La Jornada Semanal, 22 de junio de 1997


EL POETA Y SU POLITICA

Jean Meyer

Jean Meyer pertenece a la generación de historiadores que empezó a romper con el monopolio oficial de la verdad histórica. Autor de la célebre La Cristiada (Siglo XXI), también ha publicado El tambor de Calderón, La revolución mexicana y Tres levantamientos populares, entre otros. La aparición de su libro Perestroika marca el inicio de un interés creciente por los pueblosy las culturas que se escondieron bajo las siglas URSS. En este ensayo, Meyer se ocupa del volumen IX de las Obras Completas de Octavio Paz, el libro que reúne las ideas políticas de nuestro más grande escritor, testigo polémico, indiscreto e indispensable de este siglo que agoniza.


En 1964 aprendí de Marcel Bataillon que El laberinto de la soledad era la clave para descifrar a México. Treinta y tres años después, la prosa de Octavio Paz sigue abriéndome las puertas, no sólo de México sino del mundo. Me toca el duro honor de presentar el tomo IX de las Obras Completas de Octavio Paz, en la edición del autor. Ese tomo podría llamarse, en lugar de La letra y el cetro, ``el poeta y su política''.

Octavio Paz no ha hecho nunca ``literatura comprometida'' (es decir doctrinaria, confesional, sectaria). Ha hecho todo lo contrario: literatura política, una literatura que, según sus palabras, ``brota casi siempre del libre examen de las realidades políticas de una sociedad y de una época''. El tomo VIII recoge sus textos sobre historia y política de México; el IX, los de historia y política de nuestro mundo.

Empieza con Itinerario (1993), que sirve de introducción a las seis partes del volumen, lo que da un siete, cifra mágica. Siete, me decía don Ezequiel, ``es la espada de San Miguel, jefe de las milicias celestiales en la lucha contra el Malo, quien tiene, entre muchos nombres, el de Legión''.

Itinerario es una valiente autobiografía intelectual que recorre nuestro siglo desde 1929 hasta la fecha. Adolfo Castañón acaba de escribir que Itinerario es la ``historia de la tragedia ideológica auspiciada por la utopía comunista, es también una historia ética, memoria de una salvación de la inteligencia por la conducta, anatomía crítica de la renuncia del intelectual a la responsabilidad de la inteligencia[...] descenso a los infiernos cuyo premio inestimable es una inmaterial herencia: la purificación, la posibilidad de una comunión ética realizada plenamente en virtud de la decisión de no perder de vista en ningún momento que el espejo personal es apenas un fragmento del Gran Transparente de la Historia''.

La Historia...

Paz dice que no es historiador: ``Aunque siempre me atrajo la historia, no la practico sino de una manera pasiva, como lector.'' No es cierto. Paz nos enseña a nosotros los historiadores olvidadizos o deslumbrados que ``la historia, hija de la observación y de la imaginación, es a un tiempo ciencia y arte''. Nos recuerda que ``la historia es la madre de lo desconocido'', que es ``un teatro fantástico: las derrotas se vuelven victorias, las victorias derrotas, los fantasmas ganan batallas, los decretos del filósofo coronado son más despóticos y crueles que los caprichos del príncipe disoluto''.

Esa edición es del autor. Vale la pena contemplar los retratos, los iconos escogidos para su altar personal: André Malraux, André Gide, George Orwell, Simone Weil, León Trotski quien ``murió en una cárcel de conceptos'', Víctor Serge, Albert Camus, Arthur Koestler, Raymond Aron, Hannah Arendt, Kostas Papaioannou, Alexander Solzhenitsyn. Ese altar es un manifiesto muy claro: ``donde está tu tesoro, ahí esta tu corazón''. Todos ellos, con la sola excepción de Trotski, emprendieron la lucha contra el más hermoso de los ángeles de nuestro tiempo, el ángel Revolución: ``una pasión generosa y un fanatismo criminal, una iluminación y una oscuridad''. Paz vivió ``esas esperanzas y esas desilusiones, ese frenesí y ese desengaño''.

