La Jornada miércoles 18 de junio de 1997

Rolando Cordera Campos
Incertidumbres democráticas y falsas amenazas

Por primera vez en nuestra historia política moderna, los mexicanos no sabemos lo que no se debe saber en materia electoral y hemos empezado a saber lo que se necesita para tener una democracia creíble. La democracia sigue siendo difícil de lograr, pero las certidumbres e incertidumbres que hoy la rodean arrojan un horizonte de optimismo realista.

A diferencia de lo que ocurría apenas hace tres años, hoy no sabemos quién va a ganar la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, aunque todo indica que el PRI se mantendrá como el primer partido dentro del Congreso, porque será por lo menos la minoría mayor dentro de los diputados y conservará una cómoda mayoría en el Senado. No hay muchas dudas hoy sobre quién ganará el gobierno de la capital de la República, pero nadie puede asegurar a estas alturas cuál será la composición precisa de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, donde empezará a procesarse, en obligada modalidad de cooperación todavía subordinada con el Congreso y el Ejecutivo Federal, la conformación de una nueva forma de gobernar la ciudad de México.

Las certezas referidas derivan más que nada de las opiniones expresadas por los futuros votantes a los encuestadores, pero tendrán que confirmarse o corregirse a la hora del voto, que por primera ocasión será la auténtica hora de la verdad para la política mexicana. En tanto, nuestras incertidumbres ya no tienen mucho que ver con lo que al grupo gobernante se le pueda ocurrir en lo tocante a los comicios de julio, sino precisamente con lo que al final de cuentas dirán los votos, que habrán de contarse y contarán como nunca antes.

Lo que se pone ahora sobre la mesa, es lograr que este juego de certezas y dudas sobre los resultados electorales, se vuelva una combinación productiva, que arroje confianza y cree las bases de nueva etapa de cooperación nacional basada en la competencia y las divergencias políticas. Esta es la gran tarea de los partidos políticos, los medios, el gobierno y los nuevos órganos como el IFE y el Trife, creados precisamente para hacer de las elecciones el proceso central del intercambio político democrático.

En algunos de estos órganos y agencias políticas, sobresalen la inmadurez y la falta de consistencia y ello los vuelve un tanto erráticos, proclives a crear toda suerte de inseguridades no democráticas. Un exagerado protagonismo en algunos de los consejeros electorales, junto con inesperadas aperturas de debates sobre la economía o las finanzas, un tanto impertinentes para lo que está inmediatamente en juego, ilustrarían lo anterior. Las reacciones a esos protagonismos y a esas, llamémoslas así, impertinencias discursivas, por parte del PRI y los banqueros, irían en favor, más que en contra, de esas incertidumbres no democráticas que todavía nos angustian y se vuelven de la noche a la mañana piedras en el camino de la normalización política del país en clave democrática.

Por fortuna, lo que manda ahora en el teatro político nacional es una hipótesis que no se sustenta en creencias abstractas y hasta utópicas como antaño, que iban de la búsqueda del cambio instantáneo y súbito de la situación política, a la ilusión en la bondad histórica del régimen y el gobernante en turno. Lo que sostiene y alienta la esperanza democratizadora es lo logrado en el IFE, en las campañas y los debates electorales. Más allá de sus imperfecciones e inconsistencias, que pueden ser muchas, estos acontecimientos políticos nos hablan de nuevos actores e instituciones en movimiento, todos ellos orientados a la consolidación de una democracia normal y formal.

En el fondo, lo que ocurre en la arena político-electoral que tendrá su desenlace mayor el 6 de julio es la manifestación de una apertura formidable de la conciencia social mexicana, claramente marcada por un pluralismo que no parece dispuesto a admitir otros diques que los que él mismo pueda erigir a través de la innovación institucional. Cuáles son o pueden ser estos cauces, será una de las tareas centrales del próximo Congreso, sea cual fuere su conformación específica y concreta.

Aun con una mayoría priísta, los objetivos de renovación del Congreso en su conjunto, que tienen que ver obligadamente con la redefinición de sus relaciones con los otros poderes y las fuerzas organizadas de la sociedad, se antepondrán a los de la continuidad del proyecto económico que el PRI ha tratado de poner por delante en su campaña. En la circunstancia actual de México, su estabilidad depende en gran medida de su capacidad de renovación institucional; el talante conservador del partido gobernante encuentra en esta insistencia elemental en la continuidad como base de la estabilidad, su mejor ilustración.

La apertura de una etapa de ampliación e innovación de estructuras e instituciones deliberativas, con base en las cámaras, debería ser la apuesta mayor de quienes el 6 de julio quieren ganar la elección con votos y civilidad. Tratar de introducir al último minuto otras armas electorales, basadas en el temor y la amenaza financiera, o en la reedición oposicionista del fantasma del fraude, actúa directamente en contra de la normalización democrática, la única capaz de ofrecer una gobernabilidad moderna, como ya se la merece México.