Tras la muerte de Fidel Velázquez, el sindicalismo mexicano enfrenta momentos de esperanzas e incertidumbres y también, ciertamente, de definiciones.
Por un lado, en el Congreso del Trabajo se configuran al menos dos corrientes: la del inmovilismo cupular y la que, al lado de sindicatos no afiliados a ese organismo, ha conformado un foro permanente y ha llegado a plantearse la formación de una nueva organización sindical de coordinación.
Por otro lado, y a raíz de su declive físico, Fidel Velázquez fue sustituido en los hechos por Leonardo Rodríguez Alcaine en la secretaría general de la CTM. El dirigente del Sindicato Unico de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana permanece en el cargo, pero ello no asegura que sea ratificado en el congreso general ordinario programado para febrero de 1998, ni está claro, en consecuencia, quién será el sucesor definitivo del extinto líder.
En esta perspectiva, el proceso de sucesión que tendrá lugar en los próximos meses no necesariamente estará exento de divisiones internas, diferencias entre los aspirantes o incluso de pugnas abiertas y enconadas.
Por otra parte, no es nuevo el declive del sindicalismo corporativo y cupular, que tenía en Fidel Velázquez a su dirigente más emblemático, poderoso e influyente. De hecho, el peso y la importancia política de la CTM de 1997 es residual si se le compara con los que ostentaba hace un par de décadas.
La organización obtenía la parte medular de su poder y capacidad de movilización y convocatoria de su condición de conducto de concesiones a los trabajadores; pero éstas se han reducido al mínimo desde fines de 1982, y en los últimos años se han visto rebasadas por la pérdida o debilitamiento de antiguos logros. Los recortes presupuestales contribuyeron a afectar los recursos para renglones como salud y seguridad industrial; el mecanismo que podría sustituir a las jubilaciones es, por decir lo menos, incierto; los mecanismos estatales de redistribución del ingreso están en una virtual bancarrota o han desaparecido; el poder adquisitivo de los salarios se ha deteriorado, y la seguridad en el trabajo se ha visto disminuida.
En forma proporcional a su pérdida de capacidad como gestora de concesiones y prestaciones, la CTM, y el sindicalismo de su estilo, ha perdido también terreno en su otra función, que es la de instrumento de control político. Las estructuras sociales oficialistas, incluyendo no sólo a sindicatos sino a agrupaciones campesinas y de otros sectores, eran una fuente de estabilidad de gobiernos que se iban perpetuando y que se han mantenido en el poder durante siete décadas. La erosión de esta capacidad de control y uncimiento partidario no sólo ocurre debido al surgimiento de movimientos sindicales al margen de las viejas corporaciones, sino también porque en las propias filas de éstas el control y la disciplina son cada vez menos practicables. Los sucesos del reciente Primero de Mayo en el Auditorio Nacional son significativos a este respecto, porque quienes gritaron, silbaron, protestaron y se burlaron, fueron los que habían sido llevados allí por los propios líderes.
Los resultados de elecciones locales recientes y de las encuestas sobre las preferencias del voto de cara al 6 de julio, son otro elemento que habla de la pérdida de control por parte de las organizaciones sociales oficialistas y refiere, en contraparte, el desarrollo de un país plural, muy alejado del monolitismo en que se fundamentaban el llamado sistema político mexicano y sus partes integrantes.
Este panorama habla, en síntesis, del declive de las viejas agrupaciones laborales, pero aún no aparece en él un nuevo proyecto de sindicalismo configurado como corriente, bien definido y con una perspectiva común. Las nuevas tendencias, y parte de las no tan nuevas, habrán de recorrer un camino largo e incierto para lograrlo, y cabe esperar que lo logren.
El sindicalismo del futuro cercano deberá recoger lo mejor de las tradiciones de los trabajadores, pero también incidir en una realidad económica y social renovada. De ahí que no sea suficiente aprender de las pasadas experiencias. En la circunstancia actual de México, la primera condición que habrán de conquistar los nuevos movimientos laborales es, sin duda, su propia autonomía frente al Estado y los partidos políticos. Pero además, en una situación en la que es más fácil perder el trabajo, que incluye procesos de automatización sin precedente, con una economía en la que el peso relativo de los servicios financieros ha aumentado, por citar algunos ejemplos, el sindicalismo deberá levantar banderas que tomen en cuenta estas realidades.