China fue durante siglos un gigante enfermo y a la merced de conquistadores de todo tipo. Las guerras del opio, en las que el león imperial británico le impuso, entre otras cosas, el libre comercio de esa droga, despedazaron su territorio y casi todas las potencias europeas le arrancaron ``concesiones'', con derecho de extraterritorialidad en sus principales ciudades costeñas o, directamente, plazas comerciales con régimen de colonias. La revolución de 1949 unificó al país, lo convirtió en una potencia política y militar, y acabó con el oprobio de que una de las más antiguas culturas del mundo, la del Imperio del Medio, fuese pasto del colonialismo. La nueva China, entre sus logros, subrayó la conquista de la dignidad y de la independencia, mientras se asoma al concierto de las naciones como uno de los supergrandes actuales y, sin duda, como la potencia clave en el Extremo Oriente y en el Pacífico.
La reincorporación de Hong Kong al territorio nacional tras 156 años de dominio inglés simboliza, en efecto, el cierre definitivo de la fase del colonialismo y la conclusión del ciclo iniciado con la derrota del Imperio japonés del sol naciente en China y en todo el Sudeste asiático y con el abandono hace cerca de medio siglo de India y de Egipto por los británicos, de Indochina por los franceses, de Indonesia por los holandeses. Pero a la nueva Asia, formada ya por naciones independientes faltaba hasta ahora China, la nación más grande y poderosa que, sin embargo, debía tolerar aún colonias en su región más desarrollada. La reintegración de Hong Kong clausura por fin esa anomalía y refuerza el justo júbilo (y el orgullo) de todos los chinos ante la superación de una historia que fue trágica para su país.
Hay que destacar que el pragmatismo de Pekín y de la mayoría de la población de Hong Kong ha hecho posible que se llegue sin grandes traumas a la fusión con esta ciudad-colonia, que es una de las grandes potencias comerciales y económicas del mundo. Es muy probable, dados estos antecedentes, que China mantenga, como promete, el sistema democrático en Hong Kong, no para acatar las veladas amenazas y presiones de la diplomacia de Estados Unidos, sino por propia conveniencia.
Finalmente, es de suponer que la reintegración de Hong Kong a su patria otrora despedazada e impotente ejercerá una fuerte influencia ideológica sobre la poderosa colonia china de la diáspora, muy presente en todo el Sudeste asiático y sobre la misma Taiwán, y que, con ello, el nacionalismo chino, siempre presente, se verá reforzado.
El fin de semana cerraron campaña casi todos los candidatos que contenderán en las elecciones del domingo próximo. Pasado mañana, por ley, las fuerzas políticas cesarán sus actos de propaganda y proselitismo. Con ello culminan unas campañas que han transcurrido bajo condiciones de equidad y transparencia sin precedente en el país pero que, paradójicamente, y especialmente en los casos del PRI y del PAN, han estado más marcadas por la descalificación, los ataques personales y las calumnias contra los adversarios que por la exposición de ideas y propuestas propias.
Se inicia así la cuenta regresiva para una elección en la cual, por primera vez en la historia moderna de México, estarán realmente en disputa posiciones de poder de primer orden en la institucionalidad nacional: la Cámara de Diputados y el gobierno de la ciudad de México, además de algunas gubernaturas.
La moneda está en el aire en lo referente a la composición de la próxima legislatura. Es un hecho que el PRI conservará la mayoría en el Senado --en la medida en que, en esta ocasión, sólo se renovará una parte de esa cámara--, pero resulta, en cambio, posible, que no logre obtener el 42 por ciento de los sufragios que le asegurarían 51 por ciento de los diputados.
En esa lógica, y considerando que uno de los factores centrales del poder presidencial ha sido el sometimiento de los legisladores priístas a los designios del mandatario en turno, los resultados del próximo 6 de julio podrían marcar el inicio de una efectiva separación de poderes --según la propuesta clásica de Montesquieu-- en el país, y el comienzo de una nueva era legislativa en la que el jefe del Ejecutivo y su partido tendrían que gobernar con base en alianzas políticas o negociar con otras fuerzas ante cada votación que tenga lugar en San Lázaro.
Por otra parte, la probabilidad de que la oposición conquiste el gobierno de esta capital llevaría también, de materializarse, a un escenario inédito, donde el gobierno nacional y la autoridad capitalina tendrían orígenes partidarios distintos. La importancia de esta posibilidad no sólo radica en el hecho de que el Distrito Federal es la entidad más poblada y la de mayor peso económico y político, sino porque significaría la liquidación de la tradición centralista que tiene sus orígenes en la época colonial, e incluso antes, según la cual el poder en el país y el gobierno capitalino son parte de un todo. La conformación de una autoridad urbana independiente del partido oficial en la ciudad de México abriría importantes cauces para el desarrollo del federalismo, para el acotamiento del poder presidencial y para la erradicación del excesivo centralismo que ha padecido la nación.
En suma, el domingo próximo el país vivirá una jornada de importancia histórica. En los días que quedan corresponderá a los ciudadanos establecer el balance final de las ofertas políticas que les han sido presentadas, reflexionar y decidir el sentido de su voto. Al mismo tiempo, la sociedad y las autoridades electorales habrán de mantenerse vigilantes para salir al paso de cualquier eventual intento de última hora de torcer, por medios ilegítimos, la determinación soberana de cada votante.