Néstor de Buen
Campaña política

Entre las muchas cosas que ha deparado este proceso electoral, una de las más notables ha sido la más que insinuación de que un triunfo de la oposición --y la referencia al PRD es evidente-- provocaría de nuevo la fuga de capitales y una situación económica más grave que la de finales de 1994.

En esa conducta incurren, cada quien con su estilo, la Asociación de Banqueros, tan mal parado su presidente a partir del asunto de la información ilícita sobre cuentas del PRD en BITAL, como la Presidencia de la República y, de paso, en términos más o menos discretos, el embajador de Estados Unidos.

Lo más rotundo ha sido, por supuesto, la actitud de los señores banqueros, claramente al servicio de intereses partidarios, que se asustan de la marcha de las encuestas que colocan a Cuauhtémoc Cárdenas muy al frente de la posibilidad de ganar la jefatura del gobierno del DF. Junto a ellos, codo con codo, la calificación de ``insostenible'' al Plan económico del PRD, expresada con vigor notable por los funcionarios de la Secretaría de Hacienda (¿también de crédito público?)

La Presidencia de la República, en un discurso encendido de Ernesto Zedillo, ha hecho también su papel. En la toma de posesión de Eduardo Bours como presidente del Consejo Coordinador Empresarial, en la que dio constancia de ser antiestatista (al menos, en lo económico, como si eso fuera posible), y de su concepción de un Estado fortalecido (¿en qué quedamos?) ``que dé certidumbre jurídica a las propiedades, las inversiones, las iniciativas y la seguridad de las personas''. Y de paso, la frase lapidaria: ``Hoy en todo el mundo van quedando atrás, desechados por su ineficacia económica y por su grave costo social, el estatismo, el proteccionismo y el populismo''. Entre líneas, una referencia no tan subliminal a lo que cree que busca el PRD.

El embajador de Estados Unidos, el muy inteligente señor Jones a quien con toda seguridad vamos a extrañar, más discreto apuntó la inconveniencia de que el triunfador en las elecciones cometa alguna locura, ya que en ese caso las inversiones volarán, como destacó Proceso en su número anterior. ¿Qué será ``locura'' para Mr. Jones? ¿También el estatismo?

Me ha llamado la atención, sin embargo, el discurso de Eduardo Bours, quien puso de manifiesto la tesis de que el mercado no es todo porque puede aumentar la riqueza pero no los canales distributivos para alentar el sentido de justicia que es vital para las sociedades. Enfático y sorprendente, se declaró partidario de una política social y por derrotar a la pobreza con educación, capacitación y creación de empleos. ¡Buen principio de su gestión!

Quizá convendría recordar que en las etapas de nuestro desarrollo en las que el Estado fue asumiendo un protagonismo principal (1934-1970), la condición social siempre fue en alza. En los gobiernos llamados populistas de Echeverría y López Portillo, ya en el marco de la crisis, lo que se procuró fue que el nivel de vida de nuestro pueblo no decreciera. Pero es a partir de las políticas calificadas de liberales (a mí me sobra el ``neo'') que la condición social decae verticalmente y que nuestro pueblo entra en la odiosa etapa de la pobreza.

Hoy, cuando se supone que se ha superado la crisis, la condición de los trabajadores no ha mejorado. Hay que reconocer que aumenta discretamente el empleo, que es en gran medida sólo ocupación. Pero el problema social sigue con su absoluto dramatismo. Y no ayuda poco para ello nuestro eterno corporativismo.

La solución de los problemas no consiste en acabar con el estatismo, que además sigue tan vigente como antes, sino en mejorar la administración pública.

A eso habría que ponerle remedio y no entregarse, a ciegas, a una economía de mercado en la que, por otra parte, persiste el protagonismo del Estado que se pone de manifiesto, entre otras cosas, en los pactos globalizadores, en los apoyos a la Banca, en la cancelación de la seguridad social en beneficio de un ahorro forzado que lo favorece, y en el control corporativo de las organizaciones sindicales que le son adictas. Y en la insistente miseria.

Pero la campaña es la campaña y ahí se vale de todo.