La Jornada lunes 23 de junio de 1997

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

El movimiento obrero oficialista aparece hoy --no sólo por la muerte de Fidel Velázquez, que agrava la crisis expansiva de su principal organización, la CTM-- como una instancia política distanciada de sus bases, crecientemente dañina para fines electorales, estorbosa para los objetivos de la modernización económica y socialmente repudiada.

Es explicable que hoy, en la esperanzada víspera de las elecciones que pueden cambiar cualitativamente el funcionamiento del sistema político, organizaciones como la cetemista sean colocadas bajo el obligado análisis crítico de una sociedad que ha sufrido durante décadas sus abusos e injusticias.

Dependiente perpetua de las instrucciones del poder en sus respectivos niveles, la CTM cobró sus servicios con las llamadas cuotas de poder que fueron históricamente fuente de privilegio y consolidación caciquil para personajes generalmente de baja ralea, que ejercieron ofensivamente los cargos para los que fueron postulados y que fueron mellando con sus ejemplos deplorables el filo cívico de los mexicanos.

Invariablemente aliada al PRI, la CTM, como integrante fundamental del sector obrero de ese partido, fue uno de los obstáculos fundamentales para cualquier proceso de modernización interna. Como resultado de la antidemocracia así preservada, al CTM puso regidores, presidentes municipales, diputados locales y federales, senadores, gobernadores y funcionarios secundarios en todos los niveles administrativos. Bastaba que las famosas listas cetemistas incluyeran a cualquier personaje para que su postulación priísta fuera obligada, salvo excepciones que la central obrera cobraría con creces. Las llamadas ``posiciones'' del sector obrero llegaron a garantizar durante décadas un porcentaje de candidaturas --las cuotas de poder-- que les eran entregadas a los líderes cetemistas para su libre asignación. Tan aberrantes eran tales criterios patrimonialistas que hubo poblaciones y regiones consideradas indiscutidos cotos en los que una tras otra vez los cargos públicos eran ocupados por cetemistas.

Víctima de sus propias creaciones, el PRI vivió en los años recientes, cuando la competencia electoral le hizo perder cargos con más frecuencia, la difícil circunstancia de mantener su compromiso de cuotas cetemistas de candidatos a sabiendas de que eran marcadamente impopulares --lo que les llevaba a la derrota o cuando menos al mayor costo partidista para sacarlos adelante-- y de que sus presuntas zonas de influencia, como debían ser las colonias obreras, se transformaban en votantes en favor de la oposición.

Además del ámbito electoral-partidista, el cetemismo se convirtió en los años recientes en un lastre para los proyectos modernizadores de los gobiernos neoliberales. Parapetados tras un discurso nacionalista y de justicia social --que eran los primeros en incumplir--, los líderes cetemistas ejercieron un control tiránico sobre la clase obrera, lo que favoreció la implantación del modelo económico cerrado y ajeno a la competencia. Pero, frente a los nuevos escenarios de la globalización, esos liderazgos --y sus exigencias contractuales-- se convirtieron en un elemento arcaico y entorpecedor. El reino del terror que significó la cláusula de exclusión ya no es suficiente para garantizar el buen funcionamiento de los ejércitos laborales necesarios para desplegar las nuevas empresas trasnacionales.

Por lo demás, el cetemismo no logró crear una base social de apoyo. Los dirigentes han sido ejemplo de descaro en cuanto a riquezas y privilegios, y es evidente que ninguno de los actuales líderes soportaría el análisis de una comisión obrera de honor y justicia en cuanto a sus propiedades --las Lomas de Chapultepec como domicilio del máximo líder, para no ir tan lejos--, cuentas bancarias y estilos de vida. Como canales de distribución de beneficios gubernamentales tampoco lograron crear vínculos de agradecimiento social, pues cuanto pasó por sus manos fue entregado a los destinatarios previo cobro de extorsiones económicas o de imposiciones políticas y partidistas: desde la entrega de dinero para gestionar las casas de interés social hasta el acarreo borreguil a actos priístas o de apoyo gubernamental.

En ese contexto será difícil que la CTM logre sobreponerse a la pérdida de su caudillo. Dueños de las claves privadas para el arreglo subterráneo con el gobierno o con los empresarios, Fidel Velázquez se lleva consigo la gran capacidad de sostener a esa confederación como un ingrediente del poder que nunca lo disputó hacia arriba aunque peleó con firmeza su facultad de ejercerlo hacia abajo. Instrumento asumido como tal, el cetemismo fue un elemento de estabilidad altamente valorado por los gobiernos priístas, a pesar del decreciente aporte de votos que significaba en los años recientes o del descrédito público de sus líderes más connotados.

Leonardo Rodríguez Alcaine comenzó semanas atrás una campaña personal para despojarse de su histórico apodo de La Güera, creyendo que con tal cambio de nomenclatura podría darle más seriedad y viabilidad a su eventual asunción como sustituto definitivo de Velázquez. Aun así, desgüerizado, el millonario líder electricista no tiene la porción mínima necesaria de cualidades que le permitieron a Fidel mantenerse a flote durante décadas. Sucesor provisional por vía estatutaria, la ex Güera> Rodríguez Alcaine tiene todo para hundir en poco tiempo a esa central obrera. No hay, por lo demás, mejores prospectos. Personajes como José Ramírez Gamero se inscriben en el mismo rango menor. Juan S. Millán, que ha hecho en meses recientes un esfuerzo declarativo por colocarse en un plano de mayor apertura y modernidad, podría jugar el papel asignado de conducir a esa central hacia un espacio acotado, pero su discurso no tiene correspondencia con la práctica. Otros aspirantes, como Gilberto Muñoz Mosqueda, comparten un perfil de bajo nivel.

Respecto al impacto que la muerte de Fidel Velázquez tendrá en las elecciones del 6 de julio, es previsible que sea más en el terreno psicológico que en el muy concreto del volumen de sufragios cetemistas perdidos. El control del voto obrero es a estas alturas un mero argumento utilizable a la hora de las negociaciones de candidaturas o de las declaraciones periodísticas, pero con mínima relación con la realidad.

Sin embargo, la desaparición física del emblemático Fidel impactará necesariamente a votantes de indecisa definición partidista, a quienes, vista la muerte de un personaje siempre presente en la actividad priísta, les parecerá más claro el derrumbe del sistema que antaño parecía eterno.

No es desdeñable, por lo demás, la repercusión lateral que llega a Alfredo del Mazo, propuesto y defendido por Velázquez, y al estado de México, cuyos hombres más connotados enfrentan diversos problemas, de Bucareli a Costa Rica.

Por último, conviene tener presente que la ausencia de Fidel, y la crisis interna por el liderazgo, despojarán a los protagonistas priístas del elemento de presunta legitimación que les daba en anteriores triunfos electorales el enarbolar como monolítica y plenamente controlada la masa votante obrera.

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