``Con ustedes seré jefe de gobierno'': Castillo a panistas de ocho estados
Jaime Avilés Ť Toma dos: finaliza la campaña electoral del PAN en la ciudad de México, los cohetones saltan al cielo desde el atrio de la Catedral, la Plaza de la Constitución está repleta por segunda ocasión en el mismo día y... Un momento: ¿de veras está repleta? Bueno, casi repleta: si descontamos el área que ocupa el templete (un cuarto de plaza) y las amplias gradas laterales que han sido cubiertas con banderas para que no luzcan va-cías, en el resto sí, para qué tratar de negarlo, no cabe nadie más. En lenguaje panista se diría: ni un solo ``pecador estándar'' más.
Ahora bien, ¿quiénes son los miles y miles de hombres, mujeres y niños que evidentemente colman la plancha de concreto? Imposible averiguarlo a vuelo de pájaro. Sin embargo, si nos limitamos a ver las blancas mantas que exhiben pintadas de azul, uno se confirma en la vaga impresión de que no son capitalinos, exceptuando el grupo que ha sido colocado en primer plano bajo letreros que ostentan el nombre de Tepito.
Historia gráfica de una invasión a la capital.
Foto: Cristina
Rodríguez
``Tomatlán, Ver.'', ``Zozocalco'' (Hidalgo), ``Puebla Sur'', ``Cazones de Herrera, Ver.'' -éste en un cartoncito-, ``Zongolica, Ver.'', ``Gutiérrez Zamora, Ver.'', ``Apizaco, Tlax.'', ``Huamantla, Tlax.'', ``Huajuapan de León, Oax.'', ``Puruándiro, Gto.'', y de nuevo ``Puebla Sur'', aunque por aquí y por allá hay también una que otra delegación de Querétaro.
Y, como salta a la vista, casi todos los extras que infunden tanta vida y tanta alegría a esta decoración escenográfica, digna de Steven Spielberg o de Cecil B. de Miles, son campesinos y muchos de ellos incluso indígenas vestidos con sus ropas tradicionales, que aplauden y agitan los banderines panistas adornados con el nombre de Castillo Peraza, cada vez que el maestro de ceremonias los conduce al clímax instantáneo al presentar a las egregias personalidades que posan para ellos bajo el aerodinámico toldo de tecnología italiana que techa el templete, ahora que el mitin va a comenzar...
El orgullo de Serguei
Son las cuatro y media de la tarde. En el Zócalo no queda ya un solo miembro del Partido de la Revolución Democrática. En el Monumento a la Revolución está arrancando el mitin de Viola Trigo que cierra la catastrófica campaña del Partido del Trabajo. La tarde es espléndida y en el Casino Catalán la gente aplaude en todas las mesas cuando el noticiario de 24 Horas de la tarde ofrece una larga nota sobre la inminente victoria de Cuauhtémoc Cárdenas.
En los alrededores del Zócalo, al más puro estilo priísta, la maquinaria panista activa un enjambre de teléfonos celulares para coordinar la llegada del gentío de importación de provincia, que no sólo ha dejado atrás las últimas casetas de las autopistas de Querétaro y de Puebla, sino que incluso transita ya por las vías que desembocan en la Alameda, lugar elegido para el desembarco.
El PAN, que jamás había mostrado preocupación por llenar las plazas, sabiendo que sus votantes, al menos en esta capital, no suelen codearse con la chusma, en esta ocasión no puede darse el lujo de jubilar a Castillo Peraza en un Zócalo semivacío. De modo que ahora son ya las cinco de la tarde y el campesinado empieza a desfilar por Madero, detrás de una manta confeccionada en Zozocalco, allá por la baja Huasteca hidalguense.
Otros contingentes la emprenden sobre avenida Juárez, pero de pronto confluyen con una ruidosa, carnavalesca muchedumbre de cuerpos desnudos --travestis con los senos al aire, hermosas parejas de lesbianas, sados y masos disfrazados de sus ``perversiones'' favoritas--, que vienen desde el Angel de la Independencia ``proclamando el orgullo de Serguei'', nombre de un ruso para mí desconocido, hasta que una alegre empleada de la Secretaría de Comercio me aclara que en realidad se habla del ``orgullo de ser gay'' y que ésta no es sino la conmemoración anual de los que celebran, con banderas de arcoiris, su derecho a ejercer la diferencia en el gusto por la similitud.