Me es difícil no dejarme llevar por mis intereses personales, no adentrarme en las muy numerosas páginas dedicadas, con tanta ciencia, con tanta inteligencia, a Rusia y a la URSS, al marxismo y al leninismo, a la revolución y a la democracia, a la libertad y al fanatismo ideológico, religioso, nacionalista. Intentaré ser más sintético.

Al final de Posdata(1969) escribe Octavio Paz: ``La crítica es el aprendizaje de la imaginación en su segunda vuelta, la imaginación curada de fantasía y decidida a afrontar la realidad del mundo.'' No hay pensamiento sin acción. La crítica es acción. Paz es un spectateur engagé, un espectador comprometido, como Raymond Aron. Como Aron, Octavio Paz ha sido, para muchos, un maestro en pensamiento político, irritante pero inevitable para la izquierda. Curiosamente, ambos han conocido una fortuna comparable, siguiendo una cronología paralela. Aron, satanizado por la izquierda como ``profesional del anticomunismo'', como ``agente de la CIA'', recupera una gran audiencia con la izquierda a la hora de mayo de 1968 en Francia, así como Paz lo hace en México a la hora del '68.

Aron descubrió el peligro nazi en Alemania, en los años treinta. Paz, el peligro fascista en España casi al mismo tiempo. Luego ambos descubren el totalitarismo soviético y, contra su patria espiritual equivocada, la izquierda, emprenden un largo combate contra la ideología dominante, contra el ``opio de los intelectuales'', lo que les ha valido odios y rencores tenaces, calumnias, insultos... Uno fue ``agente de la CIA'' y el otro ``lacayo de Reagan''. No he leído autocrítica ulterior de los que lo llamaron ``ideólogo de la reacción'', ``vocero del imperialismo''.

Ambos, lejos de toda Iglesia, de todo partido, han ejercido la función crítica. Educan, por el ejemplo, la palabra, el escrito; salvan el honor del intelectual al comprometerse en los grandes combates de su tiempo, pero sin jamás, nunca jamás, volverse ``intelectuales orgánicos'', ``compañeros de camino'', ``idiotas útiles''.

Ambos frecuentaron a Tocqueville; los dos, como Tocqueville, son demócratas por razón y libertarios de corazón. No es ninguna casualidad que Octavio Paz haya recibido hace unos años el premio Alexis de Tocqueville, internacionalmente reconocido. Octavio Paz no ha sido nunca nacionalista ni provinciano ni pueblerino. Ha sido el hombre del pensamiento sintético, de las intuiciones fulgurantes, con visión de águila en una coyuntura siempre universal.

Paz ha dedicado mucho tiempo y mucho espacio a los temas políticos. En Vuelta sigue en la raya con sus textos sobre los acontecimientos de Chiapas. A esto hay que agregar las revistas que él fundó: Plural, y, después del excelsiorazo de Luis Echeverría, en 1976, Vuelta; los congresos que él ideó, sus conferencias, sus tomas de posición, desde la renuncia a la carrera diplomática, a la hora de Tlatelolco, hasta la fecha. Esas tomas de posición fueron siempre muy valientes. Basta con recordar la impopularidad de sus escritos sobre el marxismo y la Unión Soviética a la hora de la publicación del Archipiélago Gulag de Alexander Solzhenitsyn y de la expulsión de su autor fuera de la URSS. Paz asumió entonces, tanto en París como en México, la posición de un disidente. Es cuando acabó de granjearse su impopularidad en la izquierda con sus textos sobre Solzhenitsyn, Trotsky, Lenin... y nosotros. Es cuando Plural y luego Vuelta dan a conocer los nombres de Castoriadis, Lefort, Milosz, Kolakowski, Kundera y tantos más.

