Eduardo R. Huchim
Un hombre gris

Cuando parecía haber superado nuevamente la amenaza sobre su vida, Fidel Velázquez Sánchez no pudo evadir más a la muerte. Su desaparición, aunque esperada desde hace largo tiempo a causa de su longevidad, ha impactado a la clase política mexicana y también a amplios segmentos de la sociedad, incluidos destacadamente entre éstos el de los trabajadores, a una vasta porción de los cuales dirigió como secretario general de la Confederación de Trabajadores de México.

En la biografía de este importante personaje hay zonas oscuras, censurables, pero también existen otras plausibles, como suele ocurrir con prácticamente todo ser humano que adquiere relevancia en este mundo. Sería injusto, entonces, clasificar maniqueamente al fallecido líder de la CTM. Ni sólo brillante como quiere la clase política priísta ni sólo oscuro como postulan los adversarios del dirigente obrero. Ni sólo blanco ni sólo negro, Fidel Velázquez fue un hombre gris, eso sí, gris de tonos intensos.

Quizá el peor cargo que puede hacérsele es el freno impuesto por él al movimiento obrero, el haberlo sujetado a los intereses del régimen de partido de Estado (o hegemónico como prefieren llamarlo muchos académicos). No obstante y aunque ello ha tenido un alto costo para los trabajadores --costo medible en términos de drástica reducción de poder adquisitivo--, no es posible explicar la estabilidad prevaleciente durante tantos años en México sin la contribución decisiva de la CTM y de Fidel Velázquez.

Hombre del sistema, es el mexicano que, dentro de éste, concentró y conservó el poder durante más tiempo. Presidentes vinieron y se fueron, y Fidel Velázquez los vio pasar, sirviéndolos siempre aunque enfrentándoseles ocasional y pasajeramente. Cuando aquéllos ya no poseen poder alguno y en su presente está el olvido e incluso la desgracia, don Fidel conservó el poder hasta el momento mismo de su muerte.

Los claroscuros son una constante en el liderazgo del hombre del puro.

Se le puede atribuir, por ejemplo, influencia en la creación y fortalecimiento de instituciones de gran apoyo a los obreros como el Seguro Social y el Infonavit, así como en la legislación laboral de contenido generalmente favorable a los trabajadores, pero también debe atribuírsele la falta de acción efectiva ante graves violaciones a derechos tutelados por esas mismas normas.

El viejo líder tuvo una virtud que, hasta donde es posible saber, es indiscutible: su austeridad derivada de la renuncia al enriquecimiento ilegítimo tan común en otros líderes y en compañeros suyos del sistema político, y esto no es asunto menor en un ambiente donde la corrupción es generalizada y donde suele tenerse por estúpidos a quienes no participan de ella.

La muerte de Fidel Velázquez posee un valor de símbolo. Con él, y casi simultáneamente con él, ha comenzado a irse un régimen agotado, decadente, corrupto. Un régimen que, conviene no olvidarlo, todavía tiene fuerzas para golpear la lucha democratizadora, y sus golpes son duros, aunque provengan de un dinosaurio agonizante que no por estar en agonía deja de ser dinosaurio.

Don Fidel no alcanzó a ver la transición, pero seguramente la intuyó y seguramente lo entristeció porque él sólo creía posible el progreso de México y sus trabajadores bajo la dirección de su partido y en el marco del sistema al que sirvió. No podrá atestiguarlo don Fidel, pero es muy probable que esa dirección y ese marco muy pronto sean distintos.

Por ahora despidamos al viejo líder de la CTM sin soslayar su debe, pero sin olvidar su haber, aun cuando aquél sea mayor que éste.

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