La Jornada Semanal, 22 de junio de 1997
Carlos Pereda, uruguayo de nacimiento y mexicano por elección, es doctor en filosofía por la Universidad de Constanza en Alemania. Es autor, entre otros libros, de Conversar es humano, Debates, razón e incertidumbre y Vértigos argumentales: Una ética de la disputa. En este ensayo, se ocupa del volumen X de la Obras Completas de Octavio Paz, que contiene títulos tan indispensables como La llama doble, Conjunciones y disyunciones, Claude Lévy-Straus o el nuevo festín de Esopo, Corriente alterna y Vislumbres de la India.
Es difícil escribir sobre Octavio Paz. La energía avasallante de su obra tiende a sugerir malos consejos: parece obligarnos a elegir entre la diatriba insensata y el himno bobo, la apresurada hipérbole, creyendo que con ello podremos ahorrarnos el análisis, la discusión paso a paso de sus versos y su prosa. Sobre todo en México, el clamor del ataque ante una presencia que ha sido demasiado fuerte, que es demasiado grande, suele hacer olvidar lo que esos textos realmente significan. Además, Paz es un poeta extremadamente inteligente, de ahí que pensar sobre su obra corra el peligro de reducirse a una operación mimética: la de sucumbir en algunos de los innumerables pliegues de su reflexión. Sin duda, este segundo peligro es menos grave que el primero, la guerra ciega. Pero sospecho que se los puede evitar a ambos, si uno se deja inocular -para usar una frase del mismo Paz- por ``el doble aguijón de la curiosidad y la admiración''.
En efecto, quien se aproxime un poco a cualquiera de los catorce gruesos, muy gruesos tomos de sus Obras completas, podrá ejercitarse con facilidad en esas dos virtudes: en la curiosidad, en la admiración. Por ejemplo, acerquémonos un poco al tomo 10, Ideas y costumbres II. Usos y símbolos. El volumen contiene algunos de los libros de ensayos más conocidos de Paz, Conjunciones y disyunciones, La llama doble. Amor y erotismo, Vislumbres de la India, Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo y Corriente alterna, junto con varios artículos dispersos, más un conmovedor prólogo en el que la experiencia más inmediatamente personal de la enfermedad, del sufrimiento, o con más exactitud, del padecimiento se convierte en un inmejorable punto de partida para reflexionar acerca de la dialéctica del yo y el otro, del Uno y la pluralidad. Por lo demás, esta mezcla entre historia vivida y reflexión más o menos abstracta es constante. Así, en Vislumbres de la India nos topamos con fragmentos de una biografía hermanados con fragmentos de una historia y de una filosofía.
El prólogo a este volumen 10 también sirve para replantear nuestras inevitables y ambiguas relaciones con la ciencia y la técnica: por un lado, ``la fatal tendencia de los hombres a convertirnos en adoradores de nuestros instrumentos'', ``en instrumentos de nuestros instrumentos''; y, por otro lado, no podemos desconocer que las ciencias son conocimiento y nacen del asombro, ``somos hermanos de todos los seres vivos y, con ellos, somos parte del cosmos''.
Por supuesto, quien recorra estas páginas reencontrará algunas de las características que son ya habituales en Paz. Comencemos con sus ideas-relámpagos: se trata de pensamientos que de pronto descubren ciertos espacios, se van pero regresan, y, desde un ángulo distinto, aclaran con una luz nueva los mismos problemas convirtiéndolos en otros. De este modo, muchas de las ideas de los trabajos de la primera parte, agrupados bajo el título Pan, Eros, Psique, escritos varios de ellos en los años sesenta, reaparecen en La llama doble que es de 1993. Un ejemplo: Paz no ha dejado de insistir en la distinción entre la sexualidad, que nos une al mundo natural y es parte de los instintos que cuidan impersonalmente de la especie, y el erotismo, que es propiamente humano y está lleno de prohibiciones, reglas y estímulos; además, este último se articula socialmente en varias instituciones, desde el matrimonio al amor libre. Tampoco se olvida Paz, otra idea-relámpago, de la necesidad que tenemos de las fiestas y los ritos_ y nuestra hambre exasperada cuando nos faltan. Nostalgia de la fiesta y del tiempo de la fiesta, nostalgia de otro tiempo. Por eso, nada sorpresivamente, autores como Sade, Fourier, Lawrence_ visitan con frecuencia esta prosa. Prosa relampagueante, insisto, la de Paz en ningún momento es una prosa pálida o desmayada.
