La Jornada 16 de junio de 1997

España: democracia y tortura

Hernani, Guipúzcoa Ť Esta ciudad es pequeñita, con un casco viejo que conserva edificios medievales, todo madera y piedra y callejones estrechos. Todo lleno de graffiti y carteles sobre ETA, presos políticos, abertzales asesinados. Muros adentro, en los umbrosos bares, lo mismo: fotografías de luchadores que se han ido, alcancías para causa de las organizaciones defensoras de derechos humanos.

De alguna manera Hernani es un pueblo mártir. Su población no llega a 10 mil personas y tiene 21 muertos en la lucha por la autonomía vasca y 18 presos desperdigados lejos de aquí.

Las manifestaciones y protestas tocan aquí los días jueves. En la antigua plaza, al lado de la fuente de piedra, se concentran, de un lado, los ``del lazo azul'', simpatizantes o funcionarios de los partidos del Pacto Ajuria Enea (unidos en un esfuerzo por impulsar estrategias antiterroristas).

Ellos demandan que ETA devuelva de inmediato a José Antonio Ortega Lara y a Cosme Del Claux, un funcionario de prisiones y un adinerado industrial, ambos secuestrados hace más de año y medio.

A pocos metros se reúnen ``los otros'', los que tienen familiares presos, deportados o muertos. Después de la protesta los del Lazo Azul se dispersan y los otros pasean sus carteles en una marcha por el viejo pueblo. La policía vasca, artillada y enmascarada, los vigila de cerca.

Pasión por la vida

José Mari Aranzamendi, Katxúe, tenía ``una vitalidad de miedo''. Así lo recuerda su vecino de celda, José Ignacio Iruretaurién, en la prisión de Alcalá-Meco. Recientemente lo habían castigado espaciándole las visitas a una cada dos meses. Padecía insomnio. Le administraban sedantes.

El viernes 7 de febrero, cuatro días después de ser liberado José, se conoció que Katxúe no había salido al patio esa tarde. Se quedó en su celda y se suicidó.

Al principio José creyó, como muchos otros, la primera versión periodística que decía que lo habían hallado colgado en su celda, con las manos atadas. Entendió que fue un suicidio, de alguien que amaba la vida con pasión, cuando leyó la carta póstuma de su compañero dirigida a sus padres y primos:

``Ante la situación en la que me encuentro mentalmente (pérdida de memoria, dolores de cabeza con mareos constantes que no me dejan hacer ninguna actividad y antes de que pierda totalmente la mente, he decidido poner fin a mi vida antes de que me convierta en un juguete para los que me tienen encarcelado''.

Katxúe era obrero y representante de su sector en el sindicato independentista LAB. Fue encarcelado cinco veces y en nunca se confirmaron los delitos de los que se le acusaba. Su última detención ocurrió en 1996 y cuando murió seguía en prisión preventiva, sin sentencia. Estando preso fue electo concejal de su pueblo, Elorrio, por abrumadora mayoría. Tenía 41 años. El día en que sus restos llegaron a su pueblo, Elorrio entero se volcó a las calles en protesta y duelo.

Con Aranzamendi suman 11 los presos políticos vascos muertos en cárceles españolas o francesas por presiones sicológicas o negligencia médica de 1981 a la fecha.

Los secretos de la tortura blanca

Iruretaurién y Tomás Carrera, ambos ex presos, intentan explicar la lucha íntima y solitaria que se desarrolla en las prisiones españolas entre carceleros y reos: unos buscan romper los resortes de la dignidad individual de cada uno de los acusados y los otros sólo buscan no perder la cordura.

Carrera cayó en prisión en 1979, en plena transición, acusado de ``pertenecer a banda armada'' y sin que su causa tuviera hechos de sangre. Su compañera Koro Libar cayó junto con él. Tomás salió 18 años después, en 1995. Koro sigue preso en Algeciras.

Al principio Carrera estuvo en Soria, formando parte de un colectivo de un centenar de presos de ETA. Después fueron trasladados a prisiones más distantes, antes de que iniciara oficialmente la política de dispersión. Con la llegada de los socialistas al poder fueron concentrados nuevamente en la prisión de Herrera de la Mancha. No lo sabían pero ingresaban a módulos que resultaron ser verdaderos tubos de ensayo. Empezaba lo peor.

Tomás estuvo diez meses sin salir de su celda. En presencia de los carceleros, que no le dirigían la palabra, no podía levantar la vista del suelo, ni cerrar los puños, ni hacer ningún movimiento si no era ordenado por medio de palmadas. La celda era tan pequeña y su campo visual tan reducido que en poco tiempo desarrolló varios grados de miopía. Todo el tiempo era vigilado mediante cámaras.

