Jaime Martínez Veloz
Gobernabilidad y elecciones
A menos de tres semanas del 6 de julio las intenciones de voto parecen estar definidas. La gran mayoría de las encuestas arrojan resultados coincidentes. Salvo que ocurra un acontecimiento imprevisto, los resultados están a la vista. Nadie podrá llamarse sorprendido.
En este contexto, el panorama que se conocerá en julio será inédito y por lo tanto exigirá de los principales actores políticos varias definiciones importantes.
Tanto como los resultados, importará evaluar la elección misma, su limpieza y transparencia, así como la participación ciudadana. Si estos aspectos son positivos, como la mayoría esperamos, habrá que reconocer que hemos entrado a una etapa de madurez democrática en la que debates, alternancias y concertación políticas son eventos normales y no excepcionales. Elecciones incuestionables benefician a todos y fortalecen a las instituciones.
De igual forma, vale la pena que se retomen algunas de las lecciones del proceso electoral, y que es conveniente analizar y ponderar para que partidos y sociedad tengamos claro qué es pertinente modificar, completar o mejorar.
Entre muchas otras cosas que pueden destacarse, hay tres que sobresalen. En primer lugar, en el México de hoy no existe una fuerza política dominante. El tiempo del unipartidismo se acabó y el bipartidismo no llegará a cuajar.
Curiosamente, si nos guiamos por las demandas sociales más escuchadas, diríamos que si hay algo así como un sentir social o una inclinación política, ésta se encuentra más cercana a los propósitos de justicia social y libertad de la Revolución de 1917 que a cualesquiera de las ofertas de modernización que se presentaron.
Tal vez es tiempo de que hagamos una reflexión nacional y busquemos revitalizar el pacto social postrevolucionario en lo relativo al compromiso del Estado de hacer que la política social sea el centro de su acción.
En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, se constata la existencia de una sociedad plural que compromete su voto en función de coyunturas y candidatos, no de programas políticos partidarios. Es una sociedad que castiga los errores y que puede cambiar de un año a otro la orientación de su voto. Esto es, los partidos tienen un electorado cautivo muy pequeño y existe en contraparte un sector muy amplio que vota en función de lo arriba anotado.
En tercer lugar, de acuerdo a los datos y evidencias disponibles, a la ciudadanía no le agradan las campañas basadas en los ataques, en los golpes bajos y en los excesos discursivos.
En este escenario, es necesario que las distintas fuerzas políticas participantes y el gobierno federal comiencen a preguntarse qué sigue después de los comicios. Digamos un qué hacemos el siete a las siete.
Si los comicios resultan lo transparente que todos esperamos, los actores políticos deben asumir institucionalmente sus triunfos y sus fracasos. Nunca fue válido, y ahora menos, el poner una serie de obstáculos a la relación entre niveles de gobierno o poderes.
Los actores políticos deben asumir el compromiso de que gane quien gane en los diferentes puestos de representación, los resultados serán respetados y se trabajará sobre la base de la concertación política y no sobre el equivocado método de la descalificación, el ataque encubierto, los obstáculos administrativos o cualquier otro truco.
A nadie escapa que las diferencias políticas prevalecerán, pero también deberá haber una preocupación central y común por lograr en los hechos que funcione un pacto de gobernabilidad. México lo merece.