La Jornada Semanal, 15 de junio de 1997
El joven periodista mexicano Juan Manuel Villalobos viajó a Buenos Aires para conversar con Adolfo Bioy Casares, el entrañable autor de Diario de la guerra del cerdo, El sueño de los héroes, La invención de Morel y Una muqueña rusa, entre otros títulos indispensables de la literatura en español del presente siglo.
Dicen que usted es el último caballero de una ciudad que ya no existe, ¿quién es Adolfo Bioy Casares?
-Es un escritor que cree que el escritor se hace y no nace. Para ser escritor lo importante es la experiencia en la vida. Sin embargo yo mismo contradigo lo que pienso, porque cuando tenía ocho años y no tenía ninguna experiencia, comencé a escribir. Cuando una prima mía no se dejó tentar por mis requiebros, yo sufrí mucho y lo primero que se me ocurrió fue escribir un libro mostrando lo sensible que era mi corazón y así, desde los ocho años, siempre he ido inventando libros hasta ahora. Los primeros muy muy malos, pero en fin, eran un intento de escribir. Tan malos son mis primeros libros, que yo pienso que le debo una reparación a los lectores y que ahora debo cuidarme mucho y no darles más que buenos libros, por lo menos esa es mi esperanza.
-''Yo cuando empecé a ver, ya empecé a dejar de ver'', escribió Borges. ¿Qué tan pronto comienza a ser tarde en la vida de Bioy Casares?
-No lo sé. Soy muy contradictorio, a veces me parece que ya es tarde y casi desearía no estar en este mundo, pero muy pronto reacciono y me entusiasmo con la idea de encontrar una píldora que me permita vivir quinientos años más, y ese tiempo me va a parecer muy poco. Me gusta mucho la vida. Todas las mañanas, cuando veo la luz del día, me parece que es una especie de milagro que se reproduce día a día.
-¿Accedería a la eternidad?
-Con gusto y sin miedo de aburrirme.
-¿Le teme a la muerte?
-Sí, y no solamente le temo, sino que siento una repulsa total contra la muerte. No me gusta nada.
-Usted ha visto morir a personas muy cercanas y queridas. Se ha ido Borges, Silvina Ocampo, su hija Marta... ¿Qué cosa sostiene a los hombres cruzados por dolores irreparables?
-Yo quiero decir que simplemente los libros me han salvado de todo eso. Siempre he estado interesado en autores que había leído y me gusta releerlos, y en autores que descubro y que leo por primera vez. Siempre un libro me ha salvado de la tristeza, del deseo casi de morir.
-¿Qué piensa del suicidio?
-Me parece que si un ser humano tiene derecho a la vida, tiene también derecho a matarse; pero yo le aconsejaría que no sea impaciente, porque a veces la vida parece que le niega a uno todas las posibilidades y después cambian las cosas para bien. Yo pertenezco a una familia de suicidas. Tengo cuatro tíos que se han suicidado, uno después de otro. Cuatro tíos Bioy.
-¿Qué motivos lo hacen llorar?
-Soy de lágrima fácil. Me hablan de algo que es un poco patético nomás y ya tengo las lágrimas en los ojos. Me castigaría por esa debilidad.
-Para algunas personas es una virtud.
-Me asombra que sea un gesto de popularidad en la gente, que por lo general piensa que el que llora es muy sensible. Yo pienso que no es una sensibilidad que valga la pena, es una especie de sensibilidad física de muy poco valor y que se manifiesta en contra de todo lo que sea razonable. Pero la gente piensa eso y tengo miedo de estar estafándolos, de engañarlos.
-¿Qué es la vejez para usted?
-Es estar jubilado por muchos placeres de la vida, pero como la vida es maravillosa de todos modos, uno puede seguir entretenido sin advertir que pasan los días y que la muerte se acerca.
-¿Para un escritor hay edad de despedida?
-Si pienso en otros escritores advierto que sí, que hay gente que deja un día de escribir. Para mí ese día no ha llegado. Yo sigo escribiendo y siempre sigo con dos o tres cuentos en la mente aparte de lo que esté escribiendo y tengo una confianza que puede ser injustificada, pero la tengo, de que una vez que haya acabado con esos cuentos vendrá el plan de una novela escribiéndose. Confiadamente avanzo hacia el futuro.
-Dice Cioran que la leucemia es el jardín donde florece Dios, ¿en qué jardín florece Dios para Bioy Casares?
-(El silencio de Bioy inunda la habitación, tarda varios segundos en responder, luego lo hace en un tono melancólico, casi nostálgico). Yo creo que simplemente en el amanecer de un día hermoso podría creer en la existencia de Dios y agradecerle esta realidad que nos regala.
