Abraham Nuncio
Casa con dos puertas

En un libro de próxima aparición, Pablo Emilio Madero, antiguo dirigente del PAN y ex candidato de este partido a la Presidencia de la República en las elecciones de 1982, habla de una reunión de panistas celebrada en Ciudad Juárez, ese mismo año, en la que participaron algunos empresarios. Su propósito: modificar el destino de Acción Nacional.

Ese dato podría fácilmente encuadrarse en la socorrida teoría de la conspiración. La historia del PAN en los últimos tres lustros obliga, sin embargo, a considerar con seriedad los alcances que ha tenido la intervención de los empresarios en la vida pública del país con o sin reuniones como la que refiere Madero, actualmente destacado miembro del Foro Democrático.

En efecto, el auge electoral del PAN se produce tras la decisión de los empresarios con mayor influencia y fortuna de imprimirle un viraje al rumbo del Estado mexicano. El objetivo declarado era impedir, en nombre de la libertad y la democracia, la extrema discrecionalidad del poder presidencial. Discrecionalidad que antes no cuestionaron, pues ellos fueron sus principales beneficiarios. Ahora que veían afectados sus intereses por la estatización de la banca, se dispusieron a limitarla y, por el mismo precio, a tomar el poder.

El neopanismo de los hombres de negocios estaba por debutar en política.

El primer paso lo dio en Chihuahua en 1983. Los recursos empresariales armaron al PAN e hicieron que este partido pudiera gobernar a 75 por ciento de la población desde los ayuntamientos municipales. En 1986 no llegó Acción Nacional a la gubernatura del estado en virtud de un fraude descomunal cuya solución --todo lo hace ver así-- fue un pacto con los antiguos banqueros.

El fenómeno que disponía de siglas partidarias pudo leerse en algunas biografías. Pilar Treviño de Elizondo (así se firma), repentina militante de la causa ciudadana por la libertad y la democracia, escribió un testimonio titulado ¡Enhorabuena Chihuahua!, en el cual da cuenta de las motivaciones que la condujeron, con muchos otros, a movilizarse e ingresar al PAN. Ya para entonces este partido había reducido la idea de la democracia a la simple alternancia en el poder. En los lugares donde halló mejores condiciones políticas para el objetivo de alcanzarlo dio lugar, cuando menos, a un esquema de régimen bipartito compartido con el PRI.

Acción Nacional no contaba con la emergencia de una fuerza dotada de un gran contenido popular --el neocardenismo aliado a la izquierda histórica--; menos aún con que captaría en las elecciones presidenciales de 1988 una cantidad de votos suficiente como para hacer tambalear al gobierno priísta.

La casa de dos puertas había sido difícil de guardar. La historia que siguió todos la conocemos.

Aparte de una alternativa conservadora, ¿qué significó la irrupción del neopanismo en los procesos electorales? Significó una cada vez más acentuada tendencia hacia la oligarquía en los partidos y en toda la vida política del país.

En la actual coyuntura electoral se ha visto que la condición para ser candidato a un puesto de elección popular con posibilidades de éxito es disponer de grandes recursos. Recursos que sólo pueden provenir de dos fuentes: el erario y/o los capitales privados.

Pronto, si no se logra que las nuestras dejen de ser una mala y onerosa caricatura de las elecciones estadunidenses, a los funcionarios priístas les será muy difícil financiar las campañas de sus candidatos por encima de lo establecido en la ley. Y si ésta no limita el de los partidos al financiamiento público, pronto también sólo los ricos del PRI, del PAN o de cualquier otra fuerza política podrán aspirar a ser votados.

En 1997, la casa con dos puertas dejará de serlo. Lo que en 1988 se impidió a la mala puede ser el principio de un cambio que nos devuelva a la necesaria frugalidad republicana que exige un país donde la mayoría, que debiera mandar por este mismo hecho, además de ser pobre no tiene el poder para dejar de serlo. No hay de otra; contra la oligarquía vigente, la democracia futura.