Jorge Alberto Manrique
Pedro Gualdi

Pedro Gualdi fue un pintor y litógrafo nacido y formado en Italia, que trabajó en México antes de la mitad del siglo XIX, de quien se conocían algunos cuadros de la ciudad y sus plazas e iglesias, y el álbum Monumentos de Méjico.

Si bien no hay prácticamente historia del arte en México que no incluya su nombre, muy poco se sabía de él, aparte una fracción de su obra y la noticia vaga de que había llegado a nuestro país como pintor de escenografías de una compañía de ópera.

El reciente interés por la litografía y el grabado mexicanos en el siglo pasado, tanto en estudiosos como en coleccionistas como Ricardo Pérez Escamilla o los fondos del Museo Nacional de Arte, del Museo Franz Mayer y del Banco Nacional de México, así como las exposiciones que estos museos han preparado, han venido arrojando más luz sobre Gualdi.

Ahora, gracias a la exposición de 102 obras de Gualdi, en el Museo Nacional de Arte, curada por Antonio Aguilar con la colaboración de Rosa Casanova (para la parte italiana) y de Roberto Meyer (para la estancia final en Nueva Orleans), y al magnífico catálogo con textos de ellos, Pedro Gualdi (o Pietro Gualdi, o Peter Gualdi, como se llamaba en Nueva Orleans) adquiere una presencia consistente. Todavía falta más por saber y queda mucha obra por localizar, pero Gualdi, podemos decir, es un artista con vida y presencia reales.

En 1808, en pleno vórtice napoleónico, nació Pietro Gualdi, hijo de sirvientes, en la modesta ciudad de Carpi, cercana y sujeta a Módena, capital del ducado de Este. Según un esquema bien común, su párroco y maestro le encontró cualidades y a través del obispo lo hizo ingresar a los 16 años a la Academia Astetina de Bellas Artes en la ciudad ducal. Después continuó, becado, en la famosa Academia Brera, de Milán, donde se relacionó, siempre con beca, con Domenico Mazzoni, quien dirigía la escuela de pintura escenográfica en el teatro ya para entonces famoso de la Scala de Milán. Con una todavía parca obra de vedute de interiores y vistas urbanas y su entrenamiento de escenógrafo, Gualdi se engancha, buscando una mejor situación social y quizá con un aliento romántico, en la compañía operística de Napoleona Albini, famosa diva, a México.

A finales de 1835 y principios de 1836 llega y se enamora de la ciudad. La compañía de la Albini tuvo un éxito muy grande. Las crónicas no hablan sino esporádicamente de la escenografía, pero cuando lo hacen la alaban. Muy pronto empezó Gualdi a pintar vistas de México, empezando por catedral y palacio, y sin duda tuvo éxito, si juzgamos por la repetición de las obras.

Los Monumentos mejicanos de Gualdi, en dos ediciones con variantes, fueron el primer álbum litográfico de ciudades mexicanas y tuvieron una larga secuela. Como lo señala Aguilar, sin haber estado nunca en la Academia de San Carlos ni haber expuesto en ella en sus 15 años mexicanos, influyó la producción artística del país y descubrió el propio gusto de los mexicanos por ver su ciudad y sus cosas.

Quizá la denominación de ``artistas viajeros'' que hemos usado no sea la más conveniente para Pedro Gualdi. Es más propiamente un emigrado, aunque finalmente, alrededor del año 50, fuera a residir y morir en Nueva Orleans. De alguna manera cumplió las expectativas de su párroco Bartolomeo Guastaverza. Cambió definitivamente de clase social. Fue amigo estimado de gente importante, como el arquitecto De la Hidalga, cuyas obras pintó y litografió y casó, ya medio pasadito, a los 36 años, con una señorita mexicana muy rica.

Mal dibujante de figuras, fue un formidable pintor y dibujante de arquitectura. Sin Gualdi y su formidable obra no conoceríamos lo que ha sido nuestra ciudad.

(Jorge Legorreta escribió aquí, enojado, porque en el Munal se exhibían dos cuadros de Gualdi en los que la bandera de Estados Unidos ondeaba en Palacio. La historia no se cambia porque querramos cambiarla: lo peor es tratar de ocultarla. Un artista como Gualdi pinta, honestamente, lo que ve).