-¿Qué debería de agradecerle Argentina a Dios?
-Campos que tal vez no son sino gratos a los argentinos que hemos nacido en ellos. Quiero decir que a nosotros nos gustan las llanuras, aunque cuando estamos en lugares en los que no hay llanuras también podemos admirar su belleza. Pero esa llanura de la provincia de Buenos Aires a mí me gusta muchísimo y pienso que tengo que agradecer no sé si a Dios o a qué poder el que me las haya dado.
-''Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro, el verano se adelantó.''
-Sí. Eso quería ser una especie de sacudida al lector que esperaba algo grande, y era simplemente que el verano se adelantó como un milagro miserable.
-¿Qué siente hoy, después de 57 años de haber sido publicada La invención de Morel, al escuchar su comienzo?
-Me hace un poco de gracia y pienso que es un libro que ha tenido mucha suerte, tal vez más de la que merece. Le debo haber sido traducido en muchas lenguas, porque generalmente el primer libro mío que eligen para traducir en otros países es La invención de Morel y después vienen otros.
-Cuénteme algo acerca De jardines ajenos, su último libro.
-Durante toda mi vida, a lo largo de sesenta años, he anotado versos y frases breves que me parecieron espléndidas y absurdas. Las iba sacando de todos lados, desde libros y diarios hasta inscripciones que veía en camiones. Me alentaron a publicarlas y ahí están. Mi esperanza es que sea un libro que la gente lo abra en cualquier página y la haga sonreír un poco.
-Cuando un gran hombre evoca a otro que lo fue, es como si lo trajera de vuelta; por favor, diga algo de Borges.
-Yo diría que aunque Borges tenía un fondo de tristeza que a veces asomaba bastante pronto, sentía sin embargo el placer de vivir aunque él no lo admitiera. Por ejemplo, cuando venía a esta casa, desde la puerta, antes de que se le abriera, me gritaba diciendo que en la calle había encontrado a fulano de tal que era un personaje de un cuento nuestro, y que ese fulano de tal le había dicho tal cosa y tal otra, y eso lo decía así con una gran alegría, porque tenía la alegría de enriquecer una historia que teníamos entre manos. Escribir con él era un placer. Nunca fue una competencia de vanidades. Siempre, con toda naturalidad, uno de los dos proponía una frase y si al otro le parecía mal, decía: ¡deja esa tontería!, y entonces se proponía otra y así escribíamos alegremente. Me costó mucho consolarme de no tener ese amigo y tuve que resignarme a seguir viviendo en un mundo en el cual no estaba Borges.
-¿Qué es la esperanza en este mundo desesperanzado?
-Es una equivocación beneficiosa.
-¿Podría recitarme un verso de un poema que le guste?
-(Bioy apoya las manos sobre la frente, como el que reza, y se concentra durante varios segundos. Comienza a recitar y es interrumpido por una llamada telefónica que registra una grabadora. Vuelve a iniciar, sin quitar en ningún momento la posición de sus manos, siempre concentrado):
creeré en ti mientras una mexicana
en su tápalo lleve los dobleces
de la tienda, a las seis de la mañana,
y al estrenar su lujo quede lleno
el país, del aroma del estreno.
López Velarde, La suave patria. ¡Qué hermoso eso de ``Inaccesible al deshonor, floreces''!
-¿Por qué Bioy concede entrevistas?
-Yo soy una persona dócil, a quien le cuesta mucho decir que no y entonces cuando estoy en Buenos Aires tengo muchísimas entrevistas. A veces, cuando me invitan para un viaje, pienso que voy a descansar de las entrevistas, no quiero decir con esto que no me gustan. Gracias a las entrevistas he conocido personas que se han convertido en mis amigos para siempre. Quiero decir, además, que después de una entrevista tengo la sensación de ya haber escrito. Que ese día no me toca escribir porque ya he escrito hablando en la entrevista.
-Tantas entrevistas me hace suponer que ya le han preguntado todo a Adolfo Bioy Casares.
-Bueno, pero como uno es amnésico las preguntas siempre parecen nuevas.
-¿Hay algo que nunca le hayan preguntado?
-Nunca me han preguntado por qué he pasado de escribir historias bastante complicadas y un poco trágicas a historias más despreocupantes y menos trágicas. Y la respuesta es simplemente: porque me ha parecido que si bien yo tengo una mente pesimista, tengo un temperamento optimista y es el temperamento que domina en mí, por lo que me parece más honesto que mis libros no sean trágicos, sino que expresen de algún modo la alegría de vivir, y eso me ha pasado en Dormir al sol que me parece más despreocupado y más alegre que La invención de Morel y que El sueño de los héroes y Plan de evasión.
