José Cueli
El segundo milagro guadalupano

Entre propaganda política que se pierde en las avenidas, callejas, puentes, postes y bardas, lejana al trabajo de la ciudad aparece, según dicen, en una de las estaciones del metro, la Virgen de Guadalupe que refleja misteriosamente en su bruñida superficie el fantasma de pretéritas creencias, en la hora del crepúsculo.

Comentando la ``aparición'' con un estudioso de lo mexicano, mi colega y hermano Agustín Palacios, me decía que los pueblos no olvidan aunque a veces lo aparenten. Lo que pasa es que esconden sus recuerdos, sus convicciones compartidas, sus anhelos y sus querellas en un depósito invisible de donde emergen convertidos en mitos y leyendas. Tanto más cuanto menos acceso tengan a expresiones más formales y más institucionales.

Me recordaba por ejemplo la manifestación de esa elocuencia popular que se dio a raíz del sismo de 1985, en que corrió por las calles el rumor de que entre las ruinas de un edificio caído apareció un muro con un triángulo grabado y unas inscripciones en náhuatl, que recordaban aspectos de la cosmovisión indígena. Uno de los ángulos apuntaba al norte, a San Juanico, donde estallaron depósitos criminales de combustible. Otro apuntaba al centro, donde se concentraron derrumbes que, en la noción popular, fueron más producto de la corrupción que de las fuerzas naturales. El tercer ángulo apuntaba al oriente, al espacio mítico del cual habrá de retornar un día el héroe Quetzalcóatl que, según decían las inscripciones, vendría a liberarnos de nuestros opresores. Lo cual relacionaba Agustín con el hecho de que en 1629 la ciudad de México sufrió una terrible inundación. Las aguas causaron graves daños y se rehusaban a bajar. Los habitantes sufrían carencias y enfermedades. Las autoridades civiles no acertaban a encontrar la solución.

Por fin, alguien tuvo la feliz ocurrencia de hacer traer a la Virgen de Guadalupe, del santuario del Tepeyac, donde los indios la veneraban con rezos entre náhuatl y ladino, con danzas y con ofrendas florales. La imagen fue llevada en canoa a la Catedral metropolitana y el milagro ocurrió. Las tercas aguas empezaron a descender y la ciudad se convirtió al guadalupanismo.

Palacios, siempre optimista, me refería que hoy parece que el pueblo vuelve a alimentar esperanzas de salir de la moderna inundación: el marginalismo, pero aunque la ciudadanía ha madurado mucho políticamente, el depósito popular carece aún de memoria, no tiene confianza en la honestidad de respeto al voto por parte de sus gobernantes. Por eso se apela otra vez el milagro. ¿No será ese el motivo de la supuesta aparición de una imagen de la Virgen de Guadalupe en la estación Hidalgo del Metro?

Tal vez el inconsciente colectivo busca la protección de esa madre idealizada, unificadora de la mexicanidad. Tal vez por eso mismo, pese a que la jerarquía eclesiástica ha negado que la mancha sea otra cosa que un capricho de la humedad, el pueblo continúa desplegando su veneración y con ella --sin saberlo-- expresando su anhelo largamente pospuesto de que las autoridades sirvan al pueblo y no a sus mezquinos intereses.