La zona de La Montaña dejaría de ser altamente marginada en el 2040
Roberto Garduño E., enviado /II y última, Tlapa, Guerrero Ť Políticas públicas que se repiten a pesar de un discurso renovador pretenden abatir en diez años la alta marginación en la zona mixteca, nahua y tlapaneca de La Montaña.
Hace 27 años, por primera vez, esa región fue objetivo prioritario de la acción gubernamental. Pero de entonces a la fecha, los programas federales y estatales funcionan como entes atomizados sin coordinación y sólo se alcanzan metas parciales, de tal manera que de mantenerse los ritmos actuales de combate a la pobreza extrema, La Montaña dejaría su condición de altamente marginada hasta el año 2040.
Día de plaza en La Montaña guerrerense.
Foto: Duilio Rodríguez
El recorrido por la carretera Chilpancingo-Tlapa de Comonfort-Puebla, que debería ser el espejo del progreso, refleja el grado de abandono de los indígenas y campesinos: cuartos de adobe y palmilla, niños sin escuela que acarrean agua en burros, mujeres que limpian el rastrojo de los terrenos de la milpa.
El tránsito sobre las terracerías y brechas deja ver la estela de la pobreza severa: niños semidesnudos y desnutridos, campesinos que cuidan rebaños de cabras y vacas famélicas, mujeres jóvenes, casi niñas, que buscan raíces en las lomas para elaborar artesanías.
Los recuentos oficiales exponen que de 1970 a 1990 ocurrió una mejoría en las condiciones entre ambos años. Hace 27 años, los índices de pobreza del Consejo Nacional de Población (Conapo) ubicaban La Montaña con 2.10 en marginación, considerada entonces la más alta, y siete eran los municipios que albergaban la pobreza extrema, de ellos los más representativos eran Atlamajalcingo del Monte, Tlacoapa, Alcozauca y Metlatónoc.
Años después, la misma clasificación del Conapo dio a la región un puntaje a la baja de 1.5 en pobreza --que no deja de ser de alta marginalidad--, pero con la diferencia de que por encima de ese promedio de ubicaban nueve municipios, manteniéndose Metlatónoc (que ocupa el segundo lugar a nivel nacional por el grado de pobreza en que sobreviven sus habitantes), y le siguen Zapotitlán Tablas, Atlixtac, Copantoyac y Alcozauca.
Los pobres
Por estos días, La Montaña de Guerrero ``vive una situación límite'', refiere Abel Barrera, defensor de los derechos humanos de los indígenas de esta región.
Tal aseveración no se refiere a la creciente presencia de las fuerzas de seguridad --Policía Motorizada, Judicial estatal y federal y Ejército Mexicano--, a la realidad de los habitantes se suma: la producción de autoconsumo se reduce de forma dramática; los precios de las artesanías (lacas y tejidos de palma) se mantienen en una espiral devaluatoria, y el número de familias que emigran cada año para trabajar en los campos de cultivo de Sinaloa y Sonora va en aumento.
En Chiaucingo, camino de Olinalá, las mujeres y hombres que no dejan morir ese poblado, sobreviven de la producción de sombreros y tejidos de trencilla de palma. En una jornada de diez horas de trabajo artesanal pueden confeccionar hasta tres sombreros, pero la suerte para ellos es tal, que los coyotes (intermediarios que llegan de Chilpancingo) pagan cincuenta centavos la pieza. Su trabajo les produce cada día uno cincuenta.
Sobre la parte más elevada de la loma, desde donde se observa el valle de Olinalá, Arturo Sánchez no deja de mover las manos cuyos dedos entretejen un cesto multicolor para las tortillas:
``La pobreza ya obligó a muchos a irse; nosotros aquí nacimos, aquí está la escuelita de los niños; no queremos irnos...''.
--Arturo ¿por qué sigue haciendo sombreros?
--Eso es lo que sé, eso me enseñaron.
El hombre prosigue tejiendo, pocas veces levanta la vista para ver a su rebaño de cabras flacas que devoran la yerba del monte.
--¿Quién paga tan poco por su trabajo?
--Los de Chilpo (comerciantes de Chilpancingo).
--¿Y la tierra, los animalitos?
--No llueve, el maíz ya no alcanza y los animales se venden cuando algún niño se enferma; sirven para comprar medicinas.
Ese panorama no cambia en La Montaña baja; de Chiaucingo a Olinalá la terracería comunica caseríos semiabandonados por familias que emprendieron la migración a los campos de cultivo de Sonora y Sinaloa, donde las condiciones de subsistencia son tan extremas como en su tierra, pues en los plantíos del norte se repite el modelo de peones acasillados, con tiendas de raya y míseras pagas de 12 pesos diarios.
En Olinalá, pueblo artesano conocido por sus lacas, también se cierne la depresión. Los precios de las famosas cajas, charolas, baúles, biombos, van a la baja. Ni los programas de apoyo a la producción --de los que en su mayoría se benefician los afiliados al PRI--, ni la carretera que se construyó hace dos años han incidido en beneficios directos para las familias que se dedican a elaborar esos trabajos. Una vez más, los comerciantes de los pueblos grandes como Tlapa o Chilapa se allegan las mejores ganancias, tras vender los productos al doble de precio.
Como todos los domingos, el centro de Olinalá se convierte en sitio de intercambio. Es día de misa y de fiesta para las comunidades aledañas que bajan para llevar o traer maíz, frijol, carne de res, pan. En el portal, la familia Sánchez extiende sobre una mesa los objetos de laca que entre semana elabora en su casa, misma que también funciona como taller de artesanía. Las dos hijas del matrimonio insisten en vender, muestran la artesanía, explican la técnica, ocupan el tiempo necesario para que el marchante compre lo que sea:
--¿Y la venta?
--Mala --refiere el padre.
--Pero tiene mucha mercancía.
--Ya no se vende. Lo que nos sobra lo llevamos al mercado de La Ciudadela, y ahí lo dejamos; nos pagan poco y ellos lo ofrecen al doble de lo que nos dan. Esto va mal.
--Pero son los tiempos ¿no?
--Sí, pero ya es mucho, ¿verdad? Si esto sigue así nos va a ir mal... a toda la familia.
La situación se complica más cuando se adentra en La Montaña. En camino de Temalacatzingo --donde ocurrió un enfrentamiento entre el Ejército Mexicano y el EPR-- la pobreza se acentúa. Además con un retén militar, la serranía es más desolada y seca. Mujeres y hombres mixtecos de esa zona se dedican a sobrevivir: cuidar chivos, sembrar maíz para el autoconsumo y recolectar raíces para elaborar viboritas de artesanía que después venden en dos o tres pesos en el centro del pueblo. En Temalacatzingo ni siquiera hay plaza, no hay nada que comerciar, sus habitantes se juntan en la parroquia y en la cancha de basquetbol.
En cuclillas, Ramiro López espera fuera de la iglesia junto con sus tres hijas, dos de ellas casaderas de 15 y 13 años; aguardan a que comience la misa de 12, mientras ve pasar a los niños que sobre burros acarrean agua desde el único pozo:
``En agosto nos vamos todos. Nos tenemos que ir porque no alcanza para vivir lo de aquí. En dos meses hay que jalar de La Montaña'', dice resignado.
Sobre el límite de Guerrero y Puebla, las comunidades viven en condiciones penosas. Esa situación se extiende a toda La Montaña guerrerense, región en la que viven 40 mil artesanos en 361 comunidades. Son parte de los indígenas y campesinos que no se sacuden el estigma de zona de alta marginación.