Para Alfredo de la Lama
Un amigo regresa de la India después de seis años de vivir ahí. Por el teléfono, después de los saludos, me manifiesta su asombro: México está cambiando. La atmósfera política es totalmente distinta de la que había en la época del apogeo salinista en la que él dejó el país. La gente discute con vigor y libertad. Las campañas políticas son reñidas. No sólo el PAN ha crecido sino también el PRD; Cárdenas, casi un cadáver político después de las elecciones federales de 1991, es otra vez un gran líder. En un viejo pueblo de Morelos, donde mi amigo tiene su principal querencia, un nuevo alcalde del PRD tomó alegremente posesión. En todo el estado hay recambio y alternancia. La efervescencia política no sólo es intensa sino novedosa y pacífica.
¿Se justifica el optimismo? 1997 equivale en este sexenio al 1991 de Salinas. Como entonces, habrá una nueva ronda de elecciones legislativas. El PRI es favorito de quedarse otra vez con el Congreso. Zedillo está llegando a su mayor índice de popularidad, exactamente como en su momento llegó Salinas. La economía sigue mal y los planes para estabilizarla en esencia son los mismos. El descontento crece pero no se desborda.
¿Entonces, qué es lo que está cambiando? Para empezar, el carácter recio de la contienda electoral. La izquierda está cerca de ganar el Distrito Federal por primer vez en su historia. Si es cierto lo que informan los activistas en el DF y en las zonas conurbadas, el PRI está perdiendo gran parte de su base electoral. Hay indicios de que en las próximas semanas pudiera perder hasta 150 curules y/o diez puntos, lo que haría imposible el control de la Cámara de Diputados y, por ende, del Congreso.
Otro cambio es que la presencia del PRI en los medios electrónicos, en las calles y en las conversaciones pesa cada vez menos. Si lo comparamos con las elecciones de 1991 y 1994. Los monitoreos electorales demuestran que su presencia se va reduciendo hasta casi igualar la de los partidos grandes que compiten con él. Aun en la televisión ha disminuido el interés y la cobertura periodística de las campañas del PRI. No sólo la de Alfredo del Mazo, que sería vital para el partido, sino las demás en distintas partes del país.
Otro signo de transformación es el nuevo talante del IFE. Nada tiene que ver con el de 1991; cada día demuestra con hechos su determinación de independizarse del control oficial. Ha sancionado los desafueros de los partidos y está iniciando una interesante campaña en contra de la compra del voto. Ha multado severamente a aquellos partidos que han hecho una manipulación ilegal de recursos.
Un cambio más puede percibirse en los debates, que se han realizado con muy buen nivel de calidad, especialmente los más recientes entre diputados y senadores. Los candidatos se prepararon para enfrentarse a un público racional y con ese mismo tono presentaron sus posturas. Evidentemente las campañas están mejorando en vísperas de las elecciones, cuando en otro tiempo conforme éstas se aproximaban el ambiente se tornaba más hostil.
Incluso los malos momentos propician lances interesantes. Cuauhtémoc Cárdenas, puntero en la competencia por la capital, se lanza contra los poderosos financieros mexicanos con gran sentido de la inoportunidad. El señor Antonio del Valle, presidente de la Asociación de Banqueros de México, reacciona de modo provocador: anuncia el apocalipsis si gana el PRD. Entonces, cuando ya los medios más conservadores estaban azuzando el escándalo, Andrés Manuel López Obrador, líder nacional del PRD, reta a un debate público sobre las Afore. Los banqueros tienen, en un primer momento, el buen sentido de aceptar. Después se repliegan. Como sea se eleva el tono de disputa.
Quizá lo mejor es que frente a los desafueros de los protagonistas la reacción popular es cada vez más afinada y rápida. Un gran número de medios se ha abierto para criticar los golpes bajos, y para compensarlos.
Es lógico que mi amigo ``indiano'' perciba todos los cambios que los actores políticos y sociales han generado en estos años y que forman una masa formidable de hechos insólitos y rupturas. Esta corriente de transformación está tomando una dinámica que no podrá ser contenida sino a costos muy altos. El elemento que todavía falta es la vocación para convertir este múltiple impulso de competencia y presión en un acuerdo nacional que finalmente lleve a México a la democracia.