Los hombres del poder, ausentes en las exequias
Andrea Becerril, Antonio Vázquez y Fabiola Martínez Ť Solo, dentro del sobrio féretro de caoba brillante colocado en la explanada de la CTM, la central a la que dedicó su vida, Fidel Velázquez pasó su última noche.
No hubo multitudes en sus exequias. Pocos trabajadores y pocos políticos lo acompañaron durante las siete horas en que fue velado ayer.
``Murió como los hombres, sin una sola queja'', confió su hijo, también Fidel, a
Juan José Osorio, junto al ataúd, en esa explanada que nunca pudo llenarse.
En algunos momentos hubo más camarógrafos, fotógrafos y reporteros que trabajadores, líderes y hombres del sistema al que Velázquez Sánchez apuntaló por más de medio siglo.
Ayer los hombres del poder no se volcaron a despedir al viejo y controvertido líder. Sólo un ex presidente de los muchos con los que trató, Miguel de la Madrid, acudió ayer a sus exequias.
Ni siquiera una veintena de dirigentes del Congreso del Trabajo se presentó a la calle de Vallarta 8, sede de la CTM y que ayer se convirtió en capilla ardiente.
Tampoco lo hizo una buena parte de los líderes de las federaciones estatales y de los sindicatos de industria cetemistas.
Ni qué decir de los trabajadores. Solamente los obreros de Chrysler de México, a quienes sacaron de la fábrica por la mañana, hicieron valla fuera de la CTM y más tarde adentro, como personal de seguridad en la explanada.
Cerca de las diez de la mañana, Salomón Jasqui, el médico que ha cobrado fama en los últimos meses, apareció en la puerta del Hospital de Guardias Presidenciales. Desencajado en compañía de Fidel Velázquez Quintana, leyó un escueto comunicado en el que anunció el fallecimiento del líder de 97 años de edad. ``Ha muerto un gran hombre'', declaró, mientras decenas de reporteros, aún somnolientos por haber pasado ahí la noche, corrían a transmitir la noticia que más tarde se escuchó en toda la ciudad.
``¡Ya se fue, ya se fue! ¡Murió Fidel Velázquez!'', pregonaban los voceadores con sus bultos de periódicos bajo el brazo, fuera de la CTM, donde la prensa esperaba la llegada del féretro con los restos de quien dirigió al movimiento obrero mexicano en los últimos 60 años.
La espera fue larga, porque antes el cuerpo fue embalsamado en la agencia funeraria Félix Cuevas para que pudiera soportar dos días de funerales.
Ahí empezaron los problemas para la prensa. Personal de seguridad de Gayosso impidió el paso a los reporteros y a los fotógrafos que intentaron tomar imágenes de la llegada del cadáver.
Con perros guardianes, gases lacrimógenos e incluso palos y piedras intentaron dispersar a fotógrafos y reporteros mientras la bolsa de plástico café con los restos del líder era introducida a la funeraria.
Embalsamar, vestir y preparar el cuerpo del dirigente costó cerca de 130 mil pesos, incluido un ataúd de caoba marca Premier valuado en 90 mil pesos. Dentro, Fidel Velázquez yacía amortajado. El traje gris y la corbata roja contrastaban con la palidez del rostro y su expresión serena.
Agreden los hijos de Fidel a fotógrafos
A las dos de las tarde las cortinas metálicas del estacionamiento de la CTM se abrieron para que la esposa, los hijos, los nietos y otros familiares de Fidel Velázquez entraran. El féretro llegó 45 minutos después.
Alfredo García, colaborador inseparable del líder obrero durante los últimos 30 años, sobre todo en los más recientes, cuando necesitaba ayuda para caminar e incorporarse, lo trajo ayer otra vez a la CTM, sólo que ahora muerto y para recibir el homenaje póstumo.
Fue uno de los pocos momentos emotivos. El ataúd quedó en el centro de la explanada --muchos se preguntaron durante años para qué serviría--, entre aplausos y el grito de ``¡Fidel, Fidel!'' que corearon sus colaboradores, familiares y amigos.
También hubo emotividad cuando uno de sus nietos, Daniel Castro Velázquez, abrió el ataúd para besar la frente de su abuelo.
A esa hora se concentró la mayor cantidad de gente y también ocurrió un incidente. Los hijos del líder, Guillermo y Fidel, arremetieron contra fotógrafos y camarógrafos que se habían abalanzado sobre el féretro cuando éste se abrió.
La familia Velázquez Quintana perdió la compostura. Quizás la tensión de los últimos días y el dolor por la pérdida los llevaron a agredir a cuanto fotógrafo encontraron a su paso.
``¡Ya basta, ya basta! ¡Fuera la prensa!'', gritaba furibunda Nora Velázquez. ``¡Respeto, por favor!'', clamaban los nietos, mientras Guillermo y Fidel, con el rostro descompuesto, asestaban puñetazos y patadas a camarógrafos y fotógrafos, entre ellos a Carlos Ramos, reportero gráfico de La Jornada, y a Julio González, de Televisa. Ambos salieron con heridas en el rostro.
Leonardo Rodríguez Alcaine, nuevo secretario general de la CTM, y otros dirigentes controlaron la situación y ofrecieron disculpas a los agredidos.
Con la ropa en desorden, Fidel y Guillermo se refugiaron en el despacho de su padre.
Para ese entonces la explanada estaba colmada de cuando menos 200 coronas fúnebres enviadas por dirigentes, gobernadores, políticos y amigos personales.
Los obreros de Chrysler, únicos representantes de la clase trabajadora con sus uniformes azules nuevos que les dieron por la mañana cuando los trasladaron en diez autobuses hasta la CTM, hacían una valla alrededor del féretro.
A partir de entonces se iniciaron las guardias de honor, la primera a cargo de la familia de Fidel Velázquez. Luego los integrantes del Comité Ejecutivo Nacional, senadores, diputados y representantes de los sectores del Partido Revolucionario Institucional, además de algunos políticos de otros sexenios.
Destacaron el ex presidente Miguel de la Madrid, Humberto Roque Villanueva, Alfredo del Mazo, Arsenio Farell Cubillas, el gobernador del estado de México, César Camacho Quiroz; Fernando Ortiz Arana, María de los Angeles Moreno, Genovevo Figueroa, Fernando Gutiérrez Barrios, Jorge de la Vega Domínguez, Emilio Gamboa Patrón, Manuel Camacho Solís... y nada más.
Juan S. Millán y José Ramírez Gamero, mencionados como posibles sucesores, llegaron por la tarde a la CTM. Ambos se encontraban fuera de la ciudad. Arturo Romo, gobernador de Zacatecas, y Enrique Burgos, de Querétaro, no pudieron llegar.
Ante la escasa asistencia de dolientes, la dirigencia cetemista determinó cerrar las puertas de la central y dar por concluido el velorio a las 22:20 horas. La familia se retiró a las 21:30.
Casi de retirada se le preguntó a Joaquín Gamboa Pascoe, dirigente de la CTM en el Distrito Federal: ``¿Dónde están los trabajadores?''
``¿Qué, no vieron a los de Chrysler?'', respondió manoteando y se fue.
Dentro sólo quedaron el equipo de seguridad interno de la CTM y Alfredo García. El fiel colaborador cerró el ataúd y lloró a solas a su jefe. Hoy a las ocho de la mañana las puertas de la central se reabrirán para dar el adiós a uno de los protagonistas de la historia del México contemporáneo.