José Steinsleger
La generación Y

El tío que aún se imagina joven supone que de la buena onda depende la comunicación. Empero el sobrino actúa como quien está de vuelta de todo. Ambos se quieren. Mas hay algo. Algo indescifrable que ni el esforzado Heidegger podría explicar pese a que él habló del ``tiempo de errancia de la juventud, del extremo desarraigo donde fin y comienzo se confunden''.

El tío levanta los auriculares del joven: ``¡Nosotros luchábamos para llevar la `Imaginación al poder'...''. El sobrino replica: ``Nosotros también. Pero sin la interferencia del poder''. Resignado a su ``experiencia'', aquél declama unos versos del nicaragüense Carlos Martínez Rivas: ``y dícele a su juventud/ a su divino tesoro/ sólo quiero que pases para servirme de ti''. El joven alza con picardía las cejas y entona una canción de Fito Páez: ``Yo no sé, yo no sé, yo no sé/ adónde va mi vida/ yo no se adónde va/ pero tampoco creo que sepas vos''.

Como hijo arquetípico de la generación jugada por la liberación nacional y sexual, el chico imagina que las tribulaciones de entonces pertenecían a una dimensión fantástica. Tiempos en que el amor era como cargar la piedra de Sísifo porque a punto de alcanzar la cima siempre había que retornar al punto de partida. Tiempos en que los jóvenes eran educados en la permisividad y en las explicaciones que nada dejaban al azar. Por tanto... ¿cómo leer el semblante de vaca de papá cada vez que él se recluye con sus amigas en el cuarto para escuchar música? ¿Cómo entender la obstinada actitud de mamá preguntando a los gritos si las invitadas necesitan algo?

El muchacho pertenece a la generación Y. Si la X (22 a 32 años) alcanzó a escuchar ``... y llegó el comandante y mandó a parar'', lo cierto es que en los 80, junto a León Giecco, le pidió a Dios ``... una cultura diferente''. Hasta que, escéptica, acabó ensimismada porque, al parecer, no tuvo un modelo de sociedad que oponer a la que heredó. En cambio, la generación Y (13 a 21) ya tiene una cultura propia capaz de captar los mensajes más elaborados. Los embalsamadores de ídolos saben que a estos chicos, educados en un lenguaje cinematográfico, no se les puede vender un ``jingle'' que habla de felicidad y alborozos múltiples. No obstante, los sociólogos también se quejan pues en cuanto logran clasificar a una determinada corriente juvenil ésta evolucionó o, simplemente, dejó de existir.

En 1995, una encuesta entre jóvenes del Cono Sur reveló que el ejercicio contemplativo de sentarse frente a la tv y la compañía incondicional de los amigos ascendía a los topes máximos (93 por ciento); le seguían la música, los videos y la radio. Por tanto, a ningún político argentino se le ocurre, por ejemplo, convocar a un mitin sin antes preguntar qué grupo rockero acompañará el acto: ¿``Los auténticos decadentes'' o ``Los redonditos de Ricotá''?

Otra encuesta indicó que 87 por ciento admite que sus preferencias culturales provienen de EU y, en segundo lugar, de Europa. Cosa que, al parecer, les tiene sin cuidado. Mas cuando a estos jóvenes aparentemente despistados se les pidió precisar a qué le temían más en la vida, la respuesta de 88 por ciento fue demoledora: no poder conseguir un buen empleo pese a ser, en la historia de la subregión, los mejor preparados para el trabajo.