Pablo Gómez
Estrés

Apocalípticos augurios se ciernen sobre México en el escenario de la pérdida de la mayoría legislativa del Presidente de la República. Lo que ocurre normalmente en otros muchos países, en el nuestro se percibe como una anomalía inmanejable que sería penada --se dice-- por los inversionistas extranjeros. ¡Qué tristeza!

Expertos de la ONU se suman a la advertencia: días de estrés, sentencian. Pero, ¿pudo ese organismo mundial tomarse la molestia de mandar a hacer un estudio y entregarlo a las ``autoridades electorales'' de Francia en la víspera de las recientes elecciones parlamentarias? Hubiera sido ridículo, por lo menos.

Se nos trata como provincianos (del siglo XIX) y así nos tratamos a nosotros mismos. Quienes amenazan al país, en nombre de los inversionistas extranjeros --los cuales, como tales, no han dicho nada--, no son más que promotores del voto priísta. Quienes reciben informes de la ONU --o de quien fuera-- en pomposos y públicos actos oficiales no se dedican a lo suyo, sino a aceptar recados de ``expertos'' desconocidos, como si ellos mismos no tuvieran su propio criterio, como si ellos no fueran expertos en el tema; ¿o acaso están en sus cargos por ignorantes?

Además, ¿para qué la ONU le envía un diagnóstico sobre la legislación mexicana al IFE y al Tribunal Electoral si estos organismos no hacen las leyes? Que se lo manden a la oficina electoral de Washington, a ver qué les contestan. Los mexicanos sabemos de sobra que la legislación electoral es injusta en muchos aspectos, además de omisa en otros y enredada en casi todos. También sabemos que el gasto en las elecciones es demasiado alto para cualquier país, con más razón para uno pobre como México. La crítica del sistema electoral mexicano --recordémoslo-- vino de dentro del país, mientras la ONU no decía nada.

Pero no se trata solamente de ridiculeces, sino de actos tendientes a imbuir miedo en los electores, pues ningún Presidente ha perdido hasta ahora la mayoría en la Cámara de Diputados.

Si el PRI lograra el 42.2 por ciento de los votos usados en la distribución de curules (es decir, sin contar los sufragios emitidos en favor de los partidos sin representación parlamentaria), de todas formas tendría, oficialmente, una mayoría relativa en el país; sería la minoría más grande. Sus 251 diputados habrían sido alcanzados mediante una disposición legal, pero no en las urnas electorales.

En este momento, lo más probable es que nadie tenga mayoría absoluta en México y ese es el hecho político que será, al fin, reconocido en las cifras: se convertirá en la verdad oficial, pues ``lo que no consta en actas no existe'', según el Estado.

Por más que los organismos cúpula de los empresarios defiendan a capa y espada al gobierno que llevó al desastre a miles de empresas (lo cual es una contradicción que sólo se salva si se analizan los intereses concretos de los directivos de tales organismos), la mayoría de los potenciales electores --especialmente quienes no dependen de las ayudas económicas condicionadas del Estado-- no apoyan a Zedillo y su gobierno.

El largo proceso de declive del sistema de partido-Estado sigue adelante, y eso es lo más importante en la perspectiva de una democracia para México.

La gobernación del país se puede llevar a cabo de una forma por completo diferente a la que hasta hoy conocemos en este país.

Si el Presidente no contara con la mayoría de la Cámara, tendría que negociar con las oposiciones todo lo relacionado con el presupuesto.

Si el Partido Acción Nacional admite la partida secreta, los gastos discrecionales, las erogaciones especiales, los bonos de desempeño, etcétera, pues que ese partido dé la cara a los electores.

Lo mismo se puede decir de la orientación general del gasto público, de los grandes temas de inversión, salud y educación pública, y de los aspectos concretos como los subsidios a las carreteras concesionadas.

Si el Partido Revolucionario Institucional no alcanza la mayoría de 251 diputados, tendremos lucha política propiamente dicha; si la logra, tendremos entonces un obstáculo más en el esfuerzo por acabar con el Estado-partido, pero el sistema no por ello se va a salvar.

Lo mejor para el país sería entrar más rápidamente al reino de la lucha política, pues el problema es que tal entrada ha sido demasiado lenta.

El poder priísta es como la matrioska rusa, que cada vez que se abre se descubre otra dentro de ella, pero más pequeña.

Si, de cualquier forma, el sistema de partido-Estado no va a persistir, pues es hora de acelerar el paso y, antes de la elección presidencial del 2000, empezar a crear un Poder Legislativo que pueda llevar ese nombre.