurridos mostrarían, en primer lugar, que podemos hacer cambios pacíficos y concertados. Es decir, que podemos romper la leyenda del México bárbaro. En segundo término, sería una demostración de que los priístas no le tememos a la confrontación política y nos atenemos a las reglas electorales. Por último, sería una muestra de que la consolidación democrática no requiere de la desaparición del PRI. La democracia no es un ejercico de restas, sino de sumas.
Por otro lado, sería inocente suponer que en algunos lugares no se cederá a la tentación del microfraude. Esta amenaza no sólo provendría de grupos atrasados del PRI, sino también de sectores de oposición que han aprendido los vicios del sistema y que tratan de justificar su acción porque, después de todo, el partido en el poder ``lo hizo primero''. Quien recurre a estas artimañas no ayuda a su causa. Los partidos, las organizaciones civiles, los ciudadanos y sobre todo el gobierno federal deberán estar vigilantes e investigar y castigar con prontitud a quienes siquiera lo intenten.
Los ataques recurrentes y las descalificaciones personales a lo largo de la campaña se han revertido contra quienes los lanzaron, pero también han dañado la credibilidad en la política como un medio de resolver nuestros diferendos y problemas, en un momento en que el país necesita creer en los buenos oficios de la política para recorrer los tramos que aún nos faltan en la consolidación democrática y la reforma del Estado.
En un ejercicio de especulación y dadas las tendencias ya detectadas, sería interesante suponer qué pensarán algunos actores el 7 de julio a las siete de la mañana.
A la luz de los resultados, en el PRI deberemos buscar nuevos métodos de hacer política en varios aspectos importantes. Uno de ellos es la selección de candidatos sobre bases más claras y democráticas. Los resultados deberán leerse como el fracaso no del PRI sino de la estrategia del golpeo a diestra y siniestra. El ataque simplón a los contrincantes que alcanza las primeras planas y el aplauso fácil de quienes todo lo aplauden, se nos revierte a la larga porque nos hace aparecer, de manera inexacta, como una organización sin argumentos ni proyecto. Los estrategas del PAN que le apostaron al ataque, se enfrentarán a su realidad: un partido que ha crecido más por nuestros errores que por sus aciertos, con limitaciones de proyecto que están a la vista. Un partido de autodenominados infalibles que vieron las pajas en los ojos ajenos, pero que nunca advirtieron la Paca en el propio.
Qué pensarán el 7 a las siete los estrategas que apostaron al inmovilismo en el diálogo entre el EZLN y el gobierno federal, esperando resultados electorales favorables, que detuvieran las aspiraciones de una parte u otra. La composición previsible de la Cámara de Diputados obligará a concertar, con meses de retraso, lo que pudo destrabarse con más voluntad política. Ahí estarán esperando los Acuerdos de San Andrés como un recordatorio del camino que se debió seguir.
No podrán ignorarse los comicios, de ahí que resulten desenfadados y faltos de sensibilidad los pronósticos de que éstos no influirán en la política económica ni en ninguna otra. Aunque es cierta la competencia federal en la determinación de políticas, resultados adversos significarían un serio llamado de atención que no deberá ignorarse, a riesgo de dar la espalda a la realidad y encaminarse a un suicidio político. El voto castigará la lentitud y profundidad de una recuperación que aún no llega a los salarios y no se refleja en las mesas de las familias.
El próximo lunes, cualquiera que sea el resultado, la oposición se encontrará con nuevas responsabilidades. Deberá decidir entre la tentación del ajuste de cuentas o la negociación política y la reconciliación nacional.
Hacia el futuro, una elección limpia dará al país estabilidad y la posibilidad de construir sobre este importante capital de certidumbre. Para el PRI significará o deberá significar un recambio de estrategias. No hay otro camino que la búsqueda de la democracia interna y externa. Ser aliados del cambio y no sus víctimas. Aportemos nuestras experiencias positivas y hagamos ver que el PRI es necesario en el futuro. Ante el triunfo o la derrota, hagamos política de calidad.
El imperativo de votar coloca al ciudadano con la formidable arma que necesita para cambiar al país. Cualquiera que sea el sentido de su voto, votar es abrir la puerta a un mañana mejor.