Horacio Labastida
Presidencialismo y diputados

Cuando Plutarco Elías Calles escuchó, durante su último informe de gobierno, el potente grito de Aurelio Manrique al calificarlo de ¡farsante! una y otra vez, el futuro Jefe Máximo de la Revolución quedó plenamente convencido de la necesidad de dominar el Congreso, y de manera muy especial la Cámara de Diputados, pues no sólo podían los opositores humillarlo en el acto solemne del 1o. de septiembre de 1928, sino que ejerciendo libremente sus facultades constitucionales podrían, en su caso, dar jaque mate al rey, sin que éste tuviera salida alguna. El escenario que surgió en la conciencia del sonorense, gravemente amenazado aún por las llamaradas que lo rodeaban con motivo del asesinato de La Bombilla, fue el de un presupuesto de egresos e ingresos aprobados por los diputados sin su intervención, junto con el rechazo de la cuenta pública y la negativa de potestades extraordinarias concedidas al Ejecutivo, escenario suficientemente negro para percibir al presidencialismo dominante, dinamitado y convertido en escombros de basurero. Entre el asesinato de Carranza y aquel informe de la acusación de Manrique y el anuncio del fin de los caudillos, habían transcurrido los aproximadamente ocho años que sirvieron a los aguaprietistas para elevarse al trono de un presidencialismo cimentado en la última instancia de las armas, según se acreditó cuando la insurrección delahuertista sirvió de pretexto para llevar a cabo la extensa depuración de generales y coroneles mal vistos por la naciente familia revolucionaria.

La experiencia callista fue muy bien asimilada por los sucesores del presidencialismo militarista posrevolucionario: en las últimas diecisiete legislaturas han sido uniformemente predominantes los diputados oficialistas, dominio asegurado en este medio siglo a pesar de las formas imaginadas para abrir las puertas a los diputados no oficialistas, sobre todo con los oficios de congresistas de partido o los que hoy se desempeñan por representación proporcional, fórmulas sin duda manipuladas para colocar al presidencialismo una de las máscaras democráticas utilizadas durante su larga y ahora tambaleante vida. Perder la mayoría en las cámaras no es cosa de juego, como lo presintiera Calles de cara a Manrique, pues el presidencialismo es un ente político relativo por cuanto que su papel consiste en cuidar intereses de élites empresariales locales y extranjeras que buscan mantener y extender su hegemonía en México y el resto de los países del subcontinente; es en esta vertiente donde se perfila el heroico pueblo cubano, cuya resistencia a los enemigos de su soberanía no tiene precedente alguno en la historia de Latinoamérica.

Vale repetirlo ahora. El presidencialismo mexicano posrevolucionaro, igual que el militarista del largo periodo que comienza con Santa Anna y termina con Manuel Avila Camacho, rompe el Estado de derecho constitucional para instalarse como Estado de facto autoritario, por efecto de la alianza del gobierno con minorías de alto poder económico, rompiendo así su compromiso con el pueblo; metamorfosis que, por otra parte, singularmente en México, ha gestado un poder extralegal dependiente, en las decisiones centrales, de instancias políticas extranjeras asociadas a las minorías del dinero de las que, en lo político, es su personero.

¿Hasta qué grado el Estado de facto y autoritario está dispuesto a perder la mayoría en el Congreso, acentuadamente en la cámara baja, si tal pérdida lo coloca virtualmente a la orilla de su aniquilamiento? En este punto saltan los peligros de la contrarrevolución que han sido denunciados por grandes intelectuales de nuestro tiempo --recuérdense hombres tan prominentes como Marcuse, Mills, Sartre, Habermas, Chomsky, y entre nosotros González Casanova, Alonso Aguilar, Fuentes, Villoro, De la Peña, Monsiváis y muchos más. Compréndase que está en riesgo tanto la fuerza local como la internacional vinculada con la primera, y que esta complicidad puede insuflar a la contrarrevolución un potencial de engaño, fraude, violencia y disuasión de tremendas consecuencias. ¿Qué valladares podrían detener o contrarrestar la acción contrarrevolucionaria? Sólo la del crecimiento y profundización de una conciencia libertaria y ciudadana incompatible con las presiones destructivas de la dignidad del hombre.

No cabe duda que el 6 de julio próximo es una fecha trascendental para la patria. Estarán sobre el tapete, revolución y contrarrevolución, libertad y opresión, democracia y presidencialismo autoritario. ¿No es la solución de estos dilemas un acto que tiene que ver con la grandeza o la ruina de México?.