Hagamos dos observaciones preliminares que funcionarán implícitamente como premisas mayores de un supuesto razonamiento silogístico. La primera observación de tan conocida es olvidada y a las veces repudiada sobre todo por los discípulos de quienes conjugan técnica y política, es decir, los tecnócratas que convierten el saber técnico en dogma único e irrebatible, y por tanto que postulan la necesidad de comprimir los acontecimientos sociales que ocurren en el tiempo y en el espacio dentro del modelo ideado con base en la tecnología apodíctica.
Un ejemplo frecuente en nuestro tiempo es adoptar medidas de inversión y gasto para garantizar el incremento en las utilidades de las grandes empresas, sin importar nada lo relativo a las participaciones del trabajo en el ingreso; cuando mucho se habla de empleos al futuro sin negar desde luego que, independientemente de esto, con esas medidas se busca el bien general de las personas y sus familias. Estrategias semejantes forman un ritornelo sin fin en el discurso político de los gobiernos del país, acentuado en los últimos tres lustros de administración pública inspirada en los principios, muy viejos por cierto, del llamado neoliberalismo. Repitámoslo una y otra vez: la economía no es una ciencia de relaciones de cosas, mercancías o valores materiales; no es una ciencia de mutuas influencias de monedas, precios e inflaciones, ni de abstractas ofertas y demandas, ni de puras inversiones, ahorros y niveles del producto nacional; no, la economía es una ciencia de relaciones entre hombres, de seres humanos, de quienes trabajan y comen, de los miembros de las familias o de las clases ociosas, en lo que se refiere a sus actitudes, posiciones, participaciones o goces de las riquezas que día a día se elaboran por los únicos que pueden elaborar riqueza, es decir, los trabajadores y demás elementos que asumen de un modo u otro los papeles de factores en la producción, distribución y consumo de la fortuna general. En resumen, la economía es una ciencia de hombres y no de cosas separadas o extrañas a las gentes.
La otra observación es la manera con que se utilizan las ciencias. La economía, igual que las demás ciencias, tiene un solo compromiso fundamental: el compromiso con la verdad; o sea, la representación en una hipótesis general del comportamiento de los fenómenos que pertenecen a alguna parcela del mundo que nos rodea. Cuando Alberto Einstein descubre la ecuación entre masa y energía devela un modo del ser físico; pero en el momento en que Oppenheimer, Fermi y la élite del Pentágono estadunidense construyeron la primera bomba nuclear lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki, para asegurar la primacía militar norteamericana en la segunda Guerra Mundial, tan espantosa máquina de muerte, comparable en sus efectos devastantes a la capacidad de incinerar decenas de miles de cuerpos humanos destrozados y mutilados por la vía de un magno genocidio imperdonable, entonces, si en todo esto se reflexiona, descúbrense los espantosos demonios que pueden operar atrás de las ciencias para aprovechar faccionalmente el conocimiento de la verdad. Qué importan las montañas de restos humanos, en el Japón, si habíase logrado impedir el triunfo de Stalin en el Oriente dominado por el salvaje imperialismo de Hiroito, puesto mucho antes en jaque por los ejércitos chinos de Mao Tse-tung.
Igual que la física, la química o la biología en la fabricación de bombas atómicas, gases asfixiantes o virus letales, la economía también sirve a los señores del dinero para mantener, reproducir y aumentar su dominio. ¿Cómo hacerlo? Adoptando planes de financiamiento, inversión o gastos que aseguren la posición hegemónica de las élites, al margen del juicio moral sobre la opresión, desesperación y muerte de las gigantescas poblaciones necesariamente explotadas en el propósito de inducir los faraónicos beneficios de las opulentas compañías trasnacionales.
En el silogismo que venimos trazando, ¿qué es lo que significan los sexenales planes de desarrollo nacional siempre frustrados en lo que hace a la justicia social, que gobierno tras gobierno anuncia en costosísimos escenarios de publicidad y propaganda? Si en cuenta se tiene el desastre económico del país, ¿no estamos autorizados a pensar que tales planes no han significado más que usos de la economía en provecho de grupos locales y extranjeros de altísimo poder económico, esto sin hablar de las derivadas que tales usos tienen en el área escandalosa de la corrupción? ¿O no?