Pero lo que más le dolió a la izquierda ya revulsada por tanto ``anticomunismo sistemático'', fueron las denuncias de la dictadura castrista y la afirmación de que la guerrilla en Centroamérica no llevaba a ningún lado. La batalla fue larga, la batalla fue dura, durísima. Hoy cuesta trabajo creerlo, entenderlo. Cuando Paz pronunció en 1984 su famoso discurso de Frankfurt, al recibir el premio de los libreros alemanes, se ganó el lujo de ser quemado, en efigie, frente a la embajada de Estados Unidos en México. ¿Qué había dicho?

Había osado decir: ``La otra solución -la victoria militar de un bando o del otro- sólo sería la semilla explosiva de un nuevo y más terrible conflicto.'' Señaló, por último, que la ``pacificación de la zona no podrá consumarse efectivamente sino hasta que le sea posible al pueblo de Nicaragua expresar su opinión en elecciones de verdad libres y en las que participen todos los partidos [...] La defensa de la paz está asociada a la preservación de la democracia''.

Desde los tiempos de Plural había publicado artículos sobre la guerrilla juvenil, activa, en ese tiempo, en México, enjuiciándola con severidad, tanto desde el punto de vista teórico como práctico. Diez años después, seguía fiel a su punto de vista al hablar de El Salvador, de Nicaragua y de Guatemala. Los acontecimientos le dieron la razón pero sus adversarios, si bien han callado después de 1989, después de 1991 no han perdonado. Siempre ha luchado con vigor para ser leído y escuchado tal como lo desea, porque tiene algo que decir y siente la obligación ética de decirlo.

``La política ha sido una de nuestras preocupaciones [...] Sin política no hay organización social ni convivencia ni cultura: no hay sociedad [...] En suma, la política es parte de la cultura y sin ella no es posible entender a nuestro mundo ni a nuestra sociedad.'' Tal es el primer punto.

El segundo es la elección entre la democracia y la dictadura, entre la vía revolucionaria que lleva a la dictadura y al gradualismo: ``Nunca fui partidario de la vía revolucionaria, predicada por tantos ideólogos, sino de la transformación gradual y pacífica hacia una democracia plural y moderna'', dice hablando de México en Pequeña crónica...

El tercero es una visión realista de la democracia: ``La democracia es una idea, pero asimismo es una cultura y una práctica, un aprendizaje. Triunfa allí donde se convierte en costumbre, en segunda naturaleza. Y una advertencia: la política es el teatro de los espejismos; sólo la crítica puede preservarnos de sus nefastos y sangrientos hechizos. No me hago ilusiones acerca de la democracia: no nos dará ni la felicidad ni la virtud.''

Octavio Paz hubiera podido definirse, como Justo Sierra, ``liberal-conservador'', o decir, como Daniel Bell: ``Soy socialista en economía, liberal en política y conservador en la cultura.'' En su lucha intelectual y política ha tratado siempre dos temas: nuestro mundo y México.

En la mejor tradición de Partisan review, Dissent, Revista de Occidente, Esprit, Octavio Paz ha perseguido en sus revistas cuatro temas: la crítica del socialismo ``real'', es decir, totalitario, de Lenin a Castro, sin olvidar a los sandinistas; la denuncia y el análisis de las dictaduras latinoamericanas y de sus relaciones con Estados Unidos; las fallas y los vicios de las democracias liberales capitalistas; las grandes corrientes culturales y religiosas en su relación con la política: nacionalismo y democracia, religión y libertad. ``Todos los mexicanos sabemos que es necesario cambiar muchas cosas en nuestro país si queremos sobrevivir en el mundo que viene. La gran debilidad de la oposición llamada de izquierda es que, hasta ahora, no tiene ni ofrece un proyecto de modernización y transición que sea una alternativa del que propone el régimen actual.''

