Una de las características esenciales de los Estados nacionales era que su fundamento se encontraba en el pasado, en la historia. Las razones históricas fueron el elemento más importante de cohesión social que motivaba a grupos e individuos de diversos orígenes y razas a formar parte de algo nuevo, de algo mejor.
Entre los cambios más profundos impulsados por la globalización, no sólo de la economía, sino de la comunicación y aun de la cultura, el asunto que mayor discusión genera es precisamente el de la vigencia o no de la historia como elemento de cohesión social.
Dicen quienes atisban el futuro, que son cada vez más imperceptibles las ventajas que se derivan de ese pasado por el cual, antes, valía la pena morir. Que poco o nada dicen las razones históricas frente al desempleo creciente o la dramática disminución del poder adquisitivo de los salarios o la creciente inseguridad pública.
Afirman que la viabilidad o inviabilidad de los países estará determinada por la disponibilidad de ventajas distintas a las que dieron sustento a los Estados nacionales y su economía: agricultura, minería, industria, actividades auspiciadas por la disponibilidad de recursos naturales y por su posicionamiento geográfico, aspectos todos que la globalización ha convertido en obsoletos.
Es entendible que ello suceda. La globalización necesita superar las particularidades para encontrarse en la globalidad; anteponer el todo a las partes; ubicar como razón trascendente al futuro por sobre el pasado.
Es posible que para muchas sociedades los fundamentos históricos nada digan, lo que no sucede para el nuestro que ha tenido que forjar su personalidad en medio de las ambiciones objetivas de casi todas las hegemonías auspiciadas por los tiempos. La cultura de la resistencia es producto de situaciones concretas, no de axiomas ideológicos.
Absurdo sería pensar que podemos influir en la tendencia mundial de la globalización, no sólo por la escasa influencia que tenemos en tal escenario, sino por nuestras deficiencias estructurales que entrañan una mayor dependencia. Lo que sí estamos, no sólo en posibilidad, sino en la obligación de hacer, es definir la manera en que habremos de sumarnos a ella.
Para países vulnerables en el frente externo y con tremendos rezagos sociales en el interno, la única manera de formar parte del futuro, es haciéndolo a partir de nuestra experiencia histórica. Por lo mucho que significa y significará para nosotros, no podrá haber futuro carente de pasado.