Pero el encuentro, no hace falta decirlo, paraliza a los mariscales del acarreo panista, que en alas de un horror inocultable detienen a sus huestes, las ocultan entre las ruinas que todavía quedan del terremoto del 85, y prefieren desviarlas por avenida Hidalgo, a espaldas de la Alameda, para que entren por 5 de Mayo al Zócalo.
El cambio en El Nivel
Lo mejor del mitin será, sin duda, la potencia del equipo de audio, con unas torres de bocinas dignas de los Rolling Stones. Pero a las seis y media de la tarde el Zócalo del PAN despide un tufo más priísta que nunca, pues los altavoces aturden con música de quebradita que me hace pensar en La culebra de Benny Moré que amenizaba aquella tarde en Lomas Taurinas...
En compañía de un testigo de calidad, el cronista decide hacer una escala técnica en El Nivel, la cantina más antigua de la ciudad de México, y allí descubre a unos 50 individuos, hijos de la cultura del esfuerzo, que brindan y festejan porque ``sólo faltan ocho días para el cambio''.
Cuando el cronista regresa al Zócalo, que estaba apenas allí, a media cuadra, el mitin del PAN ya ha comenzado. En el templete, pero abajo también, entre el gentío, trabajan como cuellos de dinosaurios dos ágiles y esbeltas grúas para cámaras de televisión, que envían sus imágenes a un muro de pantallas de cristal líquido en donde, a lo largo del evento, aparecerá en distintos intercortes la macroplaza de Monterrey y las macrocejas del señor Fernando Canales Clariond, candidato del PAN al gobierno de Nuevo León, al que escucharemos varias veces decir cosas incomprensibles gracias a una trasmisión por satélite. O sea, lo máximo del High-tech... para el peor de los anacronismos políticos.
Porque sí, en ese momento, en la proa del templete donde han puesto un atril que parece columna dórica tronchada, está hablando César Leal Angulo, un encanecido candidato al Senado que no tiene empacho en decir que en esta campaña el PAN ``mostró al mexicano de sombrero y huarache y a la indita de rebozo y trenzas el despertar de una patria nueva''.
Tan nueva, piensa el cronista, como un discurso de Lucas Alamán. Pero entonces, por fortuna, el señor Leal Angulo es sustituido en el podio por una agitadora panista de Puebla, doña Ana Teresa Aranda, que se lleva muchas palmas, para que el maestro de ceremonias, Gabriel Jiménez Monjardín, joven de lengua viperina, anuncie: ``señoras y señores, con ustedes, el jefe...'', y al oír esa palabra Diego Fernández de Cevallos se lanza al podio pero enseguida se arrepiente, porque el presentador agrega: ``...el jefe del PAN en el Distrito Federal, Gonzalo Altamirano Dimas'', que a su turno en la palestra no verbalizará nada digno de escribir a casa, como diría Sony Alarcón.
Altamirano concluye entre aplausos de cortesía, y el animador se despacha entonces con este proemio: ``Y ahora con ustedes, el hombre que desenmascaró al candidato de los ojos de odio y la sonrisa disfrazada''. Y Diego Fernández entra en escena, pantalones de mezclilla, saco de supuesto tweed tipo ``Perkins'', para arremeter con todo contra Cárdenas.
El momento más tierno de la noche ocurre entonces. Fernández hace la peor traducción de la palabra zar (``emperador'' en ruso) que recuerde la historia de la universal ignorancia, pues pregunta: ``Si un señor tiene la mayor parte de su riqueza en contratos de Pemex, y acapara las mejores tierras de Michoacán, unos pueden llamarlo Zar, pero yo digo claramente que es un ladrón''.
Y la plaza recompensa hasta el delirio la desesperada bravata del famoso copropietario de Punta Diamante, que en todo su discurso no dirigirá ya no digamos una crítica sino tampoco una sola mención al PRI.
El plato fuerte, no mucho más tarde, lo serviría Felipe Calderón, el líder máximo del nuevo populismo panista, cuando vaticinó que su partido ganará la mayoría en el Congreso, e incluso las gubernaturas de algunos estados, pero en ningún momento se atrevió a predecir la victoria de Castillo Peraza en los comicios capitalinos. Y esa fue la última nota imprescindible del mitin.