-¿Qué fantasmas existen hoy en la Argentina?
-Con la dictadura descubrí una novedad. La novedad de que pudiéramos ser tan crueles. Me parecía que el país no tenía la fuerza necesaria para ser tan cruel como fue. Pero si, sumado a ello, se piensa que hemos tenido al tirano de Rosas antes, quiere decir que hay algo feroz y agazapado que en cualquier momento puede tomar posesión de nuestras vidas y del destino del país.
-¿Qué le hace sentir la creciente violencia de fin de milenio? ¿Cómo se la explica?
-No me la explico. Creo que el hombre es más feroz de lo que uno pensaba y que en contra de lo que nos deja creer la experiencia de todos los días, de pronto aparece esa ferocidad terrible que está oculta y dispuesta siempre a protagonizar nuestra vida. Yo he vivido momentos en que la Argentina era feliz y realmente parecía que iba a ser uno de los grandes países de este mundo; después he visto que por culpa nuestra todo eso se volvió imposible.
-¿Relee sus textos?
-Los releo antes de publicarlos, pero una vez publicados se deslizan hacia el olvido completo...
quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañón, y con matraca
y entre los tiros de la policía.
López Velarde, de nuevo.
-No hay tal amnesia.
-Hay poemas que son como nuevos.
-¿Por qué López Velarde?
-Porque usted es mexicano y porque me gusta muchísimo López Velarde. Algo raro de la vida. Lo leí tantas veces que lo recuerdo bien.
-Recomiéndeme un libro.
-Le recomiendo el Chéjov de [Henry] Troyat.
-¿Le gusta el futbol?
-No me gusta ahora. Me gustó mucho tiempo. He sido, además, delantero de rugby, he practicado el boxeo, he corrido bien los 100 metros planos, he sido bueno en salto alto y he jugado al tenis hasta los 74 años. Era bueno en singles, más que en dobles.
-En más de una entrevista usted ha dicho que desearía que el fin del mundo lo tome en un cine y a oscuras...
-Pensando en la película y no en lo que está pasando. Una prueba de cobardía tal vez. Cuando llegue ese momento, ansío la amnesia. Mucha gente me ha contado que le gustaría presenciar el fin del mundo, y se imaginan salvados del fin del mundo escribiendo sus impresiones, no sé dónde (ríe a carcajadas).
-¿Existen los lectores?
-Mire, no creo que nadie compre libros, pero de todos modos los libros se venden y uno vive de eso.
-Pero no todos viven de eso.
-Pienso que un escritor joven debe esperar más o menos 40 años sin comer, después va a poder comer un poco, pero no mucho. Los jóvenes primero tienen que leer y no apurarse tanto a escribir.
-¿Un libro vale lo mismo si se lee o no se lee? ¿Es el mismo libro?
-Yo creo que misteriosamente no es el mismo libro. El libro necesita, para ejercer su función en el mundo, ser leído.
-Me podría regalar una metáfora.
-¡Caramba!, ¡hace tantos años que no escribo metáforas...! (Bioy piensa varios segundos). ``La vida, esa función teatral demasiado corta.''
-Estoy convencido de que usted es un hombre generoso, ¿qué lo ha hecho ser como es?
-Creo que merezco ese elogio que usted me hace. Tengo muchos defectos, pero creo ser generoso.
-Escribió Albert Camus que comenzar a pensar es comenzar a estar minado, ¿está minado Bioy?
-A ratos. A ratos sí y ratos no. Yo conocí a Camus hace muchos años, en Francia. Almorzamos un día juntos.
-¿Cómo era Camus?
-Era un poco como yo, silencioso. En nuestro almuerzo estábamos callados a ratos y yo creo que los dos sentíamos que teníamos que hablar y no sabíamos de qué, pero de todos modos lo que me ha quedado de él es un recuerdo grato de una persona muy recta e inteligente. Con el mismo defecto que yo tengo, que no fluyen las palabras. Caíamos en silencio los dos.
-¿Guarda relación con Ernesto Sábato?
-Somos amigos desde hace muchísimos años. Hemos tenido divergencias por cosas sin importancia, pero siento afecto por él y me gusta pensar o creer que él siente afecto por mí.
-¿Qué siente cuando escribe?
-Siento un poco que soy un equilibrista acostumbrado a recorrer una cierta distancia sobre un alambre y que le llena de satisfacción hacerlo.
-Me ha regalado otra metáfora.
-Y espontáneamente.