MIRADAS Ť Carlos Martínez Rentería
La casualidad
``La insoportable levedad del ser''.
Milán Kundera.
La aparente coincidencia del encuentro entre las personas. La posibilidad de cambiar el rumbo de la vida a partir de miradas que coinciden, de un intercambio de palabras en el momento justo en que uno u otro necesitaban escucharlas, las químicas que se fusionan, la amistad cómplice, el amor nunca confesado, el exacto movimiento de las manos, la caricia intuida, el beso imaginado, el silencio, la distancia, el tiempo.
¿Podría científicamente explicarse la dinámica cosmogónica que hace que los seres se encuentren en el tiempo y en el espacio? Claro, la estadística, diría alguien.
¿Será que nos hacemos viejos y por eso tenemos mayor posibilidad de encontrarnos con más personas del pasado, de evocar lejanos olores, canciones que fueron de moda, sensaciones de otras épocas?
¿Todas las coincidencias están calculadas por un manipulador intergaláctico, cibernético, erudito, amoral, inmortal, omnipresente, omnisciente, cínico e inteligentemente creador llamado... como cada quien se le dé su gana?
Esto tiene que ver con esa circunstancia por todos tan vivida de encontrarse, sin motivo aparente, personas con las que compartimos momentos ya lejanos y a los que dejamos de ver; o incluso de toparse varias veces en el mismo día y en distintos lugares a alguien que nunca antes habías visto y que no volverás a ver.
Durante la pasada Feria del Libro celebrada a un costado del gigante urbano que es el Hotel de México, me encontré el mismo día a tres personas de mi primera juventud o de mi aún vigente adolescencia tardía. Mario ahora es gerente de una empresa de transportes, vive en la Del Valle cómodamente. Tenía por lo menos ocho años que no nos veíamos. Estudiamos la primaria juntos en una escuela de monjas y durante la secundaria se volvió muy borracho y yo, un hijo de familia ``decente'', procuraba guiarlo por el ``buen camino''. Concidimos fugazmente en escuelas de teatro y de periodismo. Yo descubrí después el ``mal camino'' y me gustó.
El viajó por el mundo y se volvió gente de empresa sin perder su entusiasmo, íntimamente clandestino, por la generación ``beat''. Ahora ambos tenemos un hijo (cada quien por su lado) y compartimos el recuerdo de aquellas fiestas setenteras al ritmo de ``Fiebre del sábado por la noche''. Sus carcajadas son verdaderamente contagiosas, por eso, creo, siempre seremos amigos.
Katia es performancera, actriz, escritora y muchas cosas más que quizás incluso ella no ha descubierto. Nos conocimos hace unos 18 años en el Instituto Luis Vives, lugar en donde ``estudié'' la secundaria (ahora me entero que el filósofo y pedagogo español que le da nombre a esa escuela ``estableció la separación entre la metafísica como saber de lo verdaderamente real, y la lógica como saber de lo formal. Su filosofía fue más bien crítica y ecléctica'', según el Diccionario de la Lengua). Pero a mí sólo me interesaba contemplar desde lejos la cabellera de Katia, su belleza, su mágica emoción por la vida. Sigo siendo su admirador lejano, ella tiene una hija y sigue desafiando a la locura.
Adriana no sé a qué se dedica, pero su esposo es un hombre fornido. A ella tampoco le interesó mucho en aquella tarde de feria librera saber a qué dedico yo mis horas ``productivas''. La intercepté para decirle lo acostumbrado: ``yo te conozco'', pero, en verdad, sin ningún intento de ligue, sabía que la había visto en algún lugar. Hicimos un rápido recorrido por nuestras escuelas, trabajos y llegamos a las colonias y calles por donde la hemos rolado, hasta llegar a la 11 de Abril de San Pedro de los Pinos. Adiviné entonces que ella era el pretexto por el que aceptaba ir por el pan todos los días. Durante varios años sólo me conformé con pasar cerca de ella y después recordarla durante mis primeras horas onanistas encerrado en el baño. Algún día aceptó saludarme mientras abrazaba a un novio de lentes con el que no se matrimonió, según lo comprobé en la Feria del Libro. Después de varios años de insatisfactoria rutina, conocí a mis primeras novias no platónicas y dejé de ir por el pan. Mi admiradora secreta sigue muy guapa, pero igual de platónica, así está mejor. Yo también tengo una esposa, no fornida, pero si amorosa y, a veces, salvajemente celosa.