Luis Javier Garrido
Bajo el volcán

El gobierno de Ernesto Zedillo va a perder las elecciones, pero él pretende seguir gobernando como si nada en nombre del salinismo.

1. Los tecnócratas que gobiernan a México no quieren (o no pueden) tener una lectura correcta del malestar que crece en el país y, además de tratar de aprovechar las elecciones para ``legitimarse'' en el exterior como ``democratizadores'', quieren pasarle al PRI la factura del desastre electoral, reduciendo todo a una lucha entre partidos, y pretendiendo que el repudio popular es al tricolor y no a Carlos Salinas, ni mucho menos a Ernesto Zedillo y a sus políticas.

2. La regla democrática supone que los gobernantes deben acatar el mandato popular, pero en México de acuerdo con la lógica peculiar de Ernesto Zedillo las cosas se tienen que dar a la inversa, por lo que luego del 6 de julio el pueblo ha de continuar aceptando las imposiciones de quienes se han adueñado del país, aunque éstos hayan perdido las elecciones. En la entrevista que tuvo con Jorge Fernández Menéndez (Multivisión, 29 de junio), anticipándose a la debacle electoral de su gobierno, Zedillo reiteró lo que ya había dicho en foros empresariales: a pesar de que los electores manifiesten un abierto repudio a sus políticas, las seguirá aplicando, y todo ello con un ``argumento'' que no tiene pies ni cabeza pues aunque él encabeza (formalmente) al grupo de extremistas de derecha que se han apoderado del aparato del Estado, pretende que las oposiciones a su gobierno provienen sólo de actitudes ``radicales''.

3. En una ``democracia occidental'', quienes están en el poder saben que cualquier resultado adverso en unas elecciones legislativas tiene consecuencias: en los regímenes parlamentarios conduce al cambio de gobierno y en los presidenciales a una modificación de las políticas. Pero cuando se pretende, como es el caso, que se trata de elecciones para ``una transición'' no hay más que una lectura posible de lo acontecido: Zedillo no tendría más alternativa que la de presentar su renuncia a fin de abrir la vía a un verdadero gobierno de transición.

4. La realidad de las cosas es sin embargo que no hay ``transición'' alguna en México, y que las elecciones de 1997 están desnudando una vez más a los tecnócratas, que pretenden que la propaganda demagógica puede suplir a los hechos. 1997 no es, como pretendió Zedillo, ``el año de la democracia'' (3 de junio), sino del mediocre intento de los salinistas para refuncionalizar al ``sistema'' con el apoyo de la cúpula de los partidos, a fin de poder ellos continuar sirviendo a los intereses trasnacionales.

5. El ``sistema'' presidencialista y de partido de Estado sigue en pié y no es de extrañar por eso la actitud de Ernesto Zedillo y de Emilio Chuayffet, que de vulcanólogos pasan a politólogos anunciando a toda hora que ya hay democracia, mientras el Ejército atemoriza en toda la República a la población campesina y las brigadas de Alfredo del Mazo recogen impunemente credenciales de elector y reparten libelos contra Cuauhtémoc Cárdenas en la ciudad de México.

6. En la lógica tecnocrática la derrota es del PRI y no de Los Pinos, y Ernesto Zedillo espera seguir prevaleciendo en la Cámara de Diputados porque la campaña electoral permitió ahondar las divergencias entre el PRD y el PAN y crear las condiciones para que se fortalezca la alianza neoliberal de la cúpula panista con el gobierno.

7. El mejor ``candidato'' del presidencialismo lo constituyen hoy los partidos políticos, como lo señalaban los zapatistas en el comunicado con el que rompieron su silencio de varios meses (1o. de julio), y en el que recuerdan que hay un estado de sitio en el sur y sureste del país.

De ahí la importancia que tiene en el futuro inmediato de México la acción de los ciudadanos.

8. La campaña propagandística del gobierno, cuyo gurú sigue siendo el aventurero Joseph-Marie Córdoba, en el sentido de que por el hecho de que ``el PRI'' pierda la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y dos o tres gubernaturas ya hay ``una transición'', no tiene que ver por lo tanto con la realidad.

Los tecnócratas saben que con la ``alquimia'' y la ``ingeniería electoral'' juntas no hubieran podido evitar el hundimiento electoral del régimen, e intentan trocar esa derrota real en una aparente victoria suya a fin de continuar en el poder.

9. La transición democrática requeriría en México no sólo a) terminar con ``el sistema'' de partido de Estado y todo lo que implica (el carácter oficial del Partido Revolucionario Institucional, el corporativismo sindical, el control estatal de los medios, el sometimiento del Poder Judicial, las leyes sesgadas), sino además dos aspectos sustanciales; b) recuperar para la Nación los recursos y bienes que Carlos Salinas de Gortari y sus amigos se autoadjudicaron convirtiéndose prácticamente en dueños del país y, desde luego, c) echar a los salinistas del poder y someterlos a procesos penales por sus crímenes contra la Nación; y este proceso aún no se inicia porque ningún partido ha tenido la claridad para proponerlo.

10. El gobierno ``de Zedillo'', como es evidente, será mucho más autoritario --y peligroso-- después del domingo 6 de julio, pues habrá vendido al exterior la idea de que la transición ya se produjo, y todo ello manteniendo al PRI y al presidencialismo y quedándose los salinistas en el poder.