Analista y crítico del sistema político mexicano en sus dos piezas maestras, el partido y el presidencialismo, Octavio Paz, desde 1968, y precisamente a la luz del '68 mexicano, aboga a favor, no de un proceso revolucionario violento, sino de una evolución pacífica y gradual hacia formas políticas y sociales más democráticas y plurales.

De manera profética nos dijo en 1990: ``La relación entre modernidad y tradición ha sido y es capital en la historia de México, la mayoría de nuestros grandes conflictos históricos son variaciones de este tema medular.'' Véase Chiapas. ``Es el leitmotiv de nuestra historia, del siglo XVIII a nuestros días. Hoy es el centro del debate político.'' Pide acción voluntaria pero recomienda el gradualismo porque la desaparición súbita del sistema político mexicano le parece ``no sólo difícil sino casi imposible. Además sería catastrófica: ¿con qué y con quiénes sustituirlo? Hay un antecedente que nos ilumina sobre los peligros de las transiciones abruptas: el fin del régimen de Porfirio Díaz''. Pero afirma con valor: ``En suma, si el siglo se acaba, México comienza.''

Goethe lo dijo en varias ocasiones y con insistencia: el tiempo de las literaturas nacionales queda superado, ha llegado el tiempo de la literatura mundial. Octavio Paz tomó en serio el testamento de Goethe, no solamente en la literatura sino en la política, al afirmar hace más de 50 años que ``por la primera vez en la historia somos contemporáneos de todos los hombres''.

El esfuerzo tenaz de su vida es explicar con paciencia inalterable, y también con impaciencia justificada, mil y una veces, qué es la democracia y por qué la queremos. Pero ¿es razonable que espere conseguir algunos cambios en el corazón del hombre? Digo corazón, porque las ideologías y el resentimiento, y la ideología del resentimiento, anidan más en el corazón que en la cabeza. Basta ver el efecto mágico de la palabra ``revolución''. ¿Cuántos callamos para no sentirnos ``traidores'' a la revolución, excluidos de la revolución, marginados y condenados por la ``revolución'', Iglesia y madre? ƒl mismo lo reconoce: ``Ha caído el muro de Berlín pero el muro de prejuicios resiste, intacto. Unos callan y otros, desaforados, incurren en interpretaciones grotescas de lo que ocurre.''

Amos Oz, en su discurso de Frankurt, pregunta: ``¿Qué debe hacer un hombre de letras si tiene por vecinos a la injusticia, los prejuicios, la violencia? ¿Qué debe hacer cuando todo lo que tiene es una pluma, una voz y a veces un público más o menos atento? ¿Qué hacer cuando nuestro elemental sentido de la decencia nos obliga a tratar de combatir los males de la política, más allá de sólo observarla, describirla y descifrarla? ¿Qué hacer ante la opción, al parecer imposible, entre la decencia civil y la integridad artística?''

Tanto Amos Oz como Octavio Paz han contestado a esa pregunta con su palabra, con su acción, con su vida. Paz ha participado en política, sigue participando en ella como nos consta a todos, sus amigos y sus enemigos, sin entregarse nunca al oficio vulgar de producir manifiestos o toscos sermones o simplistas alegorías políticas.

En 1980, Octavio Paz escribió: ``La solidez de la Unión Soviética es engañosa: el verdadero nombre de esa solidez es inmovilidad. Rusia no se puede mover; mejor dicho, si se mueve aplasta al vecino -o se derrumba sobre sí misma, desmoronada.''

El poeta resultó historiador y profeta. Para él, ``la presencia del mal entre los hombres'' es una cuestión central y esencial. Por eso le dedicó tantas páginas a la historia y a la política, ``nudo entre las fuerzas impersonales -o más exactamente transpersonales- y las personas humanas''. Nos dice: ``la única lección que yo puedo deducir de este largo y sinuoso itinerario: luchar contra el mal es luchar contra nosotros mismos. Y ése es el sentido de la historia''.