Domingo 22 de junio de 1997

Fidel Velázquez


Andrea Becerril



Actor principal en la historia del movimiento sindical, soporte indudable del sistema político mexicano, los casi cien años de existencia de Fidel Velázquez estuvieron siempre ligados al poder. Un poder al que se aferró aun en el ocaso de su vida, cuando el fin del siglo y de su siglo se acercaban.

Personaje polémico, discutido, Velázquez, el más viejo de los políticos, ``patriarca de los obreros mexicanos'', como lo definió el diario estadunidense New York Times en los setenta, o ``defecto de México'', según el calificativo del general José Guadalupe Zuno.

Vio gobernar en su larga gestión a 13 presidentes de la República, con los que mantuvo una alianza resistente a todo, aun al intento de varios de ellos por restarle poderío e influencia, o por retirarlo de la vida política y sindical en definitiva, como pretendió, sin éxito, Carlos Salinas de Gortari.

Participó en la fundación de la CTM en 1936 y se quedó para siempre en el timón de la central, a partir de 1950 y hasta su muerte, sin delegar ni un ápice del mando, sin definir su sucesión, pese a que ello alentara pugnas y luchas internas.



Fidel, ``el otro presidente'' como también se le llamó, fue severamente criticado por su cercanía con el gobierno y los empresarios, por su control e inmovilización de los trabajadores. Nunca acudió al arma más efectiva de los sindicalistas: la huelga general. Tampoco logró mejorar las condiciones de vida de sus representados. Sin embargo ese personaje contradictorio, de gesto adusto y severo, del que se hicieron miles de caricaturas y notas periodísticas, logró permanecer cerca de una centuria en primera fila en el desarrollo de la historia contemporánea del país.

Fue protagonista de un siglo que nació convulsionado, con la Revolución de 1910; participó después en la etapa posrevolucionaria, asistió a los nacimientos de la Ley Federal del Trabajo, del Partido Revolucionario Institucional, vivió las etapas de estabilidad y las crisis posteriores.

``Cuando se muera, merece un monumento. Ha sido estabilizador hasta decir basta. Y además, deberán momificarlo y hacerlo como El Cid Campeador, sentado, con un puro en su boca'', comentó en 1993 el ex banquero Manuel Espinosa Iglesias.

Su declive a partir de los años noventa, en opinión de analistas, académicos e investigadores, marcó también el principio del fin del sistema político mexicano.

La historia y el actuar del líder de la CTM provocaron infinidad de cuestionamientos. ¿Cómo logró aquel mocetón robusto, incipiente lechero que apenas terminó la instrucción primaria, encumbrarse en 1936 y seguir por siete décadas como el número uno del sindicalismo y el segundo hombre más importante del sistema, sólo por debajo del Presidente de la República?

Para hacerlo debió desplazar, deshacerse y traicionar incluso a líderes como Luis N. Morones, Vicente Lombardo Toledano, Valentín Campa, Fernando Amilpa, Miguel Angel Velasco, Luis Gómez Z., Rafael Galván y luego a muchos otros que en los últimos decenios esperaron inútilmente su muerte para sucederlo.