Teresa del Conde ha escrito un nuevo libro: Tres maestros. Reflexiones sobre Bacon, Motherwell y Tamayo, México, Universidad Nacional Autónoma de México (a través de la Coordinación de Humanidades)-Editorial Grijalbo, 1997, que presentamos el 23 de junio en el Museo de Arte Moderno Raquel Serur, especialista en letras modernas; Luis Argudín, filósofo y pintor; Alvaro Enrigue, escritor, y el de la voz con la mismísima Del Conde.
La primera rareza del libro es que en sus cortas 168 páginas reúne a tres pintores que no tienen aparentemente relación entre sí, sino el hecho de ser tres grandes artistas del siglo XX.
Son de extracciones totalmente diferentes. Tamayo de la ciudad de Oaxaca, sin ningún antecedente ni artístico ni intelectual en su familia. Bacon, un inglés nacido en Dublín, de una vida agitada y difícil, una especie de Jean Genet de la plástica, alcohólico y adicto a otras diferentes cosas de las que la sociedad se escandaliza. Robert Motherwell, nacido en ese fin del mundo que es Washington, estudiado en California, Harvard y Nueva York.
No hay entre ellos ninguna relación de escuela, de poética o de modos de hacer pictóricos. Tamayo fue siempre figurativo (aunque tiene a mediados de los años sesenta una etapa casi abstracta). Bacon fue siempre figurativo e incluso puede decirse que estuvo en la cresta de la ola, con el nouveau réalisme y algunos del grupo Cobra y del equipo Crónica en la recuperación de la figura, nublada de modo tan fuerte por el informalismo europeo, el neoexpresionismo abstracto de la escuela de Nueva York y de la de California.
Motherwell, el más joven de los tres, estuvo precisamente en el ojo de la tormenta de lo que se llamó expresionismo abstracto.
También podríamos decir que los ``tiempos pictóricos'' de los tres artistas fueron diferentes. Desde los años tempranos veinte, Tamayo era un artista con la capacidad de realizar obras que seguimos admirando. A finales de los veinte fue el artista preferido de los ``Contemporáneos'', que lo exhibieron y escribieron sobre él. Mientras que Motherwell definió su condición de pintor y abandonó la filosofía sólo a partir de 1941, en su viaje mexicano con Roberto Matta, cuando adquirió su mujer mexicana. Por su parte, Bacon empezó a pintar después de transitar por la decoración de interiores, ya en los años cuarenta. Su fama real empieza a finales de los cuarenta y más claramente en los cincuenta.
La historia pictórica de Tamayo es muy larga. Tiene momentos diversos que diferenciamos claramente. La de Motherwell, siendo extraordinariamente variada, no tiene etapas marcadas de manera similar. La de Bacon se mantiene en registros todavía más reducidos. Su obsesión por la figura humana, figura distorsionada, atacada por el artista, es lo que crea una situación difícil de asimilar, pero extraordinariamente enriquecedora.
Los tres artistas tratados por Teresa del Conde tienen, en su disparidad, algunas cosas en común. No sólo la cercanía de sus fechas de muerte. Se conocieron entre sí, aunque nunca se trataron y los tres estuvieron presentes en los hechos pictóricos al rebasar la mitad del siglo. Los tres tienen, como característica común, su amor y confianza en la virtud de la forma. Y dos de ellos por lo menos, Bacon y Motherwell, un marcado sentido ético en su quehacer pictórico.
Teresa trató mucho a Tamayo, a Bacon quiso conocerlo, pero eso ya no fue posible, y con Motherwell tuvo una larga entrevista, cuatro días antes de su muerte, que sólo ahora se publica.
Lo que los une respecto a Teresa del Conde es precisamente la relación que ella, como crítica y como estudiosa de la pintura, ha tenido y tiene con su obra. Siendo tan diversos, ella tiene con su trabajo artístico una relación personal muy fuerte. Eso le ha permitido escribir los ensayos que componen su libro; ensayos, sueltos, libres, abiertos, aunque sólidos en su información, en su conocimiento, en su capacidad de análisis de los cuadros. Ensayos sin duda emocionantes.