Ilán Semo
Los límites económicos de la política
La efímera escaramuza entre el PRD y la Asociación Nacional de Banqueros (ANB) anuncia, aún en su versión embrionaria, uno de los conflictos centrales que habrán de cifrar a la política nacional en los próximos años. Por su brevedad, el primer round de este conflicto tuvo consecuencias apenas pedagógicas. Hoy sabemos que el poder real de la banca mexicana se ha deteriorado notoriamente. También sabemos que el PRD es capaz de anteponer una política de principios, aún a costa de poner en peligro su consenso entre una parte de su electorado. Una práctica, en rigor, desconocida en el quehacer político ``a la mexicana''. Más allá del desfile de poses e imposturas que terminaron en el voto de silencio que Antonio del Valle exculpó como un ``malentendido'', la moraleja para ambos abre la promesa de un cambio sensible frente a las prácticas del ostracismo y el golpe de mano que distinguieron al sistema político. En un régimen democrático, la máxima: sobre advertencia, no hay engaños, es la única que permite hacer legible la relación entre el discurso, las promesas y los hechos.
¿Imaginó la ANB que la campaña destinada a homologar, en el imaginario público, la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas con las sombras de la ``desestabilización económica'' encendería, durante 48 horas, los focos de alarma en los principales mercados financieros locales e internacionales comprometidos con la economía mexicana? Imposible saberlo. Hay ignorancias que no tienen método, ni siquiera a la hora de optar entre descalabrarse a sí mismas o descalabrar a una nación entera. La editorial del Wall Street Journal asegura que los dos días que siguieron a la insapiencia de Antonio del Valle fueron ``los más angustiosos desde la crisis de febrero de 1995''. Es comprensible. Una cosa es que el jefe de la banca nacional se oponga al programa del PRD y otra, muy distinta, que asegure que de llegar Cárdenas a la gobernatura del Distrito Federal habrá ``fuga de capitales''. Todo el mundo especula que los capitales ya se dieron a la fuga. Los inversionistas locales e internacionales leyeron ``la desproporcionada radicalidad'' del mensaje no como parte de una campaña política, sino como el aviso de la inminencia de una devaluación.
La batuta de la desproporción tocó, sin embargo, al subsecretario de Hacienda Werner que, ante los ojos y los bolsillos angustiosos de los inversionistas, ofializó inopinadamente los arrebatos de Del Valle. Faltaron centímetros para que el irresponsable antiperredista de Werner acarreara un desastre de la magnitud del que logró Serra Puche en diciembre de 1994. Una muestra de mínima compasión presidencial con el sueño de los mexicanos consistiría en enviar a Werner a cursar otros dos doctorados más de economía, bajo el supuesto de que cada uno requiere por lo menos cinco años de tiempo. Obligada a recapacitar, la secretaría de Hacienda lanzó desde el tercer día de esta oculta crisis una de las mayores campañas publicitarias para disuadir a la opinión de que las aguas del peso y de la permanencia de los capitales estaban tranquilas. Campaña que fue apoyada, bajo la memoria reciente del efecto tequila, por la banca internacional.
Algo ha cambiado en el país. A diferencia de lo que sucedió en los sexenios de Echeverría y López Portillo, la banca ha pasado de la omnipotencia a una detectable impotencia política. Hoy, después de haber dilapidado sus propios bancos, los banqueros cuentan mucho menos en política. Esta debilidad es la que hace posible un cambio sustancial en el esquema financiero que ha regido a México desde 1985. Es la que también haría posible la premisa fundamental que impide traducir cualquier forma de crecimiento económico en un crecimiento del mercado interno, es decir, la desolirgaquización de los propios mercados financieros locales.