Bárbara Jacobs
Mercancías y marcas

Tenía la esperanza de encontrar mi caso en El poder de la palabra, el manifiesto de una organización mundial de mujeres, Women's World, pero como no fue así ahora quiero formularlo y enviárselo a Meredith Tax, la autora del documento, a través de Mariella Sala, quien me lo envió desde Perú. No las conozco; pero les tengo confianza.

En las páginas de dicho breve libro, me enteré con sorpresa de que a pesar de tantos movimientos de liberación a lo largo de tantos años, y de tanta lucha organizada en todo el mundo para establecer su derecho a la igualdad, a la vista del hombre la mujer sigue siendo inferior. Antes de leer a Tax, yo misma habría exclamado: "¡Pues que viva la diferencia!" Bueno, lo habría hecho antes de que dicha diferencia me afectara a mí. Yo no quería reconocer que debía ciertos pequeños problemas a esa desigualdad, la que establece que el hombre es superior a la mujer. Es más, yo sostenía: claro que el hombre es superior; pero, puesto que es igual a la mujer, ¿cuál es el problema?

Pues bien, el problema está en que el hombre no lo crea así al grado de que ni siquiera necesita estudiarlo y tomar medidas. Como quiera que sea, el manifiesto de Women's World me abrió los ojos. Para empezar, al leerlo me enteré de cómo hasta la literatura, su creación, su difusión, son asuntos previstos y manejados por ese motor de la vida de hoy que se llama Nuevo Orden Mundial. Bueno, y las mujeres y sus asuntos ahí están, clasificadas y manipuladas. Uno de los ejemplos que más me alarmaron fue el que ilustra a la escritora como mercancía; al escritor famoso como nombre de marca. La palabra creación, sustituida por la de producción; la lectura promovida con fines de ganancia en el mercado.

También me impresionó la amplitud de actitudes intelectuales que engloba el término censura. Por ejemplo, ignorar un libro es censurarlo. O cuando un crítico lo malinterpreta, y lo hace deliberadamente, esto también es una forma de censura. Hasta menospreciar un libro puede significar censurarlo. Los críticos no aplican la censura sino a los libros que los amenazan. Por eso más bien apoyan los que se convierten en mercancía, porque éstos no promueven ningún valor que no sea el que dicta el Nuevo Orden Mundial. Los libros más censurados serán aquellos cuyas metas sean las desterradas por dicho Nuevo Orden, todas las que tengan que ver con los valores intelectuales o espirituales del Viejo Desorden Regional, o como se llamara lo que era el mundo cuando había países y cada país tenía su cultura y cada cultura tenia sus aspiraciones, y los hombres eran hombres y las mujeres mujeres y ninguno mercancía, y el dinero no era el único criterio de valor.

¡Bueno, todo lo que contiene el manifiesto de Women's World¡, corre peligro de ser censurado. Espero que dé tiempo a que incluya mi caso, el de una escritora no inédita cuando, en 1970, conoció y se casó con un escritor desde entonces ya muy reconocido, a la cual la crítica no concede todavía identidad independiente. Ni la crítica, ni los colegas, hombres o mujeres.

El medio que ejemplifica mejor que yo no sea juzgada sino en relación a mi esposo es la entrevista. Todo va muy bien hasta que se presenta la pregunta: "¿Cuál es el costo de haberte formado a la sombra de un gran escritor?" ¿Cuál sombra?, pregunto; la sombra está en tu retina, contesto. Y haberme puesto en guardia no habrá sido en vano. Con el primero, con el segundo, con el sexto libro publicado, la pregunta no falla.

Apenas me quedo sola, sin embargo, reflexiono; y me angustio. Acudo a De Profundis y oigo a Wilde recordarme que no se trata de reflexionar para amargar a otros, sino más bien para desterrar de nosotros mismos la amargura. Así que me presto de nuevo a ser entrevistada. En relación a una antología del cuento triste universal que hicimos en coautoría mi esposo y yo. Llaman de Radio Nacional de Argentina, desde Buenos Aires; preguntan por él; lo entrevistan. Cuando él está por pasarme a mí el auricular, se corta la llamada; la entrevista ha terminado. En persona, un colega que leyó nuestra antología me comenta: "Supongo que de los incluidos, los escritos por mujeres son los que tú escogiste". Me menciona "El canario" en particular, de Katherine Mansfield. Le pregunto si le gustó. "No", me contesta; "y tampoco me pareció triste". Acto seguido comenta con mi esposo cómo le gustaron los de Joyce, Faulkner, Melville, Flaubert, y lo tristes que le parecieron; el de Rulfo, el de Onetti, no sé cuál otro en particular.

Cuando yo no era amenaza, sonreía si nos señalaban y comentaban: "Detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer". Pensaba que Madame Curie no lo habría tomado a mal. No sé si Elsa Morante lo habrá llegado a oír; pero estoy casi segura de que si, con toda cortesía y galantería, alguien lo dice a la pareja de Lilian Hellman y Dashiell Hammett, ella le arroja un whisky a la cara al "agresor", con todo y hielos y vaso. Sin bulla de movimiento de liberación, ni siquiera a la vista, Santa Teresa de Avila trabajó conjuntamente con San Juan de la Cruz, o al revés, sin que nadie le preguntara si él la tutelaba; o si, al declararse Fundadora de su Orden, no le faltaba humildad u honestidad. Mi problema no es que, para encontrarme a mí, señalen a mi esposo y digan: "Cherchez la femme"<.i> sino, fatídicamente, "Cherchez 1'ombre", busque la sombra.