La Jornada martes 24 de junio de 1997

Horacio Flores de la Peña
Un Pronafide incompleto y sin apoyo

La pobreza social de este programa ya la reconocen todos, incluso sus autores, y es que cuando los errores son de esta magnitud brillan como un faro en esta tormenta político-económica donde se está decidiendo a quién entregan la economía y el poder y, en última instancia, si el papel de la clase media y de los pobres es simplemente aceptar resignados un modelo de desarrollo donde no tienen lugar.

Cuando del gobierno proponen una economía con rostro humano, hay que estar prevenidos; una política menos economista y más social corre el riesgo de tener el mismo final que el socialismo con rostro humano de la primavera de Praga, que la Unión Soviética y sus aliados nativos se encargaron de aplastar imponiendo un retroceso enorme en la vida social y política y del ejercicio de los derechos humanos.

En México pasaría algo similar. En el caso checo se aplicó la teoría comunista de sacrificar al individuo para salvar a la sociedad. En el capitalismo salvaje neoliberal, se busca obsesivamente salvar al individuo y sus intereses, aun a costa de sacrificar a la sociedad y sus valores.

En nuestro caso particular, lo aplastarían grupos de empresarios y banqueros que son radicales e intransigentes porque va de por medio la conservación de su poder económico y político.

Una buena parte de la burguesía mexicana, como la de todos lados, es reaccionaria y conservadora, siempre busca salir adelante a costa de la clase media y de los trabajadores, y es capaz de aceptar la supresión anticipada y total de todas las libertades, en su deseo de alcanzar una seguridad cabal sobre los bienes adquiridos. Por eso, en política actúan con terror a la evolución y al triunfo de las formas democráticas de vida civilizada.

Cualquier programa --aun incompleto como el Pronafide--, para llevarlo a cabo con éxito, el gobierno necesita mejorarlo y conseguir el apoyo de una armazón de instituciones libres, ya sean los partidos políticos, sindicatos o cualquier tipo de organización que no tenga como meta el lucro de los individuos, sino el bienestar de la sociedad.

A pesar de lo tardío este plan es necesario para el desarrollo estable de toda la sociedad, una vez que se corrijan sus debilidades y limitaciones, porque no podemos seguir caminando sin rumbo y sin objetivos a largo plazo. No se puede avanzar con un programa que busca modernizar la economía pero no las relaciones sociales, buscando cambios sin afectar privilegios. Hay una ambivalencia en la actitud del gobierno que busca una reforma profunda sin perder el apego a su corporativismo abierto aunque vergonzante.

Es necesario no olvidar que la Segunda Guerra Mundial y después el neoliberalismo, nos han demostrado que la crueldad humana no se detiene en las fronteras de la infancia y mucho menos en las de la juventud. El que no se plantee y ejecute una política en pro de la infancia, debe pesar como una montaña en la conciencia de todos los mexicanos pero, sobre todo, en quienes ejercen el poder y no hacen lo que deben.

Un programa para ayudar a los niños no cuesta nada comparado con lo que el Estado gasta en salvar el patrimonio de los banqueros, y los pequeños son el patrimonio del futuro. Lo que hoy sean, seremos todos el día de mañana. A la juventud no se le puede seguir ofreciendo más de lo mismo: universidades pobres para los pobres, y privadas para quienes puedan pagarlas y donde hoy se prepara a los que nos gobernarán mañana y conducirán con eficiencia la explotación del país.

Los adolescentes de hoy, en realidad, ni siquiera pueden aspirar a tener un nivel de vida como el que alcanzaron sus padres. El empobrecimiento progresivo de los grupos sociales medios y bajos, los conduce a las universidades para graduarse de desempleados en un mundo que los rechaza por dos razones: por ser jóvenes y por ser pobres.

Los intelectuales y la juventud, a pesar de sus limitaciones, son quienes llegan a tener una idea precisa y justa de las necesidades nacionales, del honor y de la grandeza del país. Sólo en el pueblo se encuentra el sentido común y la generosidad del México profundo, cuyo apoyo debe buscarse para las grandes empresas nacionales. Esto le hace falta al gobierno para tener éxito en un programa que inicie el ataque a los grandes problemas nacionales.

Sin este apoyo, el mencionado plan no tiene futuro. El apoyo de los empresarios está muy condicionado a la defensa de sus intereses y a obtener aún más privilegios.

Se requiere finalmente que el programa sea de carácter más social y menos economista; que la técnica económica sea cierta y sólida y no un ensayo más de la economía ficción que, afortunadamente, ya no engaña a nadie