Angeles González Gamio
Lo bueno y lo malo

Para Karina Avilés, por el merecido premio

Todo en la vida tiene su lado bueno y malo. Un paseo por el Centro Histórico tiene aspectos verdaderamente deleitosos, como ir al Palacio del Arzobispado a escuchar al ``Coro de Cámara de México'', que dirige Gerardo Rábago, ya de regreso tras una exitosa gira por países de Europa. Ahora presentan un original repertorio de canciones de los Beatles, maravillosamente interpretados por la soprano, tenores y demás voces extraordinarias que sorprenden con esta música. Confirman el dicho popular de que ``el que es perico donde quiera es verde''.

A esto hay que sumarle la belleza del lugar. Ubicado en la calle de la cultura americana, Moneda, fue restaurado hace cerca de cuatro años y aloja la colección de pintura que dan como pago de impuestos los artistas a la Secretaría de Hacienda. Además presenta exposiciones temporales, como una espléndida que está ahora en exhibición, sobre Alexandre von Humboldt, el científico alemán que se fascinó con México y con la Güera Rodríguez, dama que hizo fama por su talento, belleza y simpatía, que la llevaron a jugar un papel de importancia en la consolidación de la Independencia y a tener varios romances con los hombres más destacados de su época. Se dice que tenía bordados los nombres de sus amores en un fino rebozo de seda --parece ser que de gran tamaño.

En la visita a este impresionante palacio, además del concierto y la exposición, hay que admirar los restos de las escalinatas del templo dedicado a Tezcatlipoca, que sirvió de cimiento a las casas arzobispales. Una original instalación con un espejo, permite apreciar cuidadosamente las bien cortadas y pulidas lajas rosadas que cubren los escalones. También se ven unas esculturas magníficas del mismo recinto sagrado.

El próximo concierto del Coro se va a llevar a cabo el sábado 28 a las siete de la noche, todavía a plena luz, lo que permite ver en la esquina la casona que fue la primera Universidad y que está siendo restaurada, al igual que su vecina, que tiene en comodato la empresa Herdez. Aunque ambas obras tienen sus asegunes, da gusto que se les esté devolviendo la belleza y dignidad. En la que fuese sede universitaria, continúa funcionando en la planta baja la tradicional cantina El Nivel, con más de 100 años de vida; se delibera si debe permanecer o no.

En la cercanías, ya por los rumbos de la Lagunilla, se encuentra la Casa de Cultura Honduras, en el número 43 de la calle del mismo nombre. Bajo la amorosa dirección, hasta hace algunos días, de la maestra Graciela Vidaña, expone una excelente muestra de trajes regionales indígenas y mestizos tradicionales. Por cierto que la maestra Vidaña tiene el buen sentido de vivir a unas cuadras de su trabajo, en una casona colonial, en la calle de Bolivia; por supuesto siempre está de buen humor.

Todo eso fue lo bueno; lo malo es que la señorial avenida Madero el sábado pasado estuvo poblada por vendedores ambulantes, al igual que sus vecinas Palma y Motolinía --antes peatonales--, que fueron abiertas a los automóviles en el vano afán de evitar el comercio callejero, pretextando que es para agilizar la circulación, lo cual no sucede porque decenas de coches están estacionados. Allí, al igual que en los alrededores del Zócalo, a un costado del Templo Mayor, multitud de colgadores llenos de ropa ofrecen a precios irrisorios mercancías que, a todas luces, provienen de los tráilers que asaltan cotidianamente en las carreteras de todo el país.

Afortunadamente eso puede tener remedio; tendremos que esperar a que pasen las elecciones. Mientras tanto, vamos al restaurante Danubio (Uruguay 3) a deleitarnos con una almejas en salsa verde y unos langostinos al mojo de ajo, acompañados de un vinillo blanco, seco, bien frío. De postre un ``bartolo'' de la Vasca con un express cortado y un anís campechano, para la buena digestión. Si está corto de presupuesto, en la misma calle, cerca de Bolívar hay dos buenas ostionerías, ``Guaymas'' y la sin nombre, donde mata el antojo por las delicias del mar a un precio muy razonable y en un ambiente popular grato, con peces y olas pintadas a su alrededor en vivos colores. Especialidades: la jaiba rellena, la mojarra de Catemaco y los ceviches que se le ocurran. Todo fresquísimo.