Para el presidente de la República, Ernesto Zedillo, ``terminar con rezagos no es cuestión de un día ni de pocos años''. Esto y más dijo durante su gira de trabajo del 13 de junio por el estado de México. De paso por el municipio de Ecatepec reconoció que, ``durante casi 20 años hemos vivido enmedio de recesiones, de crisis, de frustraciones, pero [aseguró] ahora tenemos la capacidad y tenemos las bases para que en los próximos años nuestra economía crezca''.
Creo que si a algo debemos ``las necesidades instisfechas y rezagos'' es al patrimonialismo y antidemocracia con que se ha gobernado este país y se han administrado los recursos del mismo. Del mismo modo que las peores penurias económicas y crisis político sociales de la era postrevolucionaria las debemos a la tecnocracia y sus socios, los hambreadores apátridas a cuyos intereses económicos y politicos se ciñe el rumbo de la nación.
Hay un gran número de mexicanos entrados en mayoría de edad con capacidad para entender que hace muchos años nuestros gobernantes cobran de los impuestos del pueblo y los manejan a su antojo para ponerlos al servico de una élite de magnates. Que no tienen hipotecado el futuro con una deuda eterna y que han entrampado la justicia social para no lastimar los intereses creados del caciquismo autoritario, de la oligarquía financiera.
Esto no es responderle al mandato popular, porque éste no admite ambigüedades ni interpretaciones amañadas. Más de la mitad de los mexicanos apenas sobrevive ante el encarecimiento de la vida, la falta de trabajo, de oportunidades de desarrollo, de acceso a la salud y a condiciones de vida decorosas. Que no puede haber democracia sin justicia, es cierto. Pero además, no es justo un programa económico que sólo sirve a los poderosos y propicia mayor desigualdad en desacato a los reclamos de elevación de la calidad de vida de la gran mayoría de los mexicanos.
Para terminar con los rezagos tenemos que pasar por cancelar la impunidad y la corrupción oficiales. Y para ello, la democracia electoral es apenas primer paso para que la democracia se ejercite en todos los asuntos de carácter público, de manera ordenada y respetando los principios de la soberanía y de un desarrollo con justicia, donde la distribución de la riqueza y el desarrollo social habrán de sepultar las ``formas autocráticas'' normativizadas con que la Secretaría de Desarrollo Social opera recursos de la nación de manera espléndida a gusto de un federalismo propanista que le otorga manga ancha a camarillas municipales, dejando al margen de esos apoyos a quienes más los requieren y merecen, tal como mayoritariamente sucede.
Que no se enrede el combate a los rezagos entre los intereses de los poderosos protegidos en el poder público y las normatividades ``jaladas'' para marginar al pueblo. Que nadie se asuste de que el pueblo tome las riendas de los asuntos que le incumben y que no nos quieran recetar los banqueros especuladores y su tecnocracia gobernante su neoliberalismo como destino fatal. Nada debe asustarnos más que el destino de la patria quede en manos apátridas de fanáticos neoliberales.