Luego vino la dispersión, cada once meses en promedio una prisión diferente en una región distante. Permiso de leer un diario cada 20 días. Cartas de la familia con meses de demora, tachadas. Su idioma, el euskera, prohibido. Seis años sin contacto con su compañera. Después obtuvo permiso de hablar con ella cinco minutos cada quince días. El permiso fue cancelado por ``influencia perniciosa''.

Ya libre, llegó a sus manos un libro editado en Suiza sobre la llamada ``tortura blanca''. ``Entonces entendí los estados de ánimo por los que pasé, muy duros. Por ejemplo, los colores de la celda y la inclinación del techo. La mía era de un verde fuerte muy intenso hasta una cuarta parte antes de llegar al techo. Lo demás era blanco. Eso provoca sentimientos de agresividad que se revierten contra uno mismo.

Haber pasado por eso le permite entender a Katxúe y a muchos más: ``Cuando entras al agujero de la depresión, para suicidarte no necesitas más que medio minuto y determinación''.

Democracia con tortura

Un estudio sobre este régimen carcelario realizado por la organización de familiares de presos, Senideak (que significa familiar) establece que las medidas de eliminar espacios de intimidad del preso, los cambios de horarios y de espacios constantes y el aislamiento tienden a evitar que este establezca rutinas mínimas y desarrolle desconfianza aun entre sus amigos y se rompan finalmente todas sus relaciones y lazos emocionales.

Otras medidas, como fatiga, privación del sueño continuo, temperaturas demasiado altas o bajas y alimentación insuficiente son aplicadas por temporadas para mermar el ánimo del preso. El aislamiento y el estrés se revierten finalmente contra el reo.

Los presos políticos vascos pertenecen al Fichero de Internos de Especial Seguimiento. Ello les garantiza el tratamiento que debe conducirlos al derrumbamiento sicológico.

Con la venia de los partidos que suscriben el Pacto de Ajuria-Enea y que ha emitido diversos planes contrainsurgentes y antiterroristas, se argumentó a favor de la dispersión de presos diciendo que esta les permitiría ``expresarse libremente, al margen de las consignas y coacciones de la organización terrorista''.

Cuando se aplicó el plan de dispersión se hablaba solo de dos años. Va para once. Su objetivo, lograr que los etarras se adhirieran al ``plan de reinserción'' (de arrepentimiento), no ha funcionado. Sólo lo han hecho una treintena, y a pesar de las promesas oficiales, sólo tres fueron liberados. Durante el gobierno del PSOE más de siete mil vascos pasaron por esa experiencia. Ahora, el gobierno de Aznar ha endurecido las políticas carcelarias.

Con los años el reclamo de los independentistas de ``traer a casa'' a los presos vascos ha sido adoptado por un cada vez más amplio movimiento que incluye al influyente sindicato del oficial PNV, el ELA. La exigencia se ha convertido en clamor de manifestaciones multitudinarias, con más de 50 mil participantes, en las ciudades vascas. Durante los primeros meses del año se organizó un ayuno rotativo en el que participaron cientos de personas dentro y fuera de la cárcel, dentro y fuera del país.

Esta exigencia finalmente fue adoptada por el Parlamento Vasco. Está en marcha la negociación de un ``plan de acercamiento'' que trasladaría a los presos vascos a ciudades no muy distantes de Euskadi. ``Pero para nosotros --señala Eva Aiastui, de Senideak-- no basta el acercamiento, los queremos en Euskadi. Son vascos y aquí pertenecen''.

A la fecha son más de 567 presos acusados de pertenecer o colaborar con ETA, dispersos en 60 cárceles distintas, algunas de ellas tan distantes como Islas Canarias, Ceuta y Melilla (Africa). Otros 53 están dispersos en Francia.

En promedio se reportan cien casos de tortura por año. El gobierno español colecciona una importante lista de organizaciones que han condenado la tortura, las condiciones carcelarias y la dispersión de presos, entre ellas la ONU, la Unión Europea, el Parlamento Europeo y entre las ONG, Amnistía Internacional, Human Rights Watch, el Comité Europeo para la Prevención de la Tortura y el Observatorio Internacional de Prisiones.

Este último calificaba a las prisiones españolas como ``más propias del Tercer Mundo''.

En este renglón, el generalísimo Francisco Franco sigue vivo.