Hace un par de semanas (escribo este artículo el 10 de junio) un joven fue acribillado a las puertas de su habitat. Las apariencias hacen suponer que se trataba de un asalto. Se le trasladó al hospital. Durante seis días se debatió entre la vida y la muerte: tenía 29 años de edad, estaba recién casado, trabajaba y cursaba una maestría. Se suponía que dada su juventud y fortaleza era probable que sobreviviera. Pero a los seis días murió después de haber transcurrido un brevísimo lapso de aparente recuperación.
Antes de saberlo, ese día de su muerte, acaso al tiempo en que agonizaba, visité el estudio de un pintor con objeto de observar sus trabajos recientes, que me parecieron ``intemporales'', esto es, del momento, pero a la vez ``clásicos'' sin que tal acepción deba confundirse con lo que solemos designar con el término académico. Yo pensaba al verlos: estos trabajos (con el tema del cuerpo humano) pervivirán, ya sea que el pintor permanezca en este mundo por un buen trecho (ojalá así sea) o no. Decaiga o no su potencial artístico, ya hizo cosas que valen la pena.
Me complació saber del proyecto que el pintor alberga utilizando los procedimientos de la realidad virtual (Andrea di Castro de por medio), pero más aún encontrarme con realizaciones superiores a las que yo hubiera imaginado de su parte al recordar otras observadas anteriormente.
Ese día fue tan largo como una vida. Del estudio del pintor salí bastante entusiasmada. Después de otros avatares me esperaba el saber funesto al que he aludido. El sujeto a quien creímos casi librado de la brutal afrenta había muerto pese a las más profesionales acciones quirúrgicas. Me pregunto si el grupo artístico SEMEFO (generacional con el victimado) o si el excelente dibujante Gustavo Montoya hubiesen podido lograr la distancia a la que valientemente se han enfrentado, de encontrarse con algún caso, ya no digamos de un pariente o un amigo, sino de alquien que les es conocido. Pensé también: ojalá sus producciones logren crear conciencia. A eso están destinadas.
No soy una persona de la política, no tengo las capacidades para serlo, ni siquiera los conocimientos básicos. Pero una cosa sí me queda clara: está el brutal desprecio de la vida, que los del grupo artístico SEMEFO procuran connotar en el ámbito del DF (aunque ese tipo de desprecio de ningún modo es exclusivo de aquí). ¿Ofrece tal cosa una contrapartida? ¿Sólo debe adjudicarse a la megalópolis? ¿Es únicamente producto de lo que antes llamábamos ``lucha de clases''? ¿Realmente en México, por definición, ``la vida no vale nada''? ¿Es un hecho el triunfo de la muerte gratuita?
Porque lo del asalto no es lo que me impresiona, puesto que son cosas que están ``a la orden del día'', conspirando contra todo lo que puede significar el término ``Estado de derecho''. Lo que me trastorna es el hábito de dar muerte, y lo digo estupefacta, porque ni en éste ni en otros casos de los que he sabido la acción parece producto de la pasión (eso ya sería algo) o de la rapiña a ultranza, sino de la estupidez, de la imbecilidad y del no ser.
¿Habrá modo de que las cosas pudieran modificarse? En un primer término, a eso se enfrentará quien asuma por elección popular el gobierno de la ciudad.
El festival artístico A pleno sol que tuvo lugar en Coyoacán, el domingo 8, fue un acto cultural sumamente biófilo, cosa que ya algo dice. Podría haberse denominado ``artistas contra la violencia''.