Destacado psiquiatra y profesor universitario, Carlos Pucheu murió el pasado lunes víctima de una enfermedad degenerativa. Lentamente fue generando un vacío dentro de otro vacío. La vida se le iba y se adentraba en los recuerdos. La mirada, su penetrante mirada que lo distinguía, era algo más, mucho más que sus ojos hurgadores. La separación del aula y el hospital lo comunicaban con una vida anterior inasible.
Su espíritu estaba silencioso y un hormigueo le recorría la piel viendo pasar las nubes que le ocultaban el dolor. Su aura luz violeta en torno del cuerpo roto sugería calma en medio de tanta excitación. Al marcharse se llevaba la sensación del roce desgarrado de la carne interna.
El suelo se le levantaba como una hamaca al revés y le revoloteaba. El contacto con la muerte próxima le aumentaba la habilidad para leer su escritura mental en la que tanto trabajó. La mirada le simulaba agua que le devolvía las propias imágenes y seguramente sentía que se abrían las puertas del espíritu y aparecía una música callada.
El desorden de la mente le debe haber asaltado como el embate enfurecido de las alas. Los pensamientos cruzados sin saber cómo mantenerse a flote contra esa corriente degenerativa que le atacaba la memoria y la atención y provocaba tal conmoción. La mirada, ya sólo sombra fugaz, que dejaba en sus amigos para siempre.
Poco a poco dejó de sentir la mirada con la que dominaba auditorios y enfermos y la alargaba hasta perderse. Tan fuerte que la poseía a pesar del cohete mortal (esclerótico) lanzado a su cuerpo que le iluminaba su interior y se fue apagando antes de volverse revelación, sin desaparecer.
Mirada ajena a su personalidad fuerte que iba más allá del yo, de lo consciente, mientras se alisaba los tupidos bigotes. Un pozo de calor que lo llevaba a la escritura interna indescifrable. Jeroglífico misterioso que traspasó la muerte en un abismo insondable. Fugacidad del tiempo que era vida-muerte, a la que llegó antes de la hora, precoz como fue en su vida.
Compañeros, alumnos, pacientes, familiares y miembros de la vida intelectual y universitaria lloraran la muerte de Carlos Pucheu creador, con otros, del consejo e Instituto de Psiquiatría, sociedades médicas y uno de los pioneros en México de la psiquiatría comunitaria, pasión desatada con la poesía a flor de piel que le permitía expresar el espíritu, más allá de las relaciones que representara, y a los que dio nuevos significados.