La naturaleza hizo su parte y Fidel Velázquez murió. El día de su desaparición --tan temido por algunos, inverosímil para otros-- llegó. Y con él no llegaron las masas dolidas por la pérdida de su guía, ni las espontáneas muestras de solidaridad. Acaso tampoco el caos. Sobraron coronas y seguramente habrá una multitud de esquelas, análisis y pronunciamientos, pero a los funerales del líder al que por mucho tiempo se veneró por los millones de mexicanos que encabezaba, no llegaron sus dirigidos. Genio y figura.
Desapareció un símbolo que hace mucho tiempo dejó de apelar a las masas como fuente de su fortaleza y sin embargo fue un poderosísimo operador político. Aun cuando a partir de ahora la CTM se revele como una estructura hueca, esclerótica o incluso extremadamente débil, hay que decir que el poder de Velázquez distó de ser únicamente simbólico. Y si lo fue, hay que admitir que Fidel Velázquez fue un administrador genial de su propio mito.
Ciertamente los destinos de la central obrera aparecen tan entrelazados con el destino de su líder, que el futuro de la CTM no puede sino verse sombrío. El puesto de secretario general será transferido a otro personaje porque así lo mandan los estatutos internos, lo que parece imposible de heredar es el poder que dicho puesto tenía. Nadie puede llenar los zapatos de Don Fidel porque la horma es la imagen misma del líder recién desaparecido. Así, tras la muerte de Velázquez, asistiremos a un redimensionamiento del poder de la CTM en que los días de gloria habrán quedado irremediablemente atrás. Esa pérdida de centralidad de la CTM no es reconocible sólo a partir de ahora, en vida el propio Fidel fue testigo de cómo se fue mermando su influencia; muchos de los supuestos que le daban fortaleza a una organización como la CTM han ido variando y transformándose. La ausencia de Fidel es acaso una condición indispensable para plantear una reinvención de la CTM. Pero más allá de cómo encare su dilema esa central, es obvio que hoy existen mejores condiciones para hacer un replanteamiento a fondo del movimiento obrero en general, una amplia operación que lo revitalize.
Acaso con la muerte del máximo líder se dé un debate sin inhibiciones ni tutelajes tan fuertes sobre las nuevas condiciones del mundo del trabajo. Habremos de ver si entre los actores centrales de la nueva trama hubo una tanatología del líder, una preparación de los días por venir, o si al aferrarse al poder de los símbolos, ignorando la naturaleza, se perdió el tiempo y hoy la orfandad sea más cruda.