Manuel Peimbert
La cultura de la evaluación

La evaluación lleva aparejada la asignación de recursos, y como éstos desafortunadamente son escasos, debemos realizarla de la mejor manera posible hasta convertirla en una herramienta útil para el desarrollo del país.

Los países desarrollados, los de la OCDE o primermundistas, han impulsado la cultura de la evaluación. En buena medida la evaluación es uno de los productos de la globalización y se ha convertido en parte del quehacer cotidiano de los académicos. Ya que tenemos que participar de esta cultura hay que tratar de dominarla.

Las evaluaciones comunes en nuestro medio incluyen: a) premiar una actividad sobresaliente por medio de Honores, Medallas y Premios, b) evaluar a un candidato para una promoción, c) escoger entre varios candidatos para una plaza, d) asignar las becas del SNI y los estímulos académicos de las instituciones de educación superior, e) decidir si un proyecto o programa debe ser apoyado económicamente, f) otorgar becas para realizar estudios de maestría y doctorado, g) decidir sobre el ingreso al sistema de enseñanza media superior y superior. De estos siete ejemplos probablemente los dos últimos sean los más importantes para el país. Regresaré a ellos más adelante.

Toda evaluación debe ser lo más justa posible. Aunque toda evaluación es incompleta, es necesario tratar de realizarla de la mejor manera, lo cual nos lleva a estudiar a fondo las cualidades que debe tener y los defectos que debe evitar. Las reglas deben ser claras y variar poco a través del tiempo. Las evaluaciones deben ser periódicas y contar con los recursos económicos adecuados.

Hace ocho años teníamos aproximadamente un científico activo por cada 10 mil habitantes, mientras que los países desarrollados tenían 20 por cada 10 mil habitantes. También en esa época México producía 150 doctores al año en todas las áreas, mientras que Estados Unidos producía 31 mil doctores en idéntico lapso. La postura oficial fue tratar de duplicar el número de científicos cada siete u ocho años, a partir de las siguientes medidas: impulsar los posgrados nacionales y las becas de maestría y doctorado dedicadas a ellos, así como seguir mandando estudiantes al extranjero a doctorarse en aquellas áreas que no estén lo suficientemente desarrolladas en México.

Esta señal fue recogida por numerosos jóvenes que se plantearon como meta obtener el doctorado. Lamento repetir lo que ya la mayoría de los lectores sabe: no se ha duplicado el número de científicos en los últimos ocho años, cuando mucho ha aumentado en aproximadamente un 30 por ciento. Otro hecho también muy preocupante es que ha habido años en que el umbral académico para otorgar las becas ha variado por razones presupuestarias, no por razones académicas, lo cual ha producido desaliento en gran número de jóvenes. Es obvio que debe haber una planeación a largo plazo y que los jóvenes deben saber a qué atenerse sobre el número de becas, el número de plazas y los requisitos académicos necesarios para obtenerlas.

Hace algunos años nos volvimos primermundistas e ingresamos a la OCDE. Nos vino a evaluar una delegación de la OCDE; después de una breve visita y de realizar algunas entrevistas nos hizo tres recomendaciones: limitar el ingreso a las universidades públicas, establecer cuotas de colegiatura y aumentar el gasto en investigación del 0.4 por ciento del PIB al 1 por ciento del PIB. Afortunadamente no se le hizo caso a la delegación en las primeras dos recomendaciones, y desafortunadamente tampoco en la tercera, ya que algunos expertos nos dicen que el gasto ha disminuido al 0.3 por ciento del PIB, mientras otros dicen que estamos en el 0.4 por ciento del PIB. Me llamó profundamente la atención que no nos hicieran las siguientes recomendaciones: triplicar el número de estudiantes en el sistema de universidades públicas, y hacer obligatoria la educación preparatoria.

En los países primermundistas el 45 por ciento de los jóvenes en edad universitaria realiza estudios universitarios o su equivalente, mientras que en México lo hace nada más el 15 por ciento. Similarmente, la cobertura de la matrícula en los países de la OCDE a nivel de preparatoria alcanza el 80 por ciento, mientras que en México sólo alcanza el 30 por ciento. De estos números surgen dos propuestas obvias, que si deveras creemos en la globalización y si queremos competir con los países de la OCDE debemos hacer obligatoria la enseñanza preparatoria y debemos triplicar la matrícula en nuestro sistema de universidades públicas. Estoy de acuerdo en que estas metas no se pueden lograr de inmediato ni por decreto, las lograremos en 10 ó 20 años si empezamos a trabajar en firme desde ahora. También estoy de acuerdo en que no es posible que una sola institución superior deba albergar a todos los estudiantes del sistema nacional. Pero también considero que es nuestra obligación planear desde ahora el crecimiento de la matrícula a partir de las instituciones existentes, cuando proceda, y a partir de la creación de nuevas instituciones de educación superior. Mantener y elevar la calidad de la enseñanza de este sistema en crecimiento estará en gran medida en manos de los jóvenes que en este momento están buscando una beca para realizar sus estudios doctorales.

Quisiera recordar que hace 40 años no existía el concepto de rechazados en la UNAM porque la oferta de lugares era mayor que la demanda; ahora ingresan únicamente entre el 10 y el 20 por ciento de los que quieren estudiar en la UNAM, y también existen rechazados en las otras instituciones de educación superior. En parte esta diferencia se debe a que la generación anterior supo hacer una mejor planeación de la educación técnica y universitaria que la que hemos hecho nosotros.

Presentado en el simposio Evaluación de la evaluación