Como no podía ser de otra manera, también en esta ocasión podemos gozar con la constante fascinación de Paz por las oposiciones que, a la vez, conforman un movimiento de complementación. Recordemos ese vértigo de conjunciones y disyunciones en nuestra cultura y entre las culturas, en nuestro tiempo y entre los tiempos: la mesa y el lecho, el orden y el accidente, Eva y Prajñaparamita, lo lleno y lo vacío, encarnación y desencarnación, los signos del cuerpo y del no-cuerpo, lo mismo y lo otro_ Alas y raíces. ``Somos hijos de la naturaleza y la naturaleza es creadora y destructora.'' Ir y regresar una y otra vez es la tarea del poeta y, en algún sentido, de cualquier persona. Somos, pues, inevitablemente nómadas, aunque a menudo con sueños sedentarios: vagabundos que nunca acabamos de aceptarnos como vagabundos. Por eso, hay que recordarnos con insistencia lo que somos. Con razón, Paz observa que ninguno de esos movimientos es vano cuando se despliegan como una celebración de la presencia: como múltiples celebraciones de las diferentes presencias de este mundo. De este modo, la presencia se constituye como la fuente, como lo originario, pues, como dice Paz: ``del mismo modo que la sombra requiere la luz, la ausencia es hija de la presencia''.
Previsiblemente, tampoco se encuentra ausente una preocupación en apariencia lejana de estos ámbitos pero constante en Paz: su pasión por la política. Incluso en aquellos textos más alejados de ella, la política no desaparece. Cuando no está en el centro de la escena, de todos modos se insinúa, aunque no sea más que como un matiz, unos márgenes, un delicado contrapunto. Y hay muchos momentos en que sí la encontramos en el centro, como algunas veces en Corriente alterna, digamos, cuando se elabora en torno a los conceptos de revuelta, revolución y rebelión. Todo ello sin que Paz nunca abandone la mirada inquieta, fresca, asombrada.
Quizá se pueda afirmar que la metodología de Paz, o si se prefiere menos pompa, que la técnica de Paz se parece a la técnica de Beethoven en sus últimas sonatas: ininterrumpidas variaciones en torno a un tema en el que ya no se sabe cuál es el tema y cuáles son las variaciones. No olvidemos, por ejemplo, que en el ensayo sobre Fourier, cuando se nos habla de la gastronomía, el erotismo y la política, inesperadamente se formula una brillante contraposición entre, por un lado, la comida norteamericana, o más en general, puritana -comidas honradas, transparentes-, y por otro lado, comidas como la mexicana y la hindú, tan llenas de especies y de salsas y de oscuros placeres.
Me gustaría regresar todavía a una expresión introducida al comienzo de estos apuntes: mencioné la ``energía avasallante'' que caracteriza la obra de Paz, energía que una y otra vez lo lleva por caminos insospechados. Este gesto aventurero lo reencontramos en uno de sus últimos libros, que es parte de ese tomo, La llama doble. Se trata de un libro, como adelanté cuando hablaba de las ideas-relámpagos, cuyo tema es la sexualidad, el erotismo y el amor en las diversas tradiciones y literaturas, de Safo a Proust, de Teócrito a Breton o Auden_; el libro, además, contiene incluso una sorprendente hipótesis acerca de cuándo y cómo nació el amor. Estos y otros temas son tratados con la habitual penetración de Paz.
No obstante, de pronto, en el penúltimo capítulo, titulado ``Rodeos hacia una conclusión'', el paisaje cambia y asistimos a un lúcido repaso de ciertas discusiones científicas muy recientes que van de la cosmología a la biología pasando por la inteligencia artificial. El lector impaciente acaso se pregunte: estas investigaciones científicas ¿qué diablos tienen que ver con el erotismo y el amor? Además, ¿por qué un poeta se pone a hablarnos de la concepción biológica de la mente y de las computadoras? Quien deje las demarcaciones entre las disciplinas enteramente a los bibliotecarios y siga leyendo, poco a poco encontrará respuesta a estas zozobras.
Como si se tratase de un deslumbrante humanista del Renacimiento, lo que a Paz le preocupa es, por decirlo así, ``todo'' y, por eso, le preocupa también el alarmante adelgazamiento de la palabra ``persona''. O, si se prefiere, lo que le inquieta son las progresivas dificultades en torno al concepto de persona, concepto que ha sido el presupuesto no sólo de todos los discursos sobre el erotismo y el amor, sino en general, el necesario presupuesto de casi todos los pensamientos acerca de nosotros mismos y de quienes nos rodean: el presupuesto humanista tanto de nuestras meditaciones más íntimas acerca de quienes en verdad somos, como de la vida social y política. Si ese presupuesto, la genuina existencia de las personas, se encuentra naufragando y hasta peligra con desaparecer; si -para decirlo con terminología filosófica- el paradigma ``persona'' deja de ser un concepto primitivo para convertirse en un concepto reducible a otros -al concepto de organismo o al concepto de máquina-, ¿qué pasaría, entonces?, ¿qué pasaría con nosotros?_ Esto es ¿qué pasa con nosotros en un universo en donde la investigación científica teóricamente parece ya no hacerle más lugar a las personas?
Paz se hace y nos hace, entre muchas otras, también preguntas como éstas. Y en el sacudimiento que ellas nos provocan volvemos a darnos cuenta hasta qué punto estas Obras completas conforman ya un clásico imprescindible. Y todo ello en medio de una prosa serena que es un surtidor de relámpagos y presencias, una poesía que no cesa.