Octavio Rodríguez Araujo
En la balanza

A Le Monde Diplomatique, bienvenido otra vez

En los platillos de la balanza económica y política del México 1997 hay dos elementos insoslayables: en un lado, lo que quieren el gobierno de Zedillo y sus socios o beneficiarios y, en el otro lado, lo que quiere la mayoría de la población.

El 6 de julio sabremos (si las elecciones son libres, transparentes, legales y respetadas) cuál de los dos platillos pesará más. Si hay fraude, intimidación y aprovechamiento de la ignorancia de mucha gente sobre sus derechos, puede ser que las elecciones próximas resulten un fracaso y que tengamos más de lo mismo, pero con un mayor autoritarismo del que actualmente padecemos (pues tendría que darse un golpe de Estado técnico para gobernar a una población más que inconforme).

Los escenarios electorales posibles han sido mencionados hasta el cansancio. Y de éstos el único interesante, por cuanto a su significado histórico, es que el PRI pierda la jefatura de gobierno en el Distrito Federal, la mayoría en la Asamblea capitalina y también en la Cámara de Diputados federales. Las elecciones de senadores y en varios estados, sin ser irrelevantes (que no lo son), no tienen el mismo significado que las primeras mencionadas. No es casual que en los estados de la Federación, aun en los más lejanos del centro, estén puestos los ojos en la elección del gobierno del siempre tan criticado DF.

El significado histórico de que el PRI quedara en minoría es enorme. Piénsese nada más en un hecho: el autoritarismo más viejo del mundo (y no es metáfora) ha sido el que ha caracterizado al régimen mexicano. Y si bien hubo una época en que ese autoritarismo era aceptado por la población mayoritaria, ello se debió a las formas populistas en que se gobernó y a la distribución relativa de la riqueza que se generaba en el país. El autoritarismo de ahora, en cambio, sólo promete pero en nada cumple. Nunca, desde antes de 1935, los mexicanos se habían visto más vulnerados en su economía familiar que en los últimos 15 años. Nunca antes, ni siquiera en los tiempos de Miguel Alemán, la soberanía económica y territorial se había visto tan amenazada o en condiciones de pérdida sistemática en favor de unos cuantos empresarios que insisten en querer dominar el mundo y que quieren, a como dé lugar, nuestras riquezas estratégicas.

La ola de los golpes bajos y de la guerra sucia electoral parece haber pasado ya, aunque no se descarta que puedan inventarse otras ofensivas antiopositoras en los próximos días. Quienes dijeron más de lo que debían, como los empresarios y los banqueros, ya han moderado sus apreciaciones y ahora comienzan a aceptar que la alternancia democrática no tiene que traducirse, necesariamente, en caos e inestabilidad. Ya vieron que en Europa los intereses económicos más grandes no se han venido abajo a pesar de que la izquierda moderada ha ganado posiciones de poder. Se empieza a entender que el viejo principio marxista sobre los cambios de gobernantes, mientras no se toque al Estado, es vigente, y que en realidad sólo cambiarían los estilos de gobierno pero no sus fundamentos alineados al Estado mientras no sean los trabajadores quienes detenten el poder en una lógica socializante.

Lo que la mayoría de los mexicanos quiere no es el socialismo, como quizá lo demostraría una encuesta en este sentido, sino vivir menos mal de lo que ya vive, frenar la caída de su nivel de vida y encontrar un trabajo digno o no verse amenazados de perderlo en cualquier momento. Esto es todo, y el gobierno, su partido y no pocos macroempresarios no atienden (ni entienden) estas modestas demandas, por más que renueven sus promesas y nos feliciten por el sacrificio de tantos años.

El poder actual debería entender que detrás de la tregua electoral hay movimientos sociales (algunos armados) que no aceptarán un nuevo fraude, como en 1988, y que el ¡ya basta! zapatista puede ser repetido, pero ahora por millones de voces.