Pablo González Casanova
México en la bifurcación
A Carlos y Cristina Payán
Muchos se preguntan qué va a pasar en Chiapas y en el Distrito Federal. Otros, qué va a pasar en el Poder Legislativo. Todos se preocupan por lo que va a pasar en México, unos porque quieren que todo siga igual; otros porque quieren avanzar a la democracia con presencia del pueblo en las decisiones, y a la justicia con políticas sociales no excluyentes.
Me parece que estamos al filo de una ``bifurcación'', que en ciencias de la complejidad significa: ``momento en que un sistema cambia de régimen o se destruye'', y que en el lenguaje común quiere decir: ``enlace entre dos vías por el que los trenes pueden pasar de una a otra''. Si tal es nuestra situación, vale la pena pensar con qué fuerzas contamos para enfilar hacia un régimen democrático y menos injusto.
Empiezo por recordar algunos valores compartidos en los últimos años y ahora: ¿No es notable que unos días después de iniciada la guerra en Chiapas haya cesado el fuego y se hayan iniciado las primeras gestiones por la paz? ¿No es también importante que desde 1994 se hayan manifestado fuerzas en la sociedad civil y en el propio gobierno favorables a la paz, y que hasta hoy han impedido una guerra generalizada y abierta? Más adelante analizaré los datos de la realidad adversa. Por lo pronto enuncio reflexiones sobre hechos alentadores.
Incluyo necesariamente los acuerdos de San Andrés. Se firmaron en forma unánime, tras amplias consultas al Presidente de la República y a las bases del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Fueron apoyados por todos los pueblos indígenas de México. ¿Qué lógica nos llevó a alcanzarlos? ¿Qué argumentación sólida, influyente en las más distintas corrientes políticas e ideológicas de México, permitió a los representantes de todos los partidos, de todas las etnias y a los más opuestos asistentes de San Andrés llegar a un compromiso que todos celebramos? Ese compromiso significa la posibilidad de una solución a nivel mundial: sus planteamientos son ejemplares para resolver uno de los problemas que en el mundo más víctimas ha cobrado, el de los estados y las etnias que se destruyen mutuamente. Aquí tenemos una cultura política muy extendida que parece alentadora en tres puntos: el de las etnias, el de las religiones y el de los municipios. En México, los indios se sienten mexicanos y también indios. Es una fortuna.
Ninguno piensa, ni remotamente, en términos ``etnicistas'', menos de ``pureza étnica''. El humanismo de los indios de México es freno a las luchas tribales, al racismo de los pobres, a las guerras fraticidas y la desintegración nacional. Los indios han construido su identidad como indios, como mexicanos y como seres humanos. Ellos y los no indios de la población campesina y urbana, no sólo tienen una arraigada cultura antirracista, sino una cultura del respeto a las ideas y creencias de los demás. Esa cultura viene de una larga historia de las masas, la que encabezaron los padres de la Patria y sus grandes herederos del Constituyente del 57 y del 17. Esa cultura no sólo es de origen liberal, corresponde a las convicciones del clero mexicano posconciliar.
A la múltiple identidad, no excluyente, y a la cultura predominante de pluralismo ideológico y religioso, se añade una lógica compartida por muy distintos grupos políticos y sociales del país en torno al municipio. Se trata de una lógica que es lugar de encuentro de ideologías en varios puntos antagónicos. Es la que permitió los acuerdos de San Andrés sobre las autonomías y los derechos de los pueblos indios. En los planteamientos concretos de las autonomías, los pueblos indios incluyen a los no indios, y viceversa. Es asombroso que el México informal pida ser constitucional. La respuesta favorable a sus demandas abrirá el camino de una democracia municipal y multiétnica. En México la cultura de la unidad en la diversidad puede avanzar de manera ejemplar, sin peligros de desestabilización que no puedan ser resueltos en forma democrática y constitucional. Es más, sólo los cambios democráticos y constitucionales del régimen impedirán la desestabilización o desintegración del país.
La posibilidad de cambiar de régimen político hacia uno más democrático en los municipios, en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en el sufragio efectivo y las elecciones, así como en el respeto a los pueblos indios, cuenta con esos y muchos elementos políticos y culturales para asegurar la ``gobernabilidad democrática''.
Si se repara en algunos valores políticos, se advierte que en el campo de los partidos también disponemos de posibilidades notables, a menudo mayores que las de muchos otros países. Desde luego, el pueblo o los pueblos de México poseen una experiencia de organización, diálogo, disciplina y movilización que combinan con su imaginación, su solidaridad comunitaria y sus sagacidades sorprendentes. En todo caso, se trata de un pueblo de pueblos que no tiene una cultura autodestructiva ni fatalista, ni aventurerista ni ``cínica'' o conformista. Es más, en la mayoría del ``bajo pueblo'', numerosas comunidades, familias, individuos, poseen una altísima moral y una hermosa honestidad --aunque algunos clasemedieros no lo crean. Es cierto que la criminalidad en el país es visible y creciente. Pero en aquel ``fondo'' donde se elaboran los grandes episodios nacionales de independencia, justicia y democracia se desarrolla cada vez más la conciencia de la política como dignidad y de la dignidad como política.
Se gesta desde posiciones de escolaridad y cultura más alta, forjando el próximo episodio que ya empezó.
Una ``carta'' más en nuestro favor corresponde a la propia clase política, aunque no se crea. Y aquí sólo quiero destacar los elementos con que cuenta para dar el paso democrático. Es un buen signo para el país que los partidos históricos del siglo XX hayan dado, desde la oposición, algunas respuestas positivas a un proyecto de transición democrática. Destaco siete: 1) La relacionada con la cultura original de la clase política que identifica el oficio de político con el de quien busca ``juntar fuerzas'' y respetar a sus integrantes. Si este principio no se aplica en muchos casos, no cabe duda que constituye parte de lo mejor de la cultura del Estado mexicano que surgió de la Revolución y que sigue siendo importante base de argumentaciones y luchas internas en el sector oficial para lograr soluciones pacíficas, no represivas, que respeten a las fuerzas en vez de eliminarlas. 2) Es además una fortuna que el Partido Acción Nacional haya luchado desde la época de don Manuel Gómez Morín contra las corrientes fascistas de ayer y de hoy, contribuyendo a una educación democrática entre numerosos contingentes de las clases medias, de los campesinos y los pobladores. 3) También es muy importante que el Partido Comunista Mexicano haya sido uno de los primeros en enfrentarse a los dogmas que llevaron a la invasión del pensamiento y de Checoslovaquia, y que haya replanteado el proyecto socialista como un proyecto democrático. 4) Y algo que no podemos desconocer: México tiene el privilegio de que muchos de los grandes líderes de la oposición poseen experiencia de gobierno. La clase política de México sabe hablar el mismo lenguaje hasta cuando calla. En ese terreno ocurre lo que sólo se da en los países líderes del mundo. El lenguaje político ``compartido'' se extiende además a amplias capas de la población. 5) Hay otro hecho afortunado que contribuye al proceso democrático: los grupos insurgentes han hecho sucesivas declaraciones sosteniendo que no presentarán obstáculos a las elecciones y que no se oponen a ellas aunque no crean en su efectividad para resolver los problemas sociales. Pero todos creen en las elecciones internas y algunos han organizado elecciones formales, como el EZLN, cuando se dieron las condiciones. 6) Otro punto a destacar es que las organizaciones de masas han adquirido una notable cultura para el control de los agentes provocadores, o de quienes en forma espontánea tienen mente y lenguaje de provocadores. Los controlan como hay que controlarlos: apelando a las mayorías y pidiendo que sean ellas quienes voten la línea de acción, voto que sistemáticamente permite aislar a los ``provocadores'' sin acallar aquellas legítimas demandas y protestas que no derivan en meras aventuras condenadas a la derrota, o en simples ``justificaciones de la represión''. 7) En ese mismo sentido, se da entre los líderes de los partidos esa búsqueda de una acción centrada que desde los griegos se identificó con ``el Estadista''.
Incluso quienes piensan que no bastará a la larga con un cambio de régimen, sino que el sistema social mismo deberá cambiar, en el corto plazo enarbolan un programa que permita posibilidades crecientes de producción y servicios a la sociedad civil y a sus organizaciones. El proceso de construcción de hegemonías y autonomías de pueblos se impulsará con organizaciones que los ayuden a resolver algunos de sus problemas más apremiantes.
¿Con esas cartas, cómo estamos actuando y cómo podemos actuar en el proceso de democratización? Volvamos a los dos problemas ``locales'' que son nacionales y globales, y en los que todo ciudadano atento se detiene: Chiapas y el Distrito Federal. Empecemos por Chiapas como algo local que también es Oaxaca y Guerrero, y el Pacífico Sur, y el Sur. Lo que allí ocurra repercutirá sin duda alguna en toda la República, con implicaciones externas variadas en el extranjero, sobre todo en Norteamérica y América Central. Pero limitándonos al problema de lograr un convenio de paz entre el gobierno y el EZLN. ¿Qué pasa y qué puede pasar? De una manera muy objetiva se puede decir que en el conjunto del país hay una lucha entre los pueblos de México y los caciques, éstos con sus negocios y compañías. La lucha busca acabar con las oligarquías y élites que dominan el poder y los negocios, y que insisten en seguir gobernando y negociando al estilo tradicional. Hay pueblos que están logrando imponer sus derechos y la democracia, como Tepoztlán, en Morelos, y muchos más. Pero hay regiones enteras en que el gobierno estatal y el federal, con todos sus aparatos de persuasión y disuasión o con inversiones públicas clientelistas, están enfrentándose a los pueblos y apoyándose en los etnocaciques y neocaciques. El caso más dramático es el de Chiapas, donde a partir de una decisión inveterada de apoyar a la vieja oligarquía y de apoyarse en ella, las fuerzas gubernamentales del estado y de la República han hecho que los pueblos indios y no indios pierdan los espacios democráticos que intentan construir. Con una lógica dogmatizada del control político mediante cúpulas y clientelas, se ha impuesto una perspectiva en la clase política oficial por la que ``naturalmente'' se justifican todas las medidas tomadas en el campo de las negociaciones, de las elecciones, de los movimientos militares, de las declaraciones, de las críticas y de los elogios. A partir de una filosofía cupular y clientelista muy influyente, el Ejecutivo rechazó el proyecto de reforma constitucional de la Cocopa, sin aclarar que el rechazo para nada significaba desistimiento de los acuerdos firmados en San Andrés.
Por otra parte continuó el incremento de las fuerzas militares en la región y su despliegue en los pueblos indios, mientras en la Zona Norte y en los Altos las fuerzas paramilitares y los nuevos tipos de ``guardias blancas'' aumentaron los vínculos de poder característicos de los modelos de ``guerra interna''. De hecho, el Estado rearticuló el tipo tradicional de control político con cúpulas y clientelas y lo combinó con la lógica de la ``seguridad'' de los modelos de ``guerra de baja intensidad''. A los hechos señalados, las redes de poder añadieron las clásicas políticas de enfrentamiento de los pueblos entre sí; otras de limitaciones y asedios a los organismos no gubernamentales de derechos humanos, y otras más por las que se descalifica la extraordinaria labor en favor de la paz, la justicia y la dignidad del obispo Samuel Ruiz y la diócesis de San Cristóbal. Todas esas medidas son un grave obstáculo para que en este momento histórico avancemos por el camino de la democracia y dejemos atrás nuestros remanentes cupulares y clientelistas. No habrá democracia en México si al margen de ella quedan los pueblos indios, y si a éstos en 1997 se les quiere manipular en su voto y gobierno como a los ciudadanos fingidos y acarreados del pasado. El nivel cultural que tienen los indios de México es en ocasiones menor que su dignidad, pero ésta es altísima y aquél superior al de los miembros de la clase política que creen poder seguir gobernando con las políticas de cúpulas y clientelas que precisamente caracterizan al régimen político en crisis.
Estamos en la bifurcación de la historia de México. Toda bifurcación --como dijimos-- lleva a un régimen superior, o al quebrantamiento del sistema. México se convertirá en ``Many Mexicos'' si no reconocemos el derecho de los pueblos indios a reconstruir la autonomía municipal y el derecho que tienen a ejercer la ciudadanía como los demás mexicanos. Aún es tiempo de que el Ejecutivo ratifique su compromiso de cumplir con los pueblos, con los acuerdos de San Andrés, y de que ratifiquen el compromiso todos los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil, incluido el EZLN.
Respetando la letra y el espíritu de los acuerdos de San Andrés, desmilitarizando los espacios geográficos y sociales de las comunidades indígenas, respetando a los curas y jerarquías que los defienden, y gobernando con una verdadera lógica de paz, de justicia y de democracia, que se compruebe con el respeto a los ciudadanos y los pueblos indios, permitirán el ``cambio de vía'', único que asegura la gobernabilidad democrática de un país multiétnico.
Al acercarnos al Distrito Federal debemos detenernos en Morelos. Recientemente en Morelos se efectuaron elecciones legislativas y municipales. La forma en que se realizaron es ejemplo para el país, no sólo por la madurez y seriedad que reveló la ciudadanía, sino por el comportamiento sistemáticamente respetuoso del sufragio que manifestó el gobierno del estado. Tras las elecciones disminuyeron en mucho las graves tensiones que vive ese estado. Hoy sus habitantes miran caminos de solución que antes no existían. Siguen muchos de los mismos problemas, pero se avizora la posibilidad de cambiar los métodos para resolverlos. Tepoztlán espera que pronto se libere a los líderes injustamente encarcelados. No sólo tiene razones jurídicas en su apoyo sino más fuerzas para defenderlas. La gobernabilidad democrática de Morelos parece encabezar la de los estados del Sur, y la de muchos otros del Centro y el Norte de México.
Las elecciones en el Distrito Federal, con Cuauhtémoc Cárdenas como candidato a jefe de gobierno, a quien todas las encuestas aseguran el triunfo, constituyen otro reto creador muy importante del sistema. El ingeniero Cárdenas no sólo tiene la experiencia de la oposición sino la del gobierno. Su madurez política iguala a su firmeza. Su conciencia de que va a ser jefe de gobierno de una gran ciudad con gravísimos problemas de todo tipo, no le oculta que su triunfo electoral y su muy probable investidura sólo serán el principio para la consolidación de un gobierno democrático del Distrito Federal y para la solución de algunos importantes problemas de la metrópoli. Reconocer su triunfo y tener la certeza de que el país es perfectamente gobernable con un gobierno democrático en el Distrito Federal y en la próxima Legislatura, será una respuesta mínima de quienes quieran gobernar al país en el marco constitucional. Esperemos que en este momento en que los caminos de México se bifurcan, Chiapas, el Distrito Federal y la LVII Legislatura inicien la formación de un nuevo régimen que nos lleve a la democracia.