Jean Meyer
Guerra, paz y petróleo

En el marco del nuevo ``gran juego'' que va del mar Caspio hasta Afganistán, Transcaucasia (Armenia, Azebaidzhan, Georgia) es esencial. Rusia, Turquía e Irán tienen fronteras con ella y defienden intereses estratégicos vitales. Se entrelazan divisiones étnicas, herencias históricas odiosas con los planes de desarrollo de las enormes reservas gasopetroleras del mar Caspio y de Asia Central. ¿Cómo llevar esas riquezas hacia Europa? ¿Cuál trazo van a seguir los nuevos ductos, si Estados Unidos veta el camino iraní, si hay guerra en Afganistán, si la guerra puede reanudarse hoy o mañana en Georgia, en Chechenia, en el Alto Karabaj?

A lo mejor el petróleo, factor bélico en tantas ocasiones, puede alentar las perspectivas de paz y seguridad en la región. Veamos el conflicto del Karabaj, ya viejo de nueve años. Empezó en 1987-1988 a la hora de las siniestras intrigas del crepúsculo soviético; culminó en una dura guerra en la cual, contra toda previsión, los armenios de la sierra del Karabaj, defendieron y conquistaron en el campo de batalla su derecho a la autodeterminación. El costo fue altísimo para Armenia y Azerbaidzhan y las interferencias extranjeras tan múltiples como incesantes. Desde tres años una tensa calma reina; las milicias armenias ocupan buena parte del territorio azerí, el cual quieren cambiar contra el reconocimiento de su independencia (ya que parece imposible su integración a Armenia).

Ese conflicto sigue siendo una bomba de tiempo; es un obstáculo mayor a la explotación del petróleo del Caspio porque el Karabaj es el camino lógico de un futuro oleoducto hacia Turquía y el Mediterráneo. Hasta la fecha, Armenia y Turquía no tienen relaciones diplomáticas. Turquía apoyó en la guerra a los azerís, mientras que Rusia, después de seguir un juego doble, le apostó a Armenia con la ayuda de Irán. Turcos y armenios siguen presos de la memoria histórica y la desconfianza mutua no se podrá disipar mientras no enfrenten a su pasado. El problema terrible es el genocidio sufrido por los armenios durante la primera Guerra Mundial. Mientras Turquía siga negando esa realidad histórica, Armenia no podrá tenerle confianza; Turquía, además de su resistencia sicológica a reconocer los hechos, teme que Armenia pida algún día reparaciones y restituciones territoriales.

El genocidio tuvo su papel en la guerra del Karabaj. Después de las matanzas perpetradas en Sumgait y Baku, en 1988, por unos azerís contra armenios, los del Karabaj, distrito armenio bajo tutela de Azerbaidzhan, conquistaron su independencia para exorcizar el temor de un nuevo genocidio. Tanto para los turcos como para los armenios, la guerra del Karabaj cristalizó sus miedos más delirantes, arraigados en la herencia del genocidio.

Rusos, europeos y americanos, demasiado interesados en la pacificación de la zona, indispensable para alcanzar el tesoro petrolero, entienden ahora la necesidad de arreglar el conflicto, acá como en Chechenía (otro oleoducto), Georgia (otro ducto programado) y Afganistán (otros ductos previstos). En las últimas semanas se han multiplicado los encuentros entre armenios y azerís en Moscú, Ankara, París o Washington. La idea, últimamente manejada por el presidente azerí, el viejo cacique Aliyev, es proponer a Armenia la construcción del famoso oleoducto a través de su territorio. Sería el camino más corto hasta la costa turca en el Mediterráneo y una alternativa a la ruta ruso-chechén ya existente. Faltaría convencer a los armenios, no sólo de Armenia, sino del Karabaj, de reconocer la soberanía azerí sobre este pequeño reducto serrano. Azerbaidzhan debería darle su autonomía política y militar, bajo garantías internacionales a toda prueba. El actual primer ministro armenio era hasta hace poco presidente del Karabaj y la reacción oficial al sondeo azerí ha sido: ``encantados con los beneficios económicos del ducto, pero no cambiaremos la seguridad de nuestros hermanos contra petróleo''.

Le toca a la comunidad internacional comprometerse. Debe ayudar a Turquía en reconocer oficialmente que hubo genocidio contra los armenios; es un elemento moral decisivo para convencer a los armenios de bajar la guardia. Además, la creación de un sistema de seguridad real en esa región esencial debe asociar a Rusia, Turquía e Irán. A Estados Unidos le costará trabajo admitir que no se puede abrir un diálogo verdadero en la región, sin la participación iraní. Sin embargo, tendrán que entenderlo. Ambos aspectos del problema exigen romper con líneas heredadas del pasado; eso necesita valor moral y visión a largo plazo. De eso depende la paz y la seguridad al norte y al sur del Cáucaso, en Asia Central y